almeida – 16 de abril de 2014.

Lluis deseaba llegar ese día hasta Santuario, desde que comenzó su camino, en muchas ocasiones, le habían hablado muy bien de este lugar y deseaba conocerlo personalmente. Era de esas personas que no aceptan los estereotipos establecidos por otros y en aquellos casos que tenían buenos o malos comentarios de un sitio, decidía ir hasta allí para formarse su propia opinión prevaleciendo siempre su criterio.

Era uno de esos días que los peregrinos suelen detestar. El inclemente sol arrojaba sin ninguna compasión sus rayos y quienes caminaban bajo ellos comprobaban como su cuerpo se iba deshidratando con cada paso que daban.

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En otras circunstancias, con el calor que estaba haciendo hubiera finalizado su jornada una o dos horas antes, pero su deseo de llegar a Santuario hizo que sacara fuerzas de flaqueza para llegar.

Cuando por fin pudo estar frente a la puerta de Santuario, accedió al interior y vio al Maestro conversando con tres peregrinos. Saludó a todos los que allí se encontraban y tuvo la sensación que había pasado desapercibido ya que a su saludo no escucho ninguna respuesta.

El Maestro daba la sensación de encontrarse enfadado por la impresión que tuvo Lluis, en lugar de conversar les estaba reprimiendo de una forma cariñosa. Al parecer, uno de los peregrinos había comentado que siempre comenzaba a caminar una hora antes que saliera el sol y eso no le había agradado.

Trataba de hacerles ver lo importante que es respetar los horarios de sueño necesarios para que el cuerpo esté descansado; no solo ellos debían descansar también, era necesario que lo hicieran los que se encontraban en el mismo cuarto.

Insistía el Maestro, una y otra vez, sobre la necesidad de comenzar a caminar cuando el sol ya hubiera salido y rebasado el horizonte ya que si lo hacían antes, era posible que no vieran el camino y acabarían perdiéndose.

Lluis pensó que se había equivocado viniendo hasta aquí, que le importaría a aquel hombre si los peregrinos se perdían o no, o la hora a la que se levantaran. Todos los que estaban recibiendo aquella charla-reprimenda eran mayores de edad y sabían perfectamente lo que estaban haciendo.

Al ver que nadie le hacía caso, estuvo a punto de marcharse. Seguiría hasta el siguiente pueblo donde seguro que encontraría algún lugar para descansar y lo recibirían en otras condiciones.

Cuando se disponía a dar la vuelta para salir a la calle, el Maestro le dio la bienvenida, estaba tan enfrascado en la conversación que no se había percatado de su presencia.

Al verle sudando se levantó y le ofreció un vaso de agua, mientras, los tres peregrinos abandonaban el cuarto. Lluis se sentó en el sofá que habían dejado libe.

El Maestro se fue interesando por las condiciones en las que se encontraba. Le preguntó por su camino y quiso saber si estaba resultando como él esperaba antes de comenzarlo.

Con palabras suaves pero muy profundas, le fue explicando como veía él este camino de fe y todo lo que podía aportarle si sabía verlo. Todo cuanto decía le sonaba tan dulce que no podía comprender el cambio que se había producido en la conversación que estaban teniendo y la que había presenciado unos minutos antes.

Le ayudó con su mochila a subir hasta la primera planta, donde se encontraban descansando algunos peregrinos tumbados sobre las colchonetas que estaban extendidas en el suelo.

Cuando se enteró que Lluis no había comido, le dijo que se duchara y, mientras lo hacía, él le preparaba algo para comer.

El arroz y la ensalada le supieron a gloria y mientras Lluis comía con avidez en la esquina de una gran mesa, el Maestro se sentó a su lado y siguió conversando con el recién llegado.

Le razonó porque no comprendía a aquellos que comenzaban a caminar a las cinco de la mañana para llegar al final de su etapa a las diez o las once de la mañana. Se perdían las primeras horas del día porque caminan sin ver nada. Esas horas suelen ser las más hermosas para caminar, además, para comenzar a las cinco tienen que levantarse al menos media hora antes y como se levantaban medio dormidos y estaba oscuro y no veían nada mientras guardaban sus cosas en sus mochilas, despertaban a los demás interrumpiendo su sueño y su descanso.

Luego, en lugar de disfrutar de las horas de luz mientras caminaban, cuando abrían el albergue al que habían llegado tres o cuatro horas antes, como se encontraban muy cansados y con sueño, se pasaban gran parte de la tarde durmiendo.

Esos peregrinos, según el maestro, estaban haciendo otro camino, un camino muy diferente al que deben hacer y hacen la mayoría de los peregrinos.

Todo lo que decía el Maestro le parecía muy sensato a Lluis y acabo dándole la razón, comprendiendo entonces el enfado que mostraba cuando él llegó a Santuario.

El resto del día, Lluis observó como el Maestro estaba siempre pendiente de lo que necesitaban los peregrinos y vio la habilidad que tenía para integrar a todos en aquellas tareas que se hacen en común en Santuario: preparar la cena para todos los que allí se encontraban, poner la mesa, limpiar todo lo que se había utilizado, etc.

Tanto la cena compartida por todos los peregrinos, como el momento de oración y de reflexión que se celebraba cada noche en la pequeña capilla del piso superior, le parecieron a Lluis momentos muy íntimos y especiales. Estaba comenzando a sentir esa energía positiva que se respira en Santuario.

Se asombró que ningún peregrino se moviera de las colchonetas antes de las seis y como la mayoría habían descansado ocho horas, cuando se encontraron a la hora del desayuno en el gran comedor, todos comentaban que se sentían más descansados que ningún día a pesar de haber dormido sobre el suelo.

Ahora nadie tenía prisa por salir, todos deseaban escuchar las historias que el maestro les contaba y que parecía que no tenían fin. Una peregrina que se encontraba muy animada comenzó a cantar y el Maestro se unió a ella y la acompañó haciendo que gran parte de los peregrinos se incorporaran a aquella improvisada coral.

Cuando Lluis se despidió del Maestro, en lugar de decirle adiós, le dijo, hasta pronto y el maestro le respondió que volviera cuando lo deseara, aquella era ahora su casa y podía quedarse los días que deseara.

Cuando regresaba de Santiago, Lluis decidió pasar de nuevo por Santuario, aún disponía de algunos días libres y estuvo con el Maestro cuatro jornadas que son las que más recuerda de aquel camino.

En la primera ocasión que pudo reunir quince días de vacaciones, llamó al maestro para decirle que iba a ir a ayudarle, este le respondió que sería bien recibido ya que toda la ayuda que llegara la recibía como si fuera un regalo llegado del cielo.

Durante los días que Lluis estuvo en Santuario fue poniendo en práctica todo lo que había aprendido del maestro, incluso en alguna ocasión se vio reflejado en el, como en aquel lejano día en el que le vio por primera vez adoctrinando a esos peregrinos que estaban haciendo un camino diferente.

Ahora Lluis vuelve al menos dos veces cada año a disfrutar con los peregrinos que llegan a Santuario y a seguir aprendiendo todo lo que le enseña el Maestro; y se está convirtiendo en un discípulo muy aventajado.

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