almeida – 31 de enero de 2016.

            La primera vez que puse mis pies en el camino, todo era nuevo para mí y me resultaba desconocido.

Cualquier lugar, persona o monumento, por mucho que hayas leído previamente sobre ello, no es lo mismo que cuando tienes la oportunidad de verlo in situ para que tu mente se haga una visión exacta y real de cómo es y no te lo imagines por lo que hayas escuchado o leído a los demás como lo describen.

            No obstante, a fuerza de ver muchas veces imágenes que había en las diferentes guías y en Internet, algunas personas y lugares me resultaban ya tan conocidos como si los hubiera visto personalmente.

            La primera etapa, llegamos hasta Larrasoaña, al entrar en el albergue, en la sala donde se recibía y registraba a los peregrinos, ahí estaba él, era lo mismo que en las fotos que antes había visto y le reconocí enseguida.

-Usted es el señor Zubiri – le dije.

-El mismo – respondió – ¿nos conocemos?

-Personalmente no, pero he leído mucho sobre usted y tenía ganas de conocerle.

-Pues me pusieron el mismo nombre que al santo y al ver a todos los peregrinos que pasaban por aquí y no tenían donde dormir, decidí acondicionar esta casa para vosotros.

Don Santiago, era el alcalde del pueblo, ¿qué mejor persona que él, que amaba el camino y a los peregrinos para realizar esta hospitalaria labor?, disfrutaba haciéndolo y se percibía enseguida que era feliz con lo que estaba realizando.

Me enseñó el albergue y fue mostrándome con detalle todos los recuerdos que tenía en la gran sala en la que mantenía ese primer y tan importante contacto con los peregrinos. Allí había numerosos recuerdos, unos dejados por los peregrinos que en su primer día se daban cuenta de que la mochila que llevaban era muy grande para lo que necesitaban. Otros, la mayoría enviados por quienes habían tenido el placer de disfrutar un día en aquel lugar, cuando regresaban a sus casas le enviaban recuerdos de su paso por allí.

Esa primera impresión que nos hace conocer a las personas, fue para mí muy positiva ya que vi en aquel hombre esa paciencia que saben adquirir con el tiempo los que se dedican a acoger a gente que no conocen por el placer únicamente de hacerlo y sentir que se encuentran bien con lo que él está haciendo.

Me condujo hasta la primera planta en la que había dispuestas en el suelo colchonetas para que pudiéramos descansar y recuperarnos de esa primera etapa, las literas de la parte baja habían sido ocupadas ya por los más madrugadores o los que se encontraban en mejores condiciones físicas que los que llegábamos más rezagados.

A media tarde, uno de los peregrinos fue hasta donde don Santiago se encontraba. Se había dado cuenta que la litera que le habían asignado se encontraba ocupada por cosas que no eran suyas, no había tenido la precaución de dejar el saco sobre la litera. Era el primer día de camino y pensaba que no hacía falta hacerlo, que nadie se atrevería a quitársela.

Don Santiago que llevaba un registro de todos los que habían llegado y el lugar donde les había acomodado, miró el libro, aunque no hacía falta, en su cabeza estaban también registrados esos datos y pocas veces se equivocaba, no obstante, se cercioró antes de tratar de solucionar el problema.

Comprobó las pertenencias y la mochila del okupa y fue en su búsqueda, miró en las instalaciones y luego fue a las zonas comunes encontrándolo en el lavadero donde estaba junto a otros peregrinos tomando una cerveza en una de las mesas que había dispuestas para el descanso.

A pesar de su bondad, don Santiago era una persona metódica y enérgica, le gustaba llevar un orden en la acogida que hacía a los peregrinos. No le gustaba que éstos se tomaran su casa a su antojo, él era quien distribuía los espacios y le gustaba que lo que hacía nadie lo alterara, era su casa y allí se hacían las cosas como él decía.

Se trataba de un joven alto y espigado, por sus facciones parecía nórdico, pero se relacionaba abiertamente con un grupo variado de peregrinos.

-¡Eh tú!, ¿dónde te he puesto yo?

-No comprender – dijo el aludido.

-¡Qué cual es la litera que te he dado! – insistió don Santiago – te he asignado una litera y te has puesto donde te ha dado la gana y eso no puede ser.

-Mi no comprender – insistió el peregrino.

-Ni no comprender ni leches, te vas a tu litera y dejas la que has ocupado para quien debe estar en ella.

El hospitalero regresó al albergue esperando un tiempo prudencial para ver si sus palabras habían surtido el efecto deseado, pero viendo que pasaba el tiempo y el peregrino seguía con las cervezas y la conversación, no pudo contenerse y de muy mal humor, volvió a salir del albergue dirigiéndose hacia donde se encontraba el peregrino.

-Veo que no quieres hacer ni puñetero caso, por lo que si no quitas la mochila de la litera, esta noche duermes al lado del río.

-No comprender que tu decir – insistió el peregrino.

-Me parece que tú entiendes lo que quieres – insistió el hospitalero – y creo que me estás tomando el pelo y a mí no me lo toma nadie, o sea, que si no quitas la mochila y las cosas de donde las has dejado las llevo al lado del rio y te apañas para dormir donde quieras esta noche.

No sé si fueron los gestos y el tono tan ofendido del hospitalero los que hicieron que el peregrino comenzara en ese momento a comprender algunas cosas en nuestro idioma, el caso es que dejó la cerveza sobre la mesa y retiró todas las pertenencias de donde las había puesto solo porque le había dado la gana.

Muchos peregrinos creen que la forma que tienen los hospitaleros de adjudicar los espacios del albergue se hacen a capricho de estos, no se dan cuenta que todo está perfectamente estudiado ya que son muchos días los que están realizando esta labor y tiene un sentido lo que se hace y como se hace y en una babel como es el camino, suele resultar positivo hacerse en muchas ocasiones el sueco, pero como dice el refrán, más sabe el diablo por viejo que por diablo y en el camino no cabe duda que los hospitaleros son los que cuentan con esa experiencia suficiente para saber conocer enseguida a quienes quieren hacerse los listos porque han sido cocineros antes que frailes.

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