almeida – 26 de julio de 2016.
Había amanecido un día lluvioso, era algo normal en el mes de diciembre en tierras gallegas, pero ese día me pareció un tanto especial ya que desde primera hora de la mañana,
la niebla se había adueñado del suelo y parecía que no quería desprenderse del manto que la hierba le estaba proporcionando.
Estos días en los que el tiempo no acompañaba a quienes estaban caminando, procuraba no salir del albergue, siempre podía llegar una persona a la que le hubiera pillado un chaparrón y tuviera necesidad de ponerse ropa seca y sobre todo de calentarse al lado de la estufa.
Generalmente los peregrinos que llegaban lo hacían después de comer ya que el anterior albergue se encontraba a poco más de veinte kilómetros, aunque la mayoría pasaban de largo el albergue en el que me encontraba y continuaban hasta Fisterra que es donde daban por finalizado su camino.
Poco después de las doce, alguien llamó al timbre del albergue, imaginé que debido a la hora que era, sería para sellar la credencial o para descansar un rato antes de afrontar las dos horas que tenían por delante.
Cuando abrí, me encontré a un joven sujetando una bici y una gran mochila en el suelo, miré para ver dónde se encontraba el peregrino que había dejado la mochila, pero el joven que sostenía la bici me dijo que era suya también lo cual me extrañó ya que nunca había visto a un ciclista con tanto peso.
Le pregunté que si deseaba descansar y me dijo que quería alojarse en el albergue, aquella respuesta consiguió desconcertarme un poco ya que los peregrinos que venían caminando no daban por finalizada su jornada hasta después de comer y quienes lo hacían en bici, solían llegar a media tarde, pero como yo me encontraba allí para acoger a quienes llegaran, aquel era un peregrino más al que debía darle hospitalidad.
Cuando le expliqué las normas del albergue, me dijo que ya las conocía, sabía que era un albergue de donativo en el que se daba cobijo y cena a los peregrinos a cambio de la voluntad y había querido detenerse allí, porque hasta después de Santiago no encontraría otro albergue que le ofreciera los mismos servicios.
-¿Cómo que después de Santiago? – le dije, – no vas a Fisterra.
-¡No! – respondió, vengo desde allí y me voy a tomar un día de descanso para afrontar la larga jornada que tengo mañana.
Aquella respuesta, hizo que me predispusiera en contra del peregrino ya que hacer escasos diez kilómetros en bici, me parecía un descaro importante, pero llevaba tres días sin que hubiera aparecido ningún peregrino y tampoco estaba dispuesto a juzgar a quienes llegaran al albergue.
-No puedo dejar mucho de donativo. Dijo mientras extraía unas monedas que entre todas apenas llegaban al euro.
Me encogí de hombros diciéndole que dejara lo que pudiera ya que el albergue no estaba concebido para que fuera rentable, pero en mi fuero más interno me pareció un tanto descarada la actitud y el comportamiento del peregrino.
Dejó las cosas en un salón que había en la planta baja y le acompañé hasta el cuarto que se encontraba en la planta superior de la antigua escuela que se había convertido en albergue.
Durante la mayor parte del día, el peregrino permaneció en el cuarto y yo me quedé en el salón entreteniéndome con alguna revista y libros que había para los peregrinos y cuando comenzó a oscurecer bajó hasta donde yo me encontraba,
Como no había llegado nadie más y tenía que preparar la cena, le pregunté qué era lo que deseaba para cenar, podía preparar algo de pasta, un arroz con verduras o una purrusalda. Él me dijo que le daba igual, que lo que más fácil me resultara y viendo el frío que hacía fuera, decidí preparar algo caliente.
Mientras preparaba la cena, el peregrino fue interesándose por mi estancia en el albergue y poco a poco fuimos intimando, aunque seguía pensando la corta etapa que había realizado y no pude por menos de decírselo ya que sabía que si no lo hacía no me sentiría a gusto.
Entonces comenzó a contarme su historia y el motivo por el que se encontraba en el camino.
Daniele, había nacido en Córcega, era un joven de poco más de veinte años que según decía viajaba con la casa a cuestas, todo cuanto poseía iba sobre la bici y en la gran mochila que llevaba.
Cuando contaba diez años, un día fue al cine en el pequeño pueblo en el que vivía en la isla del Mediterráneo y vio un documental que cambio su vida. Era sobre un viajero que había dado la vuelta al mundo y contaba las experiencias que había sentido en su largo viaje.
Antes de salir del cine, su pequeña mente se fue llenando de todo lo que había visto en la pantalla y decidió que él haría algún día lo mismo, se convertiría en ese viajante que llenaría su vida con las experiencias que la gente y los lugares que iba a conocer le irían enriqueciendo.
Su familia era muy humilde, por lo que nada más terminar los estudios básicos tuvo que ponerse a trabajar, su vida era muy monótona, pero en los momentos en los que deseaba evadirse comenzaba a soñar y se imaginaba por las grandes llanuras americanas o por los helados campos de Siberia, de esa forma se sentía feliz pensando en todo lo que el destino todavía le tenía reservado.
Pero a veces las cosas no son como deseamos y el proyecto que se había ido gestando en su interior para cuando fuera mayor de edad, lo fue posponiendo ya que no encontraba el momento adecuado para hacerlo, primero fue una enfermedad de su madre la que le hizo desistir de sus planes, luego fue una joven de la que se había enamorado locamente, luego, quién sabe, cualquier excusa era buena para que no se produjera la ansiada marcha.
Cuando yo le acogí, estaba a punto de terminar el año, ese año que por fin cambió su vida, el año que se dieron las circunstancias necesarias para que su sueño comenzara a hacerse realidad.
A primeros de año, en el mes de enero, cuando se dirigía a su trabajo, en una curva el coche en el que iba derrapó y se salió de la carretera. Lo que podía haber sido un accidente grave se solventó con unos pequeños rasguños que no precisaron ningún día de convalecencia, aunque antes de que le sacaran del coche vino a su mente el sueño que tanto tiempo había estado allí y pensó que si el accidente hubiera sido más grave, quizá le hubiera privado de verlo convertido en realidad.
No pasó un mes, cuando recibió una noticia que no espera haber escuchado nunca, en la misma carretera en la que él tuvo el accidente, su mejor amigo, ese con el que había compartido tantas cosas desde la infancia, había tenido un accidente de coche y había perecido en el mismo.
Aquel suceso, Daniele lo interpretó como una advertencia y según estaban dando sepultura a aquel con el que compartió la mayoría de sus sueños, prometió que desde ese mismo instante dedicaría todo su esfuerzo a verlos cumplidos.
Cuando fue poniendo al corriente a su familia y a sus amigos de lo que se disponía a hacer, la mayoría no le tomaron en serio, solo su madre se preocupó porque conocía lo que se había ido gestando en la mente de su hijo y estaba segura que lo haría y le perdería durante mucho tiempo y quién sabe si para el resto de su vida.
Con los pocos medios que contaba, fue adquiriendo lo necesario y antes de que pasara un mes de haber despedido a su amigo cogió el primer barco con destino a Barcelona con muy poco dinero pero cargado de sueños y de esperanza.
Según iba recorriendo la vía de las estrellas, en aquellos lugares en los que podía estar unos días trabajando hacía un alto en su camino para obtener los recursos necesarios para seguir adelante y de paso se iba mezclando con las gentes y las costumbres de los sitios por los que pasaba.
Había empleado seis meses en recorrer poco más de mil kilómetros, pero se sentía feliz, por fin estaba cumpliendo aquello que tantas veces había vivido en su imaginación.
Ahora ya no hablaba de sueños, lo hacía sobre los destinos que estaban por llegar los próximos días, seguiría por el camino que en sentido contrario le llevaría hasta Lisboa y luego se iría a Madrid para descender a Andalucía y regresar a su punto de origen, pero luego el horizonte era mucho más amplio ya que en los dos siguientes años recorrería la mayoría de los países de Europa y antes de entrar en Asia, recorrería el continente africano.
Durante la próxima media docena de años estaría visitando los lograres más inhóspitos de la mayoría de los lugares que un día fueron la cuna de la humanidad y cuando se hubiera saciado de experiencias se iría al nuevo mundo.
No le gustaba hacer planes a largo plazo, solo pensaba en los días siguientes, quizá en las semanas siguientes pero no veía más allá de estas fechas ya que el enriquecimiento personal que deseaba tener solo se consigue conviviendo con la gente de los lugares por los que pasaba y deseaba empaparse de todo lo que estas le pudieran aportar, su lengua, sus costumbres, sus vivencias.
Hablaba con tanto entusiasmo que contagiaba a quien le escuchaba y en su rostro se veía una felicidad de quien sabe que le esperan muchas vivencias que muy pocos podrán conseguir en su vida.
Solo en algunos momentos un nudo en la garganta cargado de emoción le impedía seguir hablando, era cuando se acordaba de lo que había dejado atrás, sobre todo cuando pensaba en esa madre que le tendría permanentemente en su mente y que sería la que estaba sufriendo esa ausencia y que según fuera pasando el tiempo la angustia se iría incrementando.
Por la mañana, cuando le despedí, le vi de nuevo eufórico, era un día más para ir enriqueciéndose con los lugares y las gentes que ese día el destino le iba a deparar y que se quedarían para siempre con él.
De vez en cuando, cuando quiero soñar, pienso en Daniele y me lo imagino en cualquier rincón del mundo y siento algo de envidia de todas las cosas que estará viviendo y sueño con recibirle dentro de muchos años en el albergue en el que me encuentre para que durante unas horas comparta conmigo todas las sensaciones que estos diez años en los que ha estado recorriendo el mundo le han deparado.