almeida – 8 de diciembre de 2014.
Por las mañanas, en el albergue, da la sensación de que todos esperan a que se dé el pistoletazo de salida. Siempre hay un peregrino que es el primero en levantarse y pone en marcha la maquinaria que hace que en poco tiempo contagie a los demás. Es como la primera pieza de ajedrez que se desploma y en su caída va arrastrando a las demás. El peregrino va echando al resto de sus literas. Contagia primero a los de las literas más próximas que, tratando de no hacer ruido, guardan sus pertenencias en la mochila y comienzan un efecto multiplicador que al poco rato todos se afanan por no ser los últimos en dejar el albergue. Aunque siempre hay algunas excepciones a las que ni un terremoto logra hacer moverse de las literas en las que están. Son los que caminan sin prisas. Aquellos que tampoco se apresuran en terminar la jornada. Son los verdaderos afortunados, quienes disfrutan plenamente del camino.
Los preparativos para la nueva jornada merecen un capítulo aparte ya que son dignos de un exhaustivo estudio. Algunos peregrinos son muy metódicos y por qué no, también un poco maniáticos. Deben hacer una serie de ejercicios o, siguiendo un procedimiento establecido, realizar unos gestos y rituales que llegan a convertirse en una manía. Otros se afanan por ordenar todo lo que llevan en la mochila poniendo cada lazo y cada correa como ellos consideran que debe estar, los hay también que a la hora de dejar el albergue deben hacerlo con un pie o un ritual establecido.
Las caras somnolientas siguen presentando un aspecto cansino y, a pesar de las abluciones matutinas o ese lavado urgente para quitar las legañas y asentar los pelos que se mantienen rebeldes después de una postura y una presión mantenida durante las últimas horas, deambulan como tratando de ubicarse y recordar el lugar en el que se encuentran.
El desayuno debe ser el alimento más importante de la jornada ya que debe acumular las energías que carguen nuestro cuerpo para afrontar con garantías la etapa, esas energías que se irán perdiendo a lo largo de la mañana. Aunque en ocasiones algunos desayunos que se ven en la cocina hacen que más de un estómago se revuelva por lo que tratan de hacerle ingerir.
Pero sobre todo, por las mañanas destaca la sonrisa que muestran los peregrinos. No importa el cansancio del día anterior y tampoco preocupa la dureza de la jornada que van a afrontar. Los gestos y las muestras de alegría que ofrecen se transmiten a través de su sonrisa. Sonríen a los peregrinos que van a acompañarles en esta nueva etapa, sonríen al hospitalero agradeciendo la acogida con la que han sido obsequiados y sonríen de una forma muy especial cuando con un fuerte abrazo se van despidiendo de las personas con las que han convivido durante quizá poco tiempo y que probablemente sus vidas no vuelvan a cruzarse.
La sonrisa es el abrazo del alma. Somos obsequiados cada mañana con cientos de abrazos, esa sonrisa con la que despiden al hospitalero hace que éste se sienta satisfecho por el deber cumplido y por haber ofrecido desinteresadamente lo que los peregrinos deseaban encontrar al llegar al albergue. No solo un lugar acogedor, limpio y con más o menos infraestructuras, sino esa acogida que ha tenido su alma y la paz y la tranquilidad que han encontrado queda recogida y expresada en esa sonrisa tan hermosa con la que los peregrinos obsequiamos a los demás cada mañana.