almeida – 22 de mayo de 2017.
Siempre que he ido a algún albergue de peregrinos a prestar mi colaboración como hospitalero voluntario, he tratado de hacerlo con la mente abierta y sobre todo con esa ilusión de quien va a recibir muchas sensaciones de todas las personas a las que les de acogida.
Generalmente, la mayoría de los peregrinos son gente excepcional, por lo que no resulta nada difícil que los objetivos con los que llego a cada lugar se cumplan de una forma satisfactoria y sin el menor problema.
Pero como no es bueno generalizar, siempre hay esa excepción que suele confirmar la regla, aunque cuando las excepciones son muchas, te llegas a plantear si lo estas haciendo bien o incluso si en algún momento no has sido objetivo por un mal momento personal o es porque te estás volviendo un poco borde como habrán pensado seguramente algunos peregrinos.
Iba por primera vez a uno de esos albergues en los que la llegada de un peregrino representa todo un acontecimiento. En los quince días que estuve en el albergue, tuve una media de un peregrino diario aunque llegué a estar siete días sin que nadie atravesara las puertas del albergue, pero tampoco me importó, sabía de antemano al lugar al que iba y tenía asumido que la soledad en la que me encontraría el albergue, sería muy similar a la que sienten los peregrinos que recorren ese camino.
Creo que además de dar acogida a los peregrinos, los hospitaleros también tenemos una responsabilidad sobre cómo los peregrinos deben hacer el camino, al menos unas ideas claras que tenemos que llevar a rajatabla, de lo contrario seremos colaboradores de esa desvirtuación cada vez más grande que día tras día hay en el camino.
El primer día en mi nuevo destino, me encontraba a la puerta y vi acercarse a un hombre bien vestido que se dirigía hacia donde yo me encontraba.
-Buenos días – me dijo – ¿eres el hospitalero?
-El mismo, en que puedo ayudarle – le pregunté.
-Veras, soy peregrino y quería saber si podía quedarme en el albergue.
-Pues eres un peregrino un tanto diferente – le dije – el primero al que veo haciendo el camino con zapatos, pantalón de tergal, camisa impecable y además sin mochila.
-Bueno, verás, yo soy peregrino, pero ahora me encuentro planificando este camino para hacerlo próximamente.
-Pues no puedo darte acogida – respondí – el albergue es solo para peregrinos que se encuentran haciendo el camino.
-¿Está completo? – preguntó.
-No hay nadie de momento, y no se las personas que llegarán.
-¿Y si vengo a la tarde para ver si hay sitio?
-Creo que te voy a decir lo mismo que te estoy comentando ahora – le respondí.
Se marchó un tanto contrariado, pero yo me quedé satisfecho, no comprendo cómo alguien que se encuentra haciendo turismo puede tener tanto descaro si realmente se considera peregrino, lo cual comienzo a dudar de muchos que se definen de esa manera.
Otro día, me encontraba solo en el albergue y cuando abrí la puerta, vi durmiendo en la calle a una persona que tampoco era peregrino, venía con su maleta de ruedas y una pequeña mochila.
-¿Qué haces tumbado en el suelo? – le pregunté – ¿Por qué no has llamado?
-Llegué muy tarde anoche, perdí el tren y como no sabía dónde ir, me acordé de una vez que estuve en el albergue como peregrino y he venido hasta aquí en lugar de quedarme en la estación o en un parque.
-Pasa y date si quieres una ducha, mientras voy preparando un café – le propuse.
Cuando desayunó se fue de nuevo a coger ese tren que se le había escapado por la noche y no le volví a ver hasta tres o cuatro horas más tarde que llamó a la puerta del albergue.
-Hola, soy yo de nuevo.
-¿Se te ha olvidado alguna cosa? – le pregunté.
-No – dijo el joven – es que he dado una vuelta por la ciudad y me ha gustado mucho y he pensado quedarme un par de días y quería saber si puedo quedarme en el albergue a dormir.
-Pues no – respondí – esto es solo para peregrinos y no puedo dejarles sin sitio si llegan muchos.
-¿Crees que llegaran hoy muchos? – preguntó.
-Pues si vienen los mismos que ayer, no vendrá nadie.
-¿Entonces? – dijo el joven.
-Eso no cambia nada, el albergue es solo para peregrinos y aunque tú seas peregrino y hayas estado aquí cuando hacías el camino, en estos momentos no eres peregrino y no puedo darte acogida.
Me dio la sensación que tampoco le gustó mucho lo que le decía, pero no respondió y se dio la media vuelta.
Hay algunos que le echan un poco más cara y además tratan de llevar la razón y si no se la das, hasta llegan a molestarse e incluso a indignarse.
Me encontraba con un hospitalero que había venido a hacerme una visita cuando llamaron a la puerta del albergue, al abrir, veo a dos jóvenes que trataban de acceder al interior, pensaba que se trataba de algunas de esas personas que frecuentemente venían a por credenciales ya que su vestimenta para nada les identificaba como peregrinos.
-¿Es el albergue? – preguntó uno de ellos.
-Si – respondí – que es lo que deseáis.
-Somos peregrinos y queríamos quedarnos – respondió el que llevaba la voz cantante.
-¿Y las mochilas? – pregunté.
-Las tenemos en el coche, dijo sin dudarlo y sin bajar el tono con el que hablaba.
-Entonces, si venís en coche, más bien sois turistas que estáis pasando las vacaciones de la forma más económica.
-Somos peregrinos – dijo mostrando de forma despectiva las credenciales.
Cogí una de ellas y pude ver entre los últimos sellos que tenían el de un albergue del camino francés que había sido estampado dos días antes, pero este albergue se encuentra a más de doscientos kilómetros.
-No puedo daros sitio – les dije – vosotros no sois peregrinos y esto es solo para peregrinos.
-Pues tú, eres un borde – dijo el que llevaba la voz cantante cogiendo con mala leche las credenciales – no sabes si tenemos alguna minusvalía y tenemos que hacer el camino en coche.
-Conozco a peregrinos que hacen el camino con una minusvalía y no se parecen en nada a vosotros.
Se marcharon de una forma un tanto intempestiva y desafiante y más tarde me enteré que habían ido a la oficina de turismo donde presentaron una queja por mi comportamiento y el trato que les había dado, menos mal que cuando les expliqué el contratiempo a los responsables del albergue apoyaron mi actuación.
Ya me estaba sintiendo un tanto borde como había dicho el “peregrino”, pero estaba convencido de que había actuado correctamente y no me importó lo más mínimo lo que dijera.
Otro día, recibí una llamada telefónica, era un hombre con un marcado acento francés que identifiqué como un peregrino, seguramente había visto el teléfono en alguna guía y quería saber si el albergue se encontraba abierto.
-Buenos días – me dijo – quería reservar el albergue.
-No admitimos reservas, cuando llegues coges tu litera, no tienes que preocuparte ya que hay sitio de sobra porque están pasando pocos peregrinos.
-He hablado con el ayuntamiento y me han dicho que hable con usted, quería reservar dos días para finales de mes, somos treinta y dos personas, la mayoría son jóvenes que van con dos monitores, vamos a la ciudad para otro tema y queríamos un sitio para dormir.
-Creo que le han informado mal – le dije – esto es un albergue de peregrinos en el que no se reserva, ni tan siquiera para los peregrinos y a ustedes que no lo son, no podemos darles acogida. Además, el albergue solo cuenta con diez plazas.
-¿Y podría reservarnos esas diez? – insistió el hombre.
-De ninguna manera – le dije – le he comentado que son para los peregrinos.
-Bueno, pues llamaré de nuevo al ayuntamiento – dijo él.
Llame a donde quiera, pero le van a decir lo mismo que yo, esto es solo para la gente que necesita un sitio donde descansar porque viene muy cansada después de hacer muchos kilómetros.
El colmo, fue el penúltimo día. Había llamado por teléfono una joven para saber el horario que teníamos para pasar a recoger unas credenciales, bueno no le dio ese nombre ya que desconocía la denominación, ella lo llamaba el impreso para ir a los albergues a sellar, ya que se disponían a hacer el camino. Le dije que viniera a la hora que quisiera porque estaba todo el día en el albergue.
Cuando llegó la joven, le di las credenciales y le pregunté si necesitaba alguna información especial sobre el camino que iba a hacer o tenía alguna duda. Muchos que hacían el camino por primera vez o no conocían el nuevo itinerario que iban a afrontar se planteaban numerosas interrogantes y agradecían toda la información que se les proporcionara, incluso aquellos que cuando hablabas con ellos, te dabas cuenta que contaban con experiencia.
-No hace falta – dijo ella – he mirado todo por Internet y lo tengo ya planificado. Yo no voy por esos rollos de la religión ni por la fe porque no creo en eso, ni tampoco voy a ir a los albergues, no quiero escuchar ronquidos, no los soporto. Pero por es no voy a ser menos peregrina que esos que he leído que van en autobús o con coche.
-Si vas de esa forma – le dije – no necesitas la credencial para nada.
-Sí que la necesito – respondió un tanto alterada – si quiero luego decirle a mi madre lo que he hecho, le enseñare la credencial y así sabrá que lo he conseguido.
-Y si se te pierde o se te estropea esa credencial, ¿entonces no habrás hecho el camino?
-No sé qué quieres decir – comentó sin bajar el tono que tenía los últimos minutos.
-Quiero decir que cuando le cuentes a tu madre el camino que has hecho, creo que es mejor que le digas las sensaciones que has tenido, la gente que has conocido, los sitios que has visto y para eso no hace falta demostrarlo con un papel.
-Oye, que yo no he venido a que me juzgues – dijo algo más alterada.
-Creo que eres tú la que se está juzgando – respondí sin perder la calma.
-Y dónde tienen que sellar esto – dijo al ver las credenciales.
-Pues vas a un restaurante, a una gasolinera, a un hostal – le dije en tono irónico – y seguro que allí cuando se lo pidas, te ponen el sello, como vais en bici, y solo vais a estar una semana, procura que te pongan muchos sellos para que quede más bonita y parezca que has recorrido más que nadie.
A ella le molestó el tono en el que había hecho esta observación y así me lo manifestó.
-Sabes que te digo – le comenté – que no te puedo dar las credenciales, estaríamos haciendo un fraude. En la credencial dice que es para los que hacen el camino con un sentido cristiano y para permitir el acceso a los albergues y tú no cumples con ninguna de estas dos condiciones, por eso no debes llevarla. Coge un papel bonito o una cartulina y que te la vayan sellando.
La joven se marchó de forma un tanto airada y destemplada diciendo no sé qué cosas, porque no quise escucharla.
Al principio, me sentí bastante mal, pensaba que el camino y la hospitalidad, me habían hecho cambiar mucho, porque yo no era antes así. Luego me di cuenta que los que están cambiando son los demás, últimamente el camino acoge a todo tipo de personas que lo único que consiguen es que se vaya desvirtuando y esta moda que se ha creado acabará por matarlo de forma definitiva.
Creo que de seguir de esta forma el futuro del camino está ya echado, si no se toman medidas se va a matar a la gallina de los huevos de oro. Porque lo que antes era una excepcionalidad veo que se está convirtiendo en algo normal, aunque quizá los que no seamos tan normales sean las personas que como yo ven este tinglado de otra manera y no sabemos adaptarnos a los tiempos y a las nuevas situaciones.
Siempre que he ido a algún albergue de peregrinos a prestar mi colaboración como hospitalero voluntario, he tratado de hacerlo con la mente abierta y sobre todo con esa ilusión de quien va a recibir muchas sensaciones de todas las personas a las que les de acogida.
Generalmente, la mayoría de los peregrinos son gente excepcional, por lo que no resulta nada difícil que los objetivos con los que llego a cada lugar se cumplan de una forma satisfactoria y sin el menor problema.
Pero como no es bueno generalizar, siempre hay esa excepción que suele confirmar la regla, aunque cuando las excepciones son muchas, te llegas a plantear si lo estas haciendo bien o incluso si en algún momento no has sido objetivo por un mal momento personal o es porque te estás volviendo un poco borde como habrán pensado seguramente algunos peregrinos.
Iba por primera vez a uno de esos albergues en los que la llegada de un peregrino representa todo un acontecimiento. En los quince días que estuve en el albergue, tuve una media de un peregrino diario aunque llegué a estar siete días sin que nadie atravesara las puertas del albergue, pero tampoco me importó, sabía de antemano al lugar al que iba y tenía asumido que la soledad en la que me encontraría el albergue, sería muy similar a la que sienten los peregrinos que recorren ese camino.
Creo que además de dar acogida a los peregrinos, los hospitaleros también tenemos una responsabilidad sobre cómo los peregrinos deben hacer el camino, al menos unas ideas claras que tenemos que llevar a rajatabla, de lo contrario seremos colaboradores de esa desvirtuación cada vez más grande que día tras día hay en el camino.
El primer día en mi nuevo destino, me encontraba a la puerta y vi acercarse a un hombre bien vestido que se dirigía hacia donde yo me encontraba.
-Buenos días – me dijo – ¿eres el hospitalero?
-El mismo, en que puedo ayudarle – le pregunté.
-Veras, soy peregrino y quería saber si podía quedarme en el albergue.
-Pues eres un peregrino un tanto diferente – le dije – el primero al que veo haciendo el camino con zapatos, pantalón de tergal, camisa impecable y además sin mochila.
-Bueno, verás, yo soy peregrino, pero ahora me encuentro planificando este camino para hacerlo próximamente.
-Pues no puedo darte acogida – respondí – el albergue es solo para peregrinos que se encuentran haciendo el camino.
-¿Está completo? – preguntó.
-No hay nadie de momento, y no se las personas que llegarán.
-¿Y si vengo a la tarde para ver si hay sitio?
-Creo que te voy a decir lo mismo que te estoy comentando ahora – le respondí.
Se marchó un tanto contrariado, pero yo me quedé satisfecho, no comprendo cómo alguien que se encuentra haciendo turismo puede tener tanto descaro si realmente se considera peregrino, lo cual comienzo a dudar de muchos que se definen de esa manera.
Otro día, me encontraba solo en el albergue y cuando abrí la puerta, vi durmiendo en la calle a una persona que tampoco era peregrino, venía con su maleta de ruedas y una pequeña mochila.
-¿Qué haces tumbado en el suelo? – le pregunté – ¿Por qué no has llamado?
-Llegué muy tarde anoche, perdí el tren y como no sabía dónde ir, me acordé de una vez que estuve en el albergue como peregrino y he venido hasta aquí en lugar de quedarme en la estación o en un parque.
-Pasa y date si quieres una ducha, mientras voy preparando un café – le propuse.
Cuando desayunó se fue de nuevo a coger ese tren que se le había escapado por la noche y no le volví a ver hasta tres o cuatro horas más tarde que llamó a la puerta del albergue.
-Hola, soy yo de nuevo.
-¿Se te ha olvidado alguna cosa? – le pregunté.
-No – dijo el joven – es que he dado una vuelta por la ciudad y me ha gustado mucho y he pensado quedarme un par de días y quería saber si puedo quedarme en el albergue a dormir.
-Pues no – respondí – esto es solo para peregrinos y no puedo dejarles sin sitio si llegan muchos.
-¿Crees que llegaran hoy muchos? – preguntó.
-Pues si vienen los mismos que ayer, no vendrá nadie.
-¿Entonces? – dijo el joven.
-Eso no cambia nada, el albergue es solo para peregrinos y aunque tú seas peregrino y hayas estado aquí cuando hacías el camino, en estos momentos no eres peregrino y no puedo darte acogida.
Me dio la sensación que tampoco le gustó mucho lo que le decía, pero no respondió y se dio la media vuelta.
Hay algunos que le echan un poco más cara y además tratan de llevar la razón y si no se la das, hasta llegan a molestarse e incluso a indignarse.
Me encontraba con un hospitalero que había venido a hacerme una visita cuando llamaron a la puerta del albergue, al abrir, veo a dos jóvenes que trataban de acceder al interior, pensaba que se trataba de algunas de esas personas que frecuentemente venían a por credenciales ya que su vestimenta para nada les identificaba como peregrinos.
-¿Es el albergue? – preguntó uno de ellos.
-Si – respondí – que es lo que deseáis.
-Somos peregrinos y queríamos quedarnos – respondió el que llevaba la voz cantante.
-¿Y las mochilas? – pregunté.
-Las tenemos en el coche, dijo sin dudarlo y sin bajar el tono con el que hablaba.
-Entonces, si venís en coche, más bien sois turistas que estáis pasando las vacaciones de la forma más económica.
-Somos peregrinos – dijo mostrando de forma despectiva las credenciales.
Cogí una de ellas y pude ver entre los últimos sellos que tenían el de un albergue del camino francés que había sido estampado dos días antes, pero este albergue se encuentra a más de doscientos kilómetros.
-No puedo daros sitio – les dije – vosotros no sois peregrinos y esto es solo para peregrinos.
-Pues tú, eres un borde – dijo el que llevaba la voz cantante cogiendo con mala leche las credenciales – no sabes si tenemos alguna minusvalía y tenemos que hacer el camino en coche.
-Conozco a peregrinos que hacen el camino con una minusvalía y no se parecen en nada a vosotros.
Se marcharon de una forma un tanto intempestiva y desafiante y más tarde me enteré que habían ido a la oficina de turismo donde presentaron una queja por mi comportamiento y el trato que les había dado, menos mal que cuando les expliqué el contratiempo a los responsables del albergue apoyaron mi actuación.
Ya me estaba sintiendo un tanto borde como había dicho el “peregrino”, pero estaba convencido de que había actuado correctamente y no me importó lo más mínimo lo que dijera.
Otro día, recibí una llamada telefónica, era un hombre con un marcado acento francés que identifiqué como un peregrino, seguramente había visto el teléfono en alguna guía y quería saber si el albergue se encontraba abierto.
-Buenos días – me dijo – quería reservar el albergue.
-No admitimos reservas, cuando llegues coges tu litera, no tienes que preocuparte ya que hay sitio de sobra porque están pasando pocos peregrinos.
-He hablado con el ayuntamiento y me han dicho que hable con usted, quería reservar dos días para finales de mes, somos treinta y dos personas, la mayoría son jóvenes que van con dos monitores, vamos a la ciudad para otro tema y queríamos un sitio para dormir.
-Creo que le han informado mal – le dije – esto es un albergue de peregrinos en el que no se reserva, ni tan siquiera para los peregrinos y a ustedes que no lo son, no podemos darles acogida. Además, el albergue solo cuenta con diez plazas.
-¿Y podría reservarnos esas diez? – insistió el hombre.
-De ninguna manera – le dije – le he comentado que son para los peregrinos.
-Bueno, pues llamaré de nuevo al ayuntamiento – dijo él.
Llame a donde quiera, pero le van a decir lo mismo que yo, esto es solo para la gente que necesita un sitio donde descansar porque viene muy cansada después de hacer muchos kilómetros.
El colmo, fue el penúltimo día. Había llamado por teléfono una joven para saber el horario que teníamos para pasar a recoger unas credenciales, bueno no le dio ese nombre ya que desconocía la denominación, ella lo llamaba el impreso para ir a los albergues a sellar, ya que se disponían a hacer el camino. Le dije que viniera a la hora que quisiera porque estaba todo el día en el albergue.
Cuando llegó la joven, le di las credenciales y le pregunté si necesitaba alguna información especial sobre el camino que iba a hacer o tenía alguna duda. Muchos que hacían el camino por primera vez o no conocían el nuevo itinerario que iban a afrontar se planteaban numerosas interrogantes y agradecían toda la información que se les proporcionara, incluso aquellos que cuando hablabas con ellos, te dabas cuenta que contaban con experiencia.
-No hace falta – dijo ella – he mirado todo por Internet y lo tengo ya planificado. Yo no voy por esos rollos de la religión ni por la fe porque no creo en eso, ni tampoco voy a ir a los albergues, no quiero escuchar ronquidos, no los soporto. Pero por es no voy a ser menos peregrina que esos que he leído que van en autobús o con coche.
-Si vas de esa forma – le dije – no necesitas la credencial para nada.
-Sí que la necesito – respondió un tanto alterada – si quiero luego decirle a mi madre lo que he hecho, le enseñare la credencial y así sabrá que lo he conseguido.
-Y si se te pierde o se te estropea esa credencial, ¿entonces no habrás hecho el camino?
-No sé qué quieres decir – comentó sin bajar el tono que tenía los últimos minutos.
-Quiero decir que cuando le cuentes a tu madre el camino que has hecho, creo que es mejor que le digas las sensaciones que has tenido, la gente que has conocido, los sitios que has visto y para eso no hace falta demostrarlo con un papel.
-Oye, que yo no he venido a que me juzgues – dijo algo más alterada.
-Creo que eres tú la que se está juzgando – respondí sin perder la calma.
-Y dónde tienen que sellar esto – dijo al ver las credenciales.
-Pues vas a un restaurante, a una gasolinera, a un hostal – le dije en tono irónico – y seguro que allí cuando se lo pidas, te ponen el sello, como vais en bici, y solo vais a estar una semana, procura que te pongan muchos sellos para que quede más bonita y parezca que has recorrido más que nadie.
A ella le molestó el tono en el que había hecho esta observación y así me lo manifestó.
-Sabes que te digo – le comenté – que no te puedo dar las credenciales, estaríamos haciendo un fraude. En la credencial dice que es para los que hacen el camino con un sentido cristiano y para permitir el acceso a los albergues y tú no cumples con ninguna de estas dos condiciones, por eso no debes llevarla. Coge un papel bonito o una cartulina y que te la vayan sellando.
La joven se marchó de forma un tanto airada y destemplada diciendo no sé qué cosas, porque no quise escucharla.
Al principio, me sentí bastante mal, pensaba que el camino y la hospitalidad, me habían hecho cambiar mucho, porque yo no era antes así. Luego me di cuenta que los que están cambiando son los demás, últimamente el camino acoge a todo tipo de personas que lo único que consiguen es que se vaya desvirtuando y esta moda que se ha creado acabará por matarlo de forma definitiva.
Creo que de seguir de esta forma el futuro del camino está ya echado, si no se toman medidas se va a matar a la gallina de los huevos de oro. Porque lo que antes era una excepcionalidad veo que se está convirtiendo en algo normal, aunque quizá los que no seamos tan normales sean las personas que como yo ven este tinglado de otra manera y no sabemos adaptarnos a los tiempos y a las nuevas situaciones.