almeida – 8 de enero de 2015.
Isaac caminaba por un pueblo francés, cada día que pasaba, su ánimo iba en aumento ya que una vez que cruzará los Pirineos se encontraría ante la última etapa de su largo camino.
Era una etapa de mil kilómetros que a otros podía asustar, pero para él era como un paseo después de los seis mil kilómetros que llevaba recorridos.
El tiempo comenzaba a ser bueno, en mayo los días se alargan de una forma considerable y como habitualmente el tiempo le estaba respetando, caminaba de una forma más distendida. También su perro Leo se encontraba más contento que los días que tuvieron que cruzar los Alpes, donde las nieves no se habían derretido del todo y hubo días especialmente complicados.
Como solía hacer cada vez que llegaba a una población en la que tenía previsto quedarse a descansar, se acercaría hasta la iglesia o al puesto de la policía local, para que le proporcionaran algún sitio donde pasar la noche.
En esta ocasión vio que la torre de la iglesia, que destacaba sobre la mayoría de los tejados de las casas, estaba a unos doscientos metros de donde él se encontraba y se dirigió hacia ella.
El cura se encontraba cultivando un pequeño jardín que había en uno de los laterales de la iglesia, al verle acercarse levantó la cabeza y dejó lo que estaba haciendo, acercándose a la valla por donde Isaac tenía que pasar.
Era un hombre de unos cincuenta años, bien parecido que vestía de forma elegante, si no fuera por el alzacuellos que le delataba, podía pasar por uno más de los vecinos de aquel pueblo.
—Buenas tardes —dijo el sacerdote cuando Isaac se encontraba a media docena de metros.
—Buenas tardes —respondió Isaac.
—¿Eres un peregrino?, por aquí de vez en cuando pasa alguno que se dirige a Compostela —preguntó el cura.
—Yo también me dirijo hasta allí —respondió Isaac.
—Pues si lo deseas, puedes quedarte a descansar —propuso el cura.
—Es lo que necesito y lo que estaba buscando, pero voy con mi perro —dijo Isaac señalando a Leo.
—No importa, en la casa hay espacio en el jardín para que él pueda encontrarse cómodo. Espera un momento que termino lo que estoy haciendo y te acompaño —propuso el sacerdote.
Se fue hasta las plantas en las que estaba ocupado cuando Isaac apareció por el fondo de la calle y recogió los tallos de las plantas y las hojas que había cortado y fue amontonándolas en el centro del jardín, luego guardó cuidadosamente en una caja las herramientas que había utilizado.
Isaac se desprendió de su mochila que dejó apoyada sobre la valla y observó como el sacerdote se afanaba por terminar lo que estaba haciendo.
Cuando guardó las cosas en un cuarto donde Isaac imaginó que estaban las herramientas que empleaba en el jardín, se acercó a donde Isaac se encontraba mientras se daba varias palmadas en las manos como si tratara de sacudirse algo de tierra que se había quedado entre los dedos comentó:
—Bueno, ya está, podemos ir hasta casa.
Isaac se colgó nuevamente a los hombros su pesada mochila y se puso a caminar al lado del sacerdote, su perro les seguía unos metros más atrás.
—¿Vienes desde muy lejos? —preguntó el sacerdote.
—¡Sí!, he salido desde el santuario de la virgen de Czestochowa en Polonia, como puedes ver, he recorrido toda Europa —comentó satisfecho el peregrino.
Los ojos del sacerdote se abrieron como si quisieran salirse de las orbitas, mostró un gesto mezcla de sorpresa y de admiración.
—Pues tienes que contarme como ha sido tu peregrinación, me interesa mucho ya que me imagino que tiene que estar siendo una experiencia única —propuso el sacerdote.
Quince minutos después, llegaron ante una gran casa, a Isaac le pareció magnifica. Tenía dos plantas y daba la impresión, viéndola desde el exterior, que los cuartos tenían que ser muy amplios ya que calculó que cada planta contaba con más de trescientos metros cuadrados construidos.
Accedieron por una pequeña puerta que daba a un gran patio, contaba con una vegetación abundante, predominaban las plantas de decoración y algunos árboles frutales. También el césped se encontraba muy bien cuidado, trató de imaginarse las horas que el sacerdote dedicaría diariamente a atender aquel lugar que resultaba muy acogedor.
El sacerdote mostró a Isaac una amplia cochera en la que en algunas ocasiones solía guardar su vehículo, sobre todo en los meses de otoño e invierno. Estaba cubierto y la gran puerta por la que se accedía al interior permanecía abierta.
—¿Te parece bien este sitio para el perro?, como puedes ver, está cubierto, aunque tampoco da la impresión de que vaya a llover y como la puerta se deja abierta, si el perro lo desea, puede salir a corretear por el jardín.
—Es perfecto —dijo Isaac.
Le fue diciendo a Leo que esa noche iba a dormir allí y vendría de vez en cuando a verle. Mientras, sacaba el cuenco donde el animal comía y de una bolsa tomó dos puñados de comida que los puso sobre el cuenco.
Como Isaac había imaginado, la casa era muy amplia. En la plata baja había un gran salón y en las paredes una librería acogía cientos de volúmenes que estaban perfectamente ordenados y clasificados.
Fueron a uno de los cuartos que había en la planta baja, por su mobiliario y la decoración, que eran más modestas que lo que había visto en el resto de la casa, se imaginó que debían ser del servicio con el que contaba el sacerdote, aunque daba la sensación que hacía tiempo que no había sido ocupado de forma permanente.
Le mostró el cuarto de baño donde había una gran bañera que era lo que en esos momentos más necesitaba para relajarse con el agua caliente. El sacerdote le dijo que podía darse un baño, mientras, él iría preparando alguna cosa para comer pues ya era tarde y debía encontrarse hambriento.
Isaac pensó de nuevo en la providencia, cada día que pasaba creía más en ella, desde que estaba haciendo el camino, solía aparecer cuando más lo necesitaba, siempre surgía esa alma caritativa que te ofrecía lo que necesitabas alegrándote el día.
Fue despojándose de la ropa que llevaba mientras abría el grifo del agua caliente para que fuera saliendo por la alcachofa de la ducha. Pronto el baño se fue cubriendo de vapor, Isaac acercó su mano al grifo y fue regulando con el del agua fría hasta que la temperatura era la que él deseaba.
Inconscientemente corrió las cortinas que rodeaban el baño, luego pensó en la estupidez que acababa de hacer, pero se justificó diciendo para sí que era la fuerza de la costumbre la que había actuado por él.
El agua salía caliente y según se deslizaba por todo su cuerpo iba sintiendo esa sensación tan agradable que se produce cuando sientes como va desprendiendo hasta la más mínima mota de suciedad que se había ido adhiriendo a su piel.
Se encontraba tan ensimismado en sus pensamientos y en las sensaciones que estaba teniendo que Isaac no se percató de nada de lo que estaba ocurriendo en el cuarto y tampoco escuchó nada, hasta que al sentir como se descorría la cortina del baño se asustó, no esperaba que hubiera nadie más allí.
Allí, frente a él, se encontraba el sacerdote que estaba completamente desnudo. Isaac se quedó petrificado, no podía ni moverse y aprovechando la sorpresa que había producido, el sacerdote se introdujo dentro de la bañera.
Cuando se dio cuenta de lo que estaba pasando, Isaac dio un salto y salió de la bañera, como se encontraba mojado, estuvo a punto de dar un traspié, pero se agarró a algo y consiguió mantenerse en pie. Buscó algo para defenderse, pero allí no había nada, solamente vio una botella de cristal llena de colonia que agarró con fuerza y en plan amenazante hizo como que se la lanzaría al menor movimiento.
Cogió la ropa que acababa de quitarse y fue guardando todo en su mochila mientras se iba vistiendo de una forma un tanto atropellada y como pudo, como si el diablo le persiguiera, salió al jardín donde Leo se sorprendió al verle con tanta prisa.
No quiso quedarse en aquel pueblo y caminó varias horas hasta que se adentró en un bosque donde buscó el sitio más resguardado para extender su saco de dormir y tratar de descansar y conciliar el sueño.
Pensó en la seguridad que le ofrecía el bosque donde había unas reglas entre quienes lo ocupaban y todos las cumplían con escrupuloso respeto.