almeida – 28de septiembre de 2014.

Una de las cosas que más valoro que siempre me ha aportado el camino, son esos largos momentos en los que la soledad te permite llegar a ese estado en el que vas conociéndote mejor a ti mismo. Los momentos de reflexión en los que tratas de dejar la mente en blanco pero siempre surgen esos pensamientos que hacen que profundices seguramente en tu alma hurgando en esos rincones que se encuentran casi ocultos y en los que se guarda la realidad de quienes somos, son los que hacen que lleguemos a aprender las cosas que en ningún otro lugar se pueden enseñar.

La riqueza de esos momentos es la que hace que cuando terminamos nuestro camino nos sintamos enriquecidos personalmente y solo quienes hemos peregrinado en alguna ocasión, podemos llegar a comprenderlo.

Por eso, cada vez que me encuentro en un albergue recibiendo a los peregrinos que llegan a él, trato de no romper esa meditación permanente que algunos parecen llevar, incluso cuando han terminado su jornada y llega el momento de compartir con los demás.

Generalmente es el peregrino el que cuando siente la necesidad de compartir sus sentimientos busca con quién hacerlo y sobre todo cuándo debe hacerlo, solo hay que dejar que surja ese momento.

Me encontraba en uno de esos albergues en los que el peregrino es siempre lo más importante y desde el momento que llegan tratas que se encuentren lo mas cómodos posible, por lo que una vez que les pones al corriente de lo que pueden necesitar en el albergue les dejas que descansen y sobre todo, disfruten de su estancia.

El patio del albergue es el lugar en el que mas tiempo pasan ya que la verde hierba y la sombra de los árboles permiten encontrar ese relax que tanto necesitan.

Cuando esto ocurre, suelo estar sentado a la puerta del albergue o en la sala donde se recepciona a los peregrinos porque siempre hay necesidades que se deben atender, aunque la mayoría solo desean retozar imbuidos en sus pensamientos y sobre todo saboreando las cosas buenas que les ha aportado la jornada que acaban de finalizar.

Paco, era uno de esos peregrinos que habían llegado al albergue, como la mayoría, se encontraban en el patio, pero él deseaba compartir su camino y cuando me vio sentado se acerco hasta donde me encontraba.

-Por el perfil, veo que la etapa de mañana pica hacia arriba, ¿es muy dura? – me preguntó.

-Solo hay un tramo muy exigente, de unos doscientos metros, el resto es mas suave y para mi es una de las etapas más bonitas del camino – le dije.

-Es que tengo que ir con cuidado, no puedo hacer grandes esfuerzos.

-No te preocupes – respondí – a pesar que las guías la ponen como una de las etapas más exigentes, si se hace con calma se puede hacer muy bien.

-Es que me acaban de operar de tres hernias discales y estoy haciendo el camino a pesar de las recomendaciones que no lo hiciera y no quiero pasarme.

Enseguida me di cuenta que Paco estaba deseando contarme su historia y como a mi me gusta escuchar las historias de los peregrinos, le animé a que lo hiciera.

Paco comenzó contándome que su vida era normal hasta que tuvo un accidente bastante fuerte que le afectó a su columna. Le quedaron dañadas tres hernias discales de las que tenían que operarle, era una intervención delicada, pero no había más remedio que hacerla.

Vivía en un pueblo de Andalucía y le dijeron que el lugar donde más garantías le daban era un hospital que había en Madrid, por lo que después de hacer todos los trámites, se desplazo a la capital donde le intervinieron.

Según me confesaba, lo peor fue el postoperatorio ya que tuvo que estar seis meses inmovilizado, para que me pudiera dar cuenta de cómo había sido, saco de su cartera varias fotos que se encontraban ya un tanto desgastadas. Imaginé que no era el primero ni sería el último al que le había contado su historia.

Las fotos eran estremecedoras, con un collarín y una escayola, se percibía como de cintura para arriba, incluso parte de su cabeza, se encontraba completamente rígida para evitar que cualquier movimiento dañara la zona que se encontraba afectada por la intervención.

Según me confesó, fueron meses muy duros, ya que por su mente pasaban imágenes estremecedoras, se veía inválido para el resto de su vida y era una sensación que no podía apartar de su mente por más que se lo propusiera.

A pesar de los ánimos que le daban sus familiares, Paco no podía quitar la imagen en la que se veía en una silla de ruedas, era algo que llegó a convertirse en una obsesión y constantemente se lamentaba de su mala fortuna.

Una de las personas que más le animó, fue un sobrino que estuvo con él una semana en el hospital, trataba de que viera la parte positiva de aquella situación diciéndole que saldría adelante y una vez que superara aquel percance se daría cuenta que podría enfrentarse a todo lo que la vida le pusiera por delante, en una ocasión incluso llegó a decirle que cuando se recuperara, realizarían juntos el Camino de Santiago.

Paco había oído hablar alguna vez de ese camino, pero nunca se había interesado por él, aunque desde ese momento se fue convirtiendo en un sueño o quizá en una obsesión y solemnemente le prometió a su sobrino que si se recuperaba y podía volver a caminar, recorrería ese camino en un acto de fe.

Cuando le retiraron todos los vendajes y las protecciones, los médicos fueron examinando la zona afectada y viendo la respuesta a los estímulos que le aplicaban, le comentaron que a pesar que todavía era pronto para una valoración general, se mostraban confiados con el resultado que se había obtenido.

Cuando le dieron el alta en el hospital, regresó a su pueblo y fue siguiendo de forma concienzuda la rehabilitación que le habían aconsejado, lo hacía pensando en esa promesa que se había hecho en el hospital, ahora en su mente solo estaba el camino, lo recorrería como agradecimiento por el resultado que había tenido.

Cuando comunicó sus intenciones a sus más allegados, no solo su familia trató de hacerle desistir de aquella locura, también los médicos que hacían seguimiento de su evolución, le advirtieron sobre los riesgos que tenia la locura que quería hacer. Su espalda no soportaría la dureza del camino y menos aun, hacerlo cargado todos los días con una mochila en la que llevaría sus cosas.

Pero Paco, creía que en su curación algo tenía que ver su promesa y no deseaba incumplirla, tomaría todas las previsiones, incluso fabricó una mochila especial para que  le causara el menor daño y llevaría solo lo indispensable con lo que reduciría el peso a lo mínimo.

Seis meses después de salir del hospital fue la fecha elegida para comenzar esa aventura con la que saldaría la promesa que hizo en los momentos más difíciles de su enfermedad y cuando llegó el momento se despidió de todos y se puso en camino.

Para Paco, su peregrinación comenzaba en su pueblo, aunque se desplazara hasta Roncesvalles en autobús, en el momento que salio de su casa comenzó a cumplir su promesa.

En el trayecto de autobús hasta Madrid, hubo varios momentos en los que se planteó si estaría haciendo lo correcto y reconocía que le surgió más de una duda y en algún momento de flaqueza llego a pensar que tenían razón los que le habían aconsejado que no lo hiciera y valoró la opción de volver una vez que llegara a Madrid, aunque se impuso ese acto de fe que se había formulado en la sala de aquel hospital.

Al llegar a Madrid, debía desplazarse en metro hasta otra estación en la que cogería el autobús a Pamplona y cuando llevaba recorrida la mitad del trayecto, inexplicablemente, el metro se bloqueo y todos los pasajeros debieron abandonar la estación y salir a la calle.

No es frecuente este suceso, por lo que de nuevo Paco volvió a imaginarse que aquello eran señales que estaba recibiendo para descartar su proyecto, no sabia qué pensar ya que en su cabeza se agolpaban infinidad de pensamientos que le resultaban contradictorios.

Siguiendo a los demás pasajeros, fue ascendiendo por las escaleras que le conducían a la calle y cuando llego al exterior, lo primero que vio fue el hospital en el que le habían intervenido. Aquello solo podía considerarlo como una señal de que estaba haciendo lo correcto y por eso siguió adelante.

-también podía haber sido lo contrario – le dije – que la señal te dijera que si lo intentabas podías volver a ese sitio.

-Si, eso también lo pensé – me dijo – pero entre las dos opciones la que más claro veía era que debía cumplir mi promesa y seguí adelante.

-¿Y como lo estás llevando, has tenido molestias?

-Todo lo contrario, – me confesó – desde el primer momento que comencé a caminar en Roncesvalles, he notado una mejoría asombrosa, se que estoy haciendo lo correcto y cada día me encuentro mejor.

Pensé que ese acto de fe con el que Paco estaba haciendo su peregrinación, permitiría que ésta llegara a buen fin y cuando hubiera saldado su deuda, como le había asegurado su sobrino afrontaría con garantías todo lo que afrontara en su vida.

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