almeida – 25 de agosto de 2014.

Isaac era un ser afortunado, tenía ese trabajo con el que siempre había soñado desde que tuviera uso de razón, se había convertido en un prestigioso veterinario que contaba con tres clínicas en diferentes países del Viejo Continente que daban empleo a más de cincuenta especialistas.

Las personas más relevantes de todos los países recurrían a sus servicios cuando alguno de sus pura sangre necesitaba al mejor profesional para que subsanara las dolencias que tenía. Isaac se desplazaba a cualquiera de los lugares donde era llamado. No se escatimaba en gastos ya que lo primordial era que el animal sanara y era de dominio público que las manos y los conocimientos de Isaac en ocasiones llegaban a producir verdaderos milagros.

Personalmente también estaba muy satisfecho de lo que le había proporcionado la vida. Seguía enamorado como el primer día de su mujer, que le había dado tres hijos que eran su alegría y de los cuales se sentía muy orgulloso. Trató de inculcarles desde muy pequeños todos los valores que para él resultaban fundamentales y podía presumir de haber conseguido lo que se proponía.

Pero a veces, el destino es caprichoso y suele jugar malas pasadas. Se le vino todo abajo cuando Andrea, su hijo pequeño, comenzó a sentirse mal y después de someterle a numerosas pruebas en el hospital, le dieron el resultado. El pequeño tenía un tumor en su cabeza, por lo que se veía en los análisis, daba la impresión que era maligno, pero era mejor que fueran los especialistas en neurología los que, con los análisis realizados y otros que podían hacer ellos, dieran un diagnóstico más concluyente.

Fue a la clínica que más especialización tenía en la dolencia de Andrea, se encontraba en una ciudad de Italia diferente a la que él vivía. Allí vieron las pruebas que le habían realizado, hicieron nuevas pruebas y no había ninguna duda, Andrea tenía un tumor maligno que era necesario extirpar cuanto antes, ya que se encontraba muy extendido y aunque no le daban ninguna garantía de poder salvar su vida, al menos tenían que intentarlo.

No era justo, solo había vivido siete años, tenía toda su vida por delante y no iba a poder disfrutar de ella. Se preguntaba por qué le había ocurrido a él, pero por más preguntas que se hacía, no encontraba ninguna respuesta y lo que era peor, no había nada ni nadie que pudiera consolarle.

Ahora sabía que el tiempo jugaba en su contra y debía actuar con la mayor rapidez, no podía demorarse ya que cada día que pasara el mal se iría extendiendo y podía llegar a ser irreversible.

Buscó los mejores especialistas que hubiera en el mundo para tratar la dolencia que tenía su hijo, sabía que a veces esa pequeña diferencia en medios y en conocimiento puede resultar clave para salvar una vida. En su profesión lo había experimentado en numerosas ocasiones.

Todos los amigos y especialistas a los que recurrió coincidieron en que el hospital judío Monte Sinaí de Boston era donde más avances había para tratar la dolencia de su hijo, era el lugar más caro, pero también contaba con los mejores medios y sobre todo con los mejores profesionales.

No escatimó ningún medio, la vida le había dado mucho y ahora era el momento de emplearlo en el mejor de los fines a los que podía destinar sus bienes.

Tramitaron el ingreso de Andrea en el hospital americano y con su mujer y el pequeño se desplazó hasta allí. Se alojaron en uno de los mejores hoteles de la ciudad, aunque se pasaban la mayor parte del día en el hospital, donde nuevas pruebas prepararon al pequeño para la intervención a la que tenía que someterse.

Fueron muchas las horas que Andrea permaneció en el quirófano. Isaac y su mujer deambulaban por la sala de espera tratando que los minutos fueran transcurriendo, pero lo hacían con tal lentitud que llegaron casi a desesperarse.

Isaac rezó e imploró a su Dios por la vida de su hijo, en la desesperación en la que se encontraba hizo mil promesas si su hijo se llegaba a curar, la mayoría de ellas se le fueron olvidando, pero hubo una que se quedó muy grabada en su memoria.

Isaac, aunque vivía en Italia, había nacido en Polonia, recordaba haber visitado en alguna ocasión el santuario donde está la virgen más venerada de su país, nuestra señora de Czestochowa, se encomendó a ella diciendo que si Andrea se salvaba, iría caminando en peregrinación hasta Roma para agradecer su intercesión, luego lo pensó mejor y alargaría su peregrinación hasta Santiago, así sería más duro su peregrinaje. Además lo haría sin ningún medio económico, dejaría todo el dinero y las tarjetas de crédito en su casa, ni siquiera llevaría nada para los imprevistos o las urgencias que pudieran surgir, ese sería su compromiso. Aunque no era creyente, pidió este deseo e hizo su promesa con una devoción que hasta para él resultaba desconocida.

Cuando los cirujanos salieron del quirófano, uno de ellos, el que había dirigido la operación, fue a verles, no quiso ocultarles nada, les dijo que habían conseguido atajar parte del tumor, pero no podían darles muchas esperanzas, tenían que estar preparados para lo peor ya que el temido desenlace podía producirse de un momento a otro.

Había una pequeña esperanza, estaban experimentando con unos nuevos fármacos, pero no tenían ningún resultado que les permitiera concebir esperanzas, no les podían dar ninguna garantía, el tumor se encontraba muy extendido y tenían serias dudas que pudiera dar algún resultado.

Isaac le dijo que no iban a perder nada, si no había esperanza para Andrea, ¿que podían perder? Dieron su consentimiento para que experimentaran esos nuevos fármacos con su hijo y que fuera la voluntad de Dios.

Dos meses después de la intervención, los médicos estaban sorprendidos, habían probado el nuevo tratamiento con varios enfermos en las mismas condiciones que Andrea y en ninguno de ellos había funcionado, pero Andrea estaba experimentando una mejoría inexplicable.

La esperanza volvía de nuevo a aquellos padres angustiados, que después de esa primera buena nueva, comenzaron de nuevo a tener esperanzas, veían la luz al final del túnel y ahora cada día era un motivo de alegría ya que la mejoría estaba siendo ostensible cada día que pasaba.

Finalmente, los resultados de las pruebas no ofrecían ninguna duda, Andrea se había recuperado por completo. Fue tanto el júbilo de aquellos padres y del equipo médico, que no pudieron ocultarlo y varios medios de comunicación locales se hicieron eco de la recuperación del pequeño cuando ya se había perdido toda la esperanza y dieron la noticia en sus medios haciendo un despliegue informativo muy importante.

Isaac comenzó a pensar en la promesa que había realizado aquella noche en la desesperación en la que se encontraba, no sabía hasta que punto aquellas palabras que pronunció tuvieron algo que ver en la curación de Andrea, pero no habían caído en saco roto y él siempre cumplía sus promesas, solo tenía que buscar la época en la que menos trastornos le ocasionara.

Había estado cuatro meses ausente y el trabajo se había ido acumulando, aunque en las clínicas contaba con buenos profesionales que podían hacerse cargo de cualquier contratiempo, siempre había algunos casos de buenos clientes que solicitaban que fueran tratados por Isaac y los menos urgentes, los habían ido posponiendo hasta que este regresara.

Le hubiera gustado comenzar a cumplir su promesa inmediatamente, cuando estuviera seguro que su hijo se había recuperado por completo, pero siempre había algo que hacía que tuviera que posponer su salida. Estaba preparado para comenzar a caminar a principios de primavera, los días serían más largos y sobre todo la climatología sería más suave, pero de nuevo unos compromisos laborales le obligaron a posponerlo no pudiendo comenzar hasta finales de otoño.

Esa era la peor época para comenzar, era consciente de ello, el frío y la lluvia serían sus compañeros permanentes de camino. Pensó que de esa forma, aunque sufriera mucho más, su peregrinación tendría aún más mérito y su promesa sería más valorada sobre todo por él.

Fue preparando todas las cosas que pensaba que iba a necesitar, debía meditarlo muy bien ya que lo que no llevara no podría comprarlo y dependería de la caridad de la gente o de lo que le deparará el destino. Tuvo especial cuidado a la hora de elegir la mochila, debía ser muy resistente, también la tienda de campaña en la que iba a dormir debía ser cómoda y poco pesada, pero sobre todo las botas que debían de soportar millones de pisadas tenían que ser muy cómodas y fuertes.

Tuvo muchas dudas, pero al final se decidió a que Leo le acompañara. Recogió de la calle a este perro cuando solo era un cachorro que estaba a punto de morir y fue Isaac quien lo amamantó cada día hasta que estuvo fuera de peligro.

Cuando Isaac se ausentaba de casa, habían observado que Leo no comía, tenía que recibir su comida de manos de su dueño y amigo. Cuando estaba fuera uno o dos días, no pasaba nada, pero tanto tiempo fuera, tenía miedo a que en su ausencia el animal no ingiriera ningún alimento y muriera.

Aunque suponía una contrariedad, no le quedaba más remedio que llevarle con él. En el avión le llevaría en una caja especial para trasladar animales y luego iría con él a todos los sitios que Isaac recorriera, sería su compañero y su amigo con quien compartiría esta aventura.

Se despidió de los suyos, que le acompañaron hasta el aeropuerto, fue muy especial y sentido el abrazo que le dio a Andrea, era el responsable de aquella aventura que iba a comenzar, pero se sentía tan feliz de poder hacerlo y sobre todo saber que cuando llegara a su meta, el pequeño le estaría esperando.

El avión le dejó en Varsovia y haciendo auto stop se desplazó hasta Cracovia, empleó casi un día entero en recorrer la distancia que separaba la capital del santuario, pero no resultaba fácil que le cogieran, sobre todo viajando con su perro.

Cuando llegó al monasterio de Jasna Gore, dejó a Leo a la entrada del templo y accedió hasta donde se encontraba la imagen de la virgen negra. Allí, delante de ella, su mente viajó a aquel día en el que tanto imploró su intercesión para que su hijo se salvara, ella había cumplido y ahora era él quien debía cumplir también su parte del trato.

Leyó algunas cosas que hablaban sobre esta imagen tan venerada y le llamó la atención que en algún sitio ponía que también era conocida como “Hodjetria” que significa “La que muestra el camino”. Aquello era una premonición, ella le iba a mostrar el camino que iba a seguir, sería su guía y estaba convencido que con su protección, la empresa que iba a afrontar le permitiría culminarla con éxito.

Ese primer día de su camino, cuando de forma inconsciente fue a comprobar la hora que era, se percató que en su muñeca llevaba uno de los Rolex de oro que utilizaba habitualmente, era muy aficionado a los relojes y tenía varios de gran calidad. Pensó que no era lógico que alguien que iba a hacer el camino en las condiciones que él lo hacía, llevara aquel lujo en su mano, por lo que se lo quitó y lo guardó en el fondo de su mochila, se arreglaría bien sin él.

Antes de llegar a España tenía que recorrer media docena de países. Hasta llegar a Francia fue todos los días solo, en este país comenzó a encontrase algunos peregrinos que también buscaban el occidente y tenían la misma meta que él, ahora dejaría de estar solo como le había ocurrido la mayor parte del tiempo.

Fueron muchas las vicisitudes y los contratiempos que tuvo que superar, pero uno de los más duros fue cuando estaba cruzando los Alpes, donde una fuerte ventisca acabó por desgarrar su tienda de campaña haciéndola inservible.

Ahora tenía que arreglarse con su saco, se metería en él y dormiría al raso, contemplando el manto celestial que había sobre su cabeza. Cuando el tiempo estaba revuelto, buscaba el cobijo del pórtico de una iglesia o un lugar resguardado que le proporcionaban las autoridades de los pueblos por los que pasaba.

Cuando llegó a Santuario, ya le quedaba menos de un mes de camino, sentía muy cerca la meta y me hablaba de la alegría que esperaba sentir cuando llegara y pudiera abrazar a su pequeño, cuando lo hacía los ojos le brillaban de una forma muy especial.

Le dije que quería saber lo que había sentido al ver cumplida su promesa y se comprometió a llamarme para contármelo.

Un mes más tarde recibí la llamada de Isaac, su voz sonaba muy emocionada, percibía la alegría en todo lo que me estaba diciendo.

Me comentó que después de marchar de Santuario, las dos semanas siguientes fueron muy cómodas para él ya que el Camino no ofrecía excesivas dificultades y los días eran más largos con una climatología muy buena, pero después de pasar los Montes de León, comenzó a sentir mucha ansiedad por llegar, la cercanía de la meta hizo que creciera su impaciencia y en ocasiones recorría distancias muy largas que le produjeron alguna que otra lesión, pero sabía el premio que le esperaba cuando llegara a la meta y no quiso detenerse ningún día para recuperarse.

Cuando desde Monte del Gozo vio en el horizonte las agujas de la catedral compostelana, el gozo que él experimentó fue superior al que todos los peregrinos que le habían precedido sintieron en aquellas circunstancias.

Los cuatro kilómetros que le separaban de su meta, quiso recorrerlos muy despacio. En esa hora escasa, volvió de nuevo a revivir el camino que había recorrido, tantas horas y tantos días concentrados en un puñado de minutos.

Según se iba acercando a la plaza del Obradoiro, la imagen de Andrea era la única que ocupaba su mente. Cuando accedió a la plaza, allí estaban su pequeño y su mujer.

Al verle, fueron corriendo a su encuentro y se abrazaron. Lloraron de alegría mientras Isaac no se cansaba de besar la cara del pequeño.

Entraron en el interior del templo y cuando tuvo ante él la imagen del apóstol, también lloró, algunos que pasaban a su lado quizás imaginaron la devoción con la que aquel peregrino estaba postrado ante el discípulo de Jesús y no les faltaba razón, porque Isaac había comenzado a creer en esa providencia y en ese destino que habían dado un cambio tan grande a su vida.

Su mujer le había traído ropa, los harapos que llevaba le hacían parecer un mendigo, pero como había adelgazado mucho, nada de lo que ella le traía le sentaba bien.

Fueron al hotel que ella había reservado y mientras Isaac se bañaba, intentó recordar cuando era la última vez que había estado en una bañera. Disfrutaba sintiendo como el agua caliente le iba despojando de toda la suciedad que se había ido acumulando en su cuerpo después de las inclemencias y penalidades que había pasado.

Su mujer se acercó hasta una tienda para comprarle una camisa, unos pantalones, zapatos y todo lo necesario para que comenzara a ser el mismo de siempre, debía volver a la normalidad cuanto antes.

Los tres se fueron a cenar, reservaron una mesa en el mejor restaurante de la ciudad ya que se merecían ese pequeño homenaje.

El pequeño observaba algo incrédulo a su padre, nada más verlo a su llegada, apenas le reconoció, le veía muy cansado, estaba mucho más delgado y sobre todo siempre recordaría la imagen de mendigo que tuvo al verle, pero ahora ya comenzaba a ser como él le recordaba antes de que se fuera a andar.

Esa noche, cuando se acostó, no podía conciliar el sueño, se sentía incomodo en la cama y tuvo que acostarse sobre la alfombra donde por fin se quedó dormido.

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