almeida –17 de febrero de 2015.
Los peregrinos que llegan al albergue, normalmente se encuentran siempre predispuestos a compartir con los demás todo lo que la jornada que han dejado atrás les han aportado,
pero después de muchas horas en ocasiones caminando solo con sus pensamientos, requiere un tiempo de adaptación al verse rodeados por mas gente y les cuesta dejar esa soledad que muchas veces es lo que buscan cuando recorren el camino, por eso hay que darles su tiempo y el hospitalero debe saber siempre cuándo es el momento para darles conversación y sobre todo para dejar que se abran a los demás.
Carmen, era una peregrina francesa, que nada más verla comprendí que a pesar de haber llegado al albergue y terminar por esa jornada su camino, su mente, todavía se encontraba en el sendero que unas horas antes estaba recorriendo.
Después de dejar sus cosas unto a la litera que le había sido asignada y asearse, se retiró a uno de los rincones del patio, se sentó junto a una mesa y con la mirada perdida, daba la impresión que estaba recorriendo de nuevo mentalmente el camino que acababa de realizar.
Solo al cabo de una hora se acercó donde yo me encontraba, estaba hablando con otros peregrinos que habían echo el mismo trayecto que ella y conversaban animadamente sobre las cosas que ese día habían visto y algunos también sobre las sensaciones que habían tenido a lo largo de la jornada.
En estas ocasiones, resulta curioso comprobar cómo a pesar de haber pasado por los mismos sitios y haber visto las mismas cosas solo con una escasa diferencia de tiempo, los recuerdos que cada uno tienen de los lugares por los que ha pasado, en ocasiones llegan a ser completamente diferentes, pero eso es lo bueno que tiene el camino, que las cosas se pueden ver con ojos diferentes y para cada uno llegan a resultar muy distintas.
Carmen observaba como el resto de sus compañeros comentaba animadamente lo que el camino les estaba aportando, incluso, en ocasiones se interrumpían unos a otros ya que los comentarios no coincidían con lo que ellos habían visto, o deseaban ratificar alguna cosa que otros estaban diciendo, pero Carmen seguían en silencio, solo escuchaba lo que los demás estaban diciendo.
En un momento de la conversación, sus ojos se cruzaron con los míos y mantuvimos la mirada durante unos instantes. Tenía unos ojos muy hermosos, brillaban de una manera especial resaltando el color esmeralda de sus pupilas.
-¿Y a la peregrina, le ha pasado alguna cosa digna de mención y que quiera compartir con los demás? – le pregunté.
-No – respondió ella – mi camino es muy monótono y no hay nada que destaque de una jornada a otra.
-¿Y como es eso? – Dije – todos tienen muchas historias que contar.
-A mi me gusta caminar en solitario, voy meditando mientras camino, pienso en mis cosas y raramente hay algo que me abstraiga de mis pensamientos.
-Es otra forma de hacer el camino – la dije – no hay nada como la soledad para poder meditar sobre aquellas cosas que nos preocupan en un determinado momento.
-Bueno – comento Carmen – hay una cosa que me ha ocurrido a la cual le he dado muchas vueltas, pero no le encuentro una explicación lógica.
-Pues si quieres compartirla, igual a alguno nos ha ocurrido algo parecido y al final le hemos encontrado esa explicación que tu no consigues ver en este momento.
Carmen comenzó a contarnos que cuando comenzó su camino, al segundo o tercer día, coincidió con un peregrino que venia detrás de ella y como su ritmo era mas rápido le dio alcance, el peregrino fue acomodando su ritmo de caminar al de ella y durante varias horas estuvieron caminando juntos y mientras lo hacían estuvieron hablando de muchas cosas, pero fundamentalmente sobre el camino.
La conversación le estaba resultando muy agradable y sobre todo muy provechosa ya que el peregrino parecía experimentado y ella era novata en el camino, pero al cabo de dos o tres horas juntos acabaron por separarse ya que ella deseaba soledad y el ritmo del peregrino era superior al suyo y según éste le dijo, cada uno debía caminar al ritmo que marcaran sus piernas.
Los siguientes días, fueron coincidiendo en algunos albergues y se sentaban en algún lugar para seguir hablando y fue la única persona con la que se encontraba a gusto ya que todo lo que éste la decía le resultaba sumamente interesante.
Pero cuando ella se encontraba caminando sola, en tres ocasiones le ocurrió que echaba de menos estar un rato conversando con aquel peregrino ya que se encontraba muy a gusto con el y en las tres ocasiones que le ocurrió esto, al cabo de unos minutos acabó de nuevo encontrándose con el peregrino. Una vez fue en lo alto de una pequeña loma que el peregrino estaba sentado en una piedra, otra en el pórtico de una iglesia y la tercera en el remanso de un río donde parecía que la hubiera escuchado, que hubiera adivinado sus pensamientos y la estuviera esperando.
Había tratado de buscar algún significado a aquello, pero por más que lo intentaba no se lo encontraba y de alguna manera la estaba inquietando ver como se estaban cumpliendo los deseos que estaba teniendo justo en el momento que más lo necesitaba.
-Eso, – dijo un peregrino que se encontraba en el grupo escuchando – son esos misterios que tiene el camino y por eso lo hace tan especial, solo en él, ocurren esas cosas que son inexplicables, pero de alguna manera son muy habituales en el camino, es la magia que encierra esta senda milenaria que nos hace recorrerla una y otra vez ya que cada vez que lo hacemos nos sorprende con cosas nuevas y aunque no le encontremos explicación, sabemos que ocurren por alguna razón, solo el tiempo nos permitirá ver lo que ahora no somos capaces.