almeida – 28 de julio de 2014.
Desde el primer momento que puse mis pies en Santuario, me di cuenta que la pequeña capilla en la que por las noches se reúnen los peregrinos para meditar sobre el Camino que están realizando y donde se celebra una oración, era un lugar muy especial y lo consideré el más sagrado de la casa.
Quizá fuera la sencillez con la que estaba concebido, ya que carecía de todo lujo y decoración, porque era donde el Maestro, después de hacer la limpieza cada día, dedicaba unos minutos para que la armonía del lugar resultara perfecta.
En algunas ocasiones le traían hermosas flores que alguien había cultivado y también en el jardín de Santuario había unos rosales que producían unas rosas con mucha fragancia y eran muy vistosas; pero nunca vi ninguna de ellas en el interior de la pequeña capilla. Al Maestro le gustaba ir a dar un paseo por el campo y recoger un manojo de flores silvestres y las ponía en un jarrón en el centro, de esa forma no rompían la armonía de aquel sencillo lugar.
Alguna vez, creo que yo, llegué a comentar, y si no fue así al menos lo pensé, que la capilla era un pequeño Santuario en el interior de Santuario.
Siempre accedía a su interior descalzo, no le gustaba al Maestro profanar aquel lugar con la suciedad que se suele acumular en las suelas de las zapatillas. Recuerdo una ocasión, fue uno de mis primeros días allí, que subí a preparar todo antes que lo hicieran los peregrinos. Dejé mis sandalias a la puerta y pensé que al verlas los demás harían los mismo.
Me entretuve algo más de lo normal preparando las cosas, cuando me di cuenta, ya casi todos los peregrinos habían accedido al interior y comprobé que todos tenían puestas sus sandalias o sus zapatillas. Tuve que pedirles que se descalzaran y dejaran fuera su calzado, si lo hubiera presenciado el Maestro, creo que no se hubiera sentido muy cómodo.
En el tiempo que estuvo fuera el Maestro, nunca se produjo una situación de extrema necesidad para acoger a más peregrinos de los que podían caber en los tres cuartos que se habían dispuesto para ellos. Creo que pensé que esto podía suceder en algún momento, pero no le di mayor importancia, pues Santuario era muy grande y si se llenaban los tres cuartos estaban los pasillos, el comedor, la cocina, los cuartos de los hospitaleros, la despensa e incluso los baños, donde podía habilitarse un sitio para que pudieran descansar; pero nunca se me paso por la mente profanar la pequeña capilla alojando en ella a peregrinos que no contaran con sitio.
Tiempo después, cuando ya vino el Maestro, en una ocasión estábamos comiendo varios peregrinos en la mesa del comedor, una de las peregrinas le preguntó al Maestro si se había llenado en alguna ocasión Santuario y se había visto obligado a tener que decirles a los peregrinos que no había sitio para nadie más.
El Maestro nos comentó que en una ocasión llegaron más de cien peregrinos, normalmente solían acceder hasta allí entre veinte y treinta peregrinos, aquella cantidad excedía de todas las previsiones que se pudieran pensar porque significaba triplicar la capacidad normal a la que estábamos acostumbrados a acoger.
Nos comentó como se solucionó el problema pues se despejaron todos los rincones que había en Santuario, sacando a la calle las mesas, las sillas y cualquier otra cosa que pudiera estorbar, se fue haciendo espacio para colocar las esterillas o las colchonetas de los peregrinos.
Cuando el interior se hubo llenado, se puso una lona en el jardín y allí se acomodaron también un buen número de peregrinos, era en uno de los meses de verano, por lo que el buen tiempo estaba casi garantizado.
Cuando tampoco esto fue suficiente, se abrió la iglesia, se retiraron los bancos y se acomodaron más peregrinos en el suelo del templo, pero aún resultaba insuficiente para acoger a todos, entonces, desmontaron con cuidado la pequeña capilla y allí pudieron dormir casi veinte peregrinos más.
—¿Durmieron peregrinos en la pequeña capilla? —pregunté un tanto incrédulo.
—Sí —me respondió con naturalidad —como unas quince o veinte personas creo que entraron, ubicamos allí a las mujeres que venían caminando solas.
—Yo pensaba que la pequeña capilla era un lugar sagrado, el sitio más sagrado de Santuario —le dije.
—Efectivamente, es el lugar más sagrado y respetado que tenemos en la casa —me respondió —pero considero que es más sagrado aún el descanso de los peregrinos, eso es no solo necesario, sino que para mi es sagrado.
Entonces me di cuenta que tenía toda la razón. En muchas ocasiones he escuchado como hablando de las mejoras que está habiendo en los últimos años en el Camino, permiten que este siga progresando y cada vez será mayor el número de peregrinos que lo recorran, por eso jamás llegará a desaparecer ante las amenazas a las que constantemente se esta viendo sometido.
Yo creo que no desaparecerá, no por esas cosas que se dicen a veces de una forma interesada, seguirá siempre vivo mientras sobre el Camino haya un solo peregrino y siga habiendo personas como el Maestro para las que el peregrino sigue siendo lo más importante y a quien da prioridad ante otras cosas que para él tienen una importancia muy grande.