almeida – 30 de abril de 2016.
El refranero suele ser muy sabio porque ha sabido beber de esa cultura popular que va transmitiéndose con el paso del tiempo. Vienen a mi mente algunos dichos que se podrían aplicar a las costumbres y motivos con los cuales algunos tratan de justificar porqué se han decidido a hacer ese camino la primera vez. En caso que les funcionen buscan más excusas para volver a realizarlo porque para ellos es algo diferente.
Siempre acabas coincidiendo con alguna de estas personas que cuando trabas amistad con ellos, cuando llevas más de una jornada caminando a su lado, siempre surge la misma pregunta; ¿y tú porque te has decidido a hacer el camino?
Muchos peregrinos se plantean el camino como una dieta especial para desprenderse de esos kilos de más que sobran en su cuerpo. No están acostumbrados al ejercicio físico permanente y creen que si hacen treinta kilómetros cada día, al final del camino habrán quemado muchas calorías que las verán reflejadas en una disminución importante de peso.
Lo que no piensan es que el cuerpo para seguir funcionando, necesita estar bien alimentado y los bocadillos diarios, las copiosas comidas y el cambio de hábitos alimenticios no permiten que este objetivo se llegue a cumplir y cuando llegan a Santiago el cinturón apenas desciende un ojal más y el peso que han perdido es insignificante.
Hay otros que buscan en el camino ese impulso necesario que les lleve a dejar de fumar. Los primeros días se hacen inaguantables y cada vez que pasan junto a un grupo que se encuentra descansando, contemplando el paisaje mientras fuman un cigarrillo, procuran dar un rodeo para no pasar junto a ellos y evitar aspirar una involuntaria bocanada de ese humo que tanto sabe calmar sus nervios.
Cuando afrontan un duro ascenso y llegan a la cresta de un monte, el aire puro que allí se respira parece que daña sus pulmones que no están acostumbrados a un oxígeno tan puro. Solo añoran esa nicotina que les permita contemplar con la tranquilidad que requiere el momento ese lugar y mendigan un cigarrillo engañando a su mente prometiéndola que será el último, aunque en su fuero interno, saben que la tentación está en el primer estanco que vean en su camino donde sucumbirán sin remisión.
Los más inconfesables, son aquellos que no desean que se conozca su adicción al alcohol, buscan que el cambio de sus hábitos diarios les ayude a apartarse de esa debilidad que en la vida diaria no pueden permitirse por los compromisos personales y sociales que los acosan constantemente.
También en estos casos la voluntad se vuelve más frágil y se llega a debilitar ya que en los albergues suelen abundar las celebraciones por cualquier cosa y en ellas el principal invitado suele ser el vino de la tierra o unos aguardientes especiales que alguien ha encontrado y desea compartirlos con quienes están caminando a su lado.
Pero en una ocasión, coincidí con un peregrino que me comentó que cada vez que estaba en el camino, seguía siempre la dieta peregrina. Al comentarle mi desconocimiento sobre esta dieta, en una de las paradas que hicimos para descansar y contemplar el paisaje que se abría ante nuestros ojos, aprovechó ese momento para explicarme en qué consistía.
Para él, la dieta peregrina se basaba en despojarse de todo aquello que la vida le había enseñado que era superfluo. Dejaría que su alma y su corazón se fueran limpiando de todas las impurezas que habían ido acumulando durante todo el año, así le aligerarían de todo lo que sobraba y cuando regresara a su casa se encontraría limpio y puro.
También iría acumulando esos vicios que se producen en el camino y llegan a hacerse contagiosos. Todos los días compartiría con los que iban a su lado todo lo bueno que la jornada le estaba proporcionando. Ayudaría a las personas que caminaran en peores condiciones que lo hacia él. Reconfortaría a quienes necesitaban unas palabras de aliento y les ofrecería un hombro sobre el que podrían dejar sus lágrimas. Animaría a aquellos que en una dura jornada sintieran que no podían dar un paso más y sentirían la tentación de dejar de caminar.
-En fin – me dijo – la dieta peregrina es muy amplia y nunca está cerrada, cada día van surgiendo nuevas cosas que le van dando sentido y hacen que vaya creciendo, porque nunca sabemos lo que ese día contribuirá a que sigamos aplicando nuestra dieta.
Aquello que me contó el peregrino, me gustó tanto que desde ese momento cada vez que voy al camino trato de seguir esa dieta peregrina y cuando llego a Santiago me siento algo más ligero, he ido dejando mis preocupaciones y he vaciado mi alma de las malas influencias que tenía antes de empezar.
En cambio, siempre acabo engordando, porque me voy cargando y se acumulan en mi cuerpo la felicidad de todas las acciones que realizo y siempre regreso con unos kilos más de amigos.