almeida – 5 de octubre de 2014.
Era el primer peregrino que llegaba al albergue en el que iba a comenzar una nueva vida en la que culminaría uno de esos sueños que se van gestando
durante mucho tiempo. Por eso deseaba que esa primera persona fuera alguien especial, alguien a quien recordaría durante tiempo sobre el resto de los peregrinos a los que iba a acoger.
Desde la calle que da acceso al albergue, Miguel levanto la mano como diciéndome que ya llegaba, pero él no sabia la sorpresa que le esperaba ya que antes de hacerle entrar en el albergue a pesar del frío que hacia en esos duros meses de invierno castellano, le mantuve varios minutos en la puerta en los que fui inmortalizando ese momento que para él resultaba toda una sorpresa.
Su compañero, venía un centenar de metros por detrás y esperamos a que llegara para que compartiera también ese instante, mientras les iba explicando el motivo de aquel recibimiento y parece que los dos se alegraron de ser los que inauguraban esta faceta nueva de hospitalero en el camino.
Cuando ya se hubieron aseado y acomodado, se acercaron hasta el lugar en el que yo me encontraba y comenzamos una distendida conversación como generalmente suelen hacer los peregrinos.
Agradecí enormemente aquel momento, porque llevaba en el albergue cuatro días y no había pasado nadie, era algo frecuente en los fríos días de febrero, pero yo había ido hasta allí para estar en contacto con los peregrinos y a pesar de ser consciente de las fechas que eran, comenzaba ya a añorar la presencia de alguien en el albergue.
Nada más comenzar la conversación, me di cuenta que Miguel era una persona diferente, había algo en él que no se apreciaba a simple vista, que lo hacía distinto, pero no lograba saber lo que era.
Me percaté que cuando le decía alguna cosa, él a los pocos minutos me preguntaba por lo mismo y no recordaba nada de lo que le había dicho, pero tampoco le di la mayor importancia.
En un momento que Miguel salió de la estancia, su compañero de camino con el que había coincidido dos etapas antes, me dijo que tenia un problema grave, le habían detectado un cáncer en la cabeza y le habían extirpado la zona afectada, por ese motivo, de vez en cuando tenía bastantes lagunas y era preciso con paciencia volver a repetirle las cosas, aunque a los pocos minutos, algunas de nuevo se le hubieran olvidado.
Ahora comprendía ese algo extraño que veía en él y no sabia a qué podía deberse, cada cosa, generalmente suele tener su explicación y en este caso lo comprendí perfectamente.
Cuando regresó Miguel, me interese porqué era peregrino, qué era lo que le había motivado la primera vez a hacer el camino y según me decía era ya como una droga que se había introducido dentro de él porque llevaba varios años en los meses de invierno haciendo diferentes caminos.
Me comento que años atrás, le habían hurgado en la cabeza, según lo explicaba, decía que tenia muchos pajaritos dentro y tenían que sacárselos, pero uno de ellos dejo una cagada que no se la habían podido quitar y a pesar que todas las personas conocidas, cuando le veían después de la difícil operación, le decían que le veían perfectamente, él sabia que no era así, que no estaba bien que había lagunas que antes no tenia y eso comenzó a preocuparle hasta el punto que le sumió en una profunda depresión de la que solo los más allegados estaban al corriente.
Su mujer, siendo consciente del cambio que se había producido en él, trató de buscar un remedio y consultó con los médicos qué era lo que ella podía hacer. Todos le dijeron lo mismo, que en el estado en el que se encontraba su marido, lo mejor era ponerse en manos de un buen profesional, solo un psicólogo podría sacarle de la cabeza eso que Miguel decía que tenia, esa mierda que uno de los pajaritos había dejado allí, porque la ciencia ya había hecho todo lo posible extirpando la zona afectada y esperaban que el mal no se reprodujera, pero para ello, Miguel tenia que colaborar y la depresión en la que se encontraba, no era el mejor remedio.
Cuando le propusieron a Miguel ir a la consulta del psicólogo, inicialmente no descartó la idea, pero cuando su mujer le dijo que le iban a cobrar cien euros por aquella consulta, ya no estaba tan dispuesto a someterse a ese profesional desconocido y así se lo manifestó a su mujer.
-Me voy a sentar en una mesa y al otro lado estará el medico ¿y que voy a decirle? – comentaba Miguel.
-Pero él puede ayudarte, te hará bien que le cuentes todo lo que sientes.
-Él, no va a poder sacar esa mierda que se quedo dentro – decía una y otra vez Miguel.
-Entonces vas a ir empeorando, hasta que llegue el momento que ni el medico ni nadie puedan ayudarte.
-Sabes que he pensado – dijo Miguel –que con esos cien euros, me voy a comprar una mochila y me voy a ir a hacer el camino, me han dicho que es el mejor sitio para que los pájaros se vayan de la cabeza.
-Tú estas loco y no sabes lo que dices –le comentaba su mujer un tanto alterada –en tu estado, la mayoría de los días no vas a saber ni dónde te encuentras.
-Lo tengo decidido, cada día te llamaré por teléfono y si en un momento me siento perdido o no consigo que los pájaros se vayan, me cojo un taxi desde donde me encuentre hasta la primera ciudad donde pueda coger un autobús y volver a casa.
Cuando la familia se enteró de los planes de Miguel, todos trataron de hacerle desistir de la idea que había ido concibiendo, pero todos los intentos fueron en vano ya que cada vez estaba más convencido de que eso era lo que tenía que hacer.
Desde el primer momento que puso sus pies en el camino, experimentó un cambio que no solo lo percibió él, también su mujer cuando le llamó por teléfono notó ese cambio y desde ese momento cada vez que hablaban era ella la que le animaba a seguir adelante.
Ese primer camino resultó algo especial y los médicos comprobaron que la terapia que se había auto impuesto Miguel era la más apropiada ya que la evolución estaba resultando muy positiva.
A ese primer camino, siguieron otros, siempre buscaba esos meses de invierno en los que la aglomeración de peregrinos en los caminos es menor y donde él experimentaba esa libertad que tanto deseaba y tanto necesitaba.
Ahora, cuando me comentaba sus sueños, ya iba planificando el futuro, esperaba que en un par de años su hija pudiera acompañarle y de esa forma, el camino sería algo muy especial, el mejor de todos los que había recorrido hasta el momento.
Me di cuenta que para Miguel, estar en el camino era su gran evasión, ese lugar en el que podía cargarse de la energía que necesitaba para seguir adelante y según me lo comentaba, estaba convencido que nada se interpondría en sus proyectos y muy pronto conseguiría echar de su cabeza esa mierda que un día dejaron los pajaritos y que tanto le había cambiado.