almeida – 1 de noviembre de 2014.
Cuando damos el primer paso para emprender el camino, comenzamos a buscarlo, hemos oído hablar tanto del espíritu del camino que como nadie ha
sabido explicarnos cómo es, debemos descubrirlo nosotros, porque a cada peregrino se le manifiesta de una forma diferente.
Llegué a perder la esperanza de encontrarlo, ya llevábamos muchas jornadas y no se me había aparecido, quizá es que yo no fuera merecedor de que se me manifestara.
Preguntaba al resto de los peregrinos con los que convivía cada jornada. En su rostro notaba un resplandor que no percibí en ellos cuando nos conocimos, seguramente ya hubieran sentido esa presencia, pero tampoco sabían expresarme cómo era, me decían que era la magia del camino, el compartir con el resto de peregrinos, la convivencia, la naturaleza en pleno esplendor, incluso un peregrino me dio una amplia disertación sobre las fuerzas telúricas que se había encontrado en alguna iglesia templaria, cada uno creía haberlo experimentado de una forma diferente, pero yo seguía sin encontrar ese anhelado espíritu que tanto buscaba.
Cuando estábamos en el antiguo reino de León, ya casi llegando a la capital, finalizamos una de las etapas en Mansilla de las Mulas. Aquel día podíamos haber caminado un poco más ya que aún era pronto, pero mi compañero se encontraba mal, tenía los pies completamente llagados y caminaba con dificultad, el destino quiso que nos detuviéramos en este lugar.
Como de costumbre, Carlitos, tras una reparadora ducha, se lavó las heridas con un jabón neutro del que utilizaban antiguamente nuestros mayores para lavar la ropa. Se sentó en una silla que había en el patio del albergue poniendo los pies estirados para que les diera el sol y ayudara a cicatrizar sus heridas, ya que su diabetes no colaboraba en la curación.
Hacia las cinco de la tarde, se acercó la hospitalera Laura. Es una de esas personas que transmite bondad, es una enamorada de la labor que está realizando en el albergue y se desvive haciendo que la estancia de los peregrinos en su casa sea lo más grata posible. Sabe llenar los espacios en los que se encuentra siendo el centro de atención de todos los presentes.
Al ver los pies de Carlitos, Laura fue a su cuarto a buscar un botiquín, la suavidad y la ternura de su voz contrastaban con la energía con la que actuaba, era una mujer joven pero ya veterana ofreciendo hospitalidad.
Casi sin dejar pensar a Carlitos y sin darle opción a que dijera nada, tomó con firmeza sus pies y con suavidad los fue posando encima de sus rodillas. Tras desinfectar toda la zona afectada, con una jeringuilla desechable fue extrayendo el líquido que aún quedaba en alguna de las ampollas sustituyéndolo por Betadine para que desinfectara bien las heridas y ayudara a acelerar su curación.
Estuve observando durante la media hora que duró la curación el cariño con el que hacía su labor. Las palabras de ánimo y consuelo que ofreció al lesionado me hicieron ver ese espíritu del camino que yo estaba buscando. Se había transformado en la persona de la hospitalera y concentraba en ella todo aquello que ansiaba encontrar desde el primer paso que puse cuando comencé el camino.
Ahora podía sentirme dichoso, no solo por haber encontrado esa magia que nos ofrece el camino sino que además puedo explicar a los demás cómo es.
Cada vez que piense en el espíritu del camino, en mi mente siempre aparecerá la imagen de Laura que supo encarnarlo como nadie.