almeida – 25 de abril de 2014.
Reconozco que cuando he escuchado esta definición sobre algunos peregrinos, me he sentido un poco identificado con ella porque comprendo que para alguien que desconoce lo que hay más allá del Camino, resulta muy difícil comprender que haya peregrinos que van una y otra vez por el mismo o diferentes caminos hasta Santiago.
Es muy complicado poder exponer toda la esencia del Camino y sobre todo poder explicar que ningún camino es lo mismo que el anterior, ni siquiera una etapa que podamos recorrer tres días seguidos será igual cada día. El ánimo con el que la afrontemos, la climatología que hay, las personas con las que nos encontramos,…son tantas las variables que lo convierten en único, que nunca habrá dos jornadas iguales.
Por eso, ha llegado un momento en el que comprendo a los peregrinos que no pueden quedarse en su casa y cuando disponen de unos días se lanzan a una nueva aventura de recorrerlo y me siento identificado con ellos, porque es una de esas cosas que se introduce en nuestro cuerpo y sobre todo en nuestra mente y resulta muy difícil satisfacer si no es recorriéndolo una vez más.
En esta última década, he conocido a peregrinos que son una referencia por los caminos que llevan recorridos y siempre que se habla de esos locos del Camino, me viene a la mente alguno de ellos. Personas que independiente de la edad que tengan son unos veteranos muy expertos en esta ruta de las estrellas.
Pero creo, que a partir de hoy, cuando se vuelva a hablar de estos personajes, siempre me vendrá a la mente la imagen de Umberto, un peregrino italiano que desde la primera vez que lo vi, me pareció muy diferente a los demás.
Cuando Humberto llegó al albergue de Tábara, su indumentaria le identificaba como uno de esos peregrinos que enseguida se percibe que disfrutan con lo que están haciendo y sobre todo, quiere que los demás le vean de esa forma.
Cuando se superó ese desconocimiento inicial, Umberto comenzó a hablar del Camino, lo hacía con tanta pasión que difícilmente podía haber alguna otra cosa que le apasionara más.
Llevaba recorridos nada menos que cuarenta y dos caminos y ahora estaba haciendo por sexta vez el que enlaza Sevilla con la meta de la peregrinación en Compostela y según hablaba iba recordando todos lugares y las personas que el Camino había puesto a su paso y enriquecían por completo su existencia.
Estaba acostumbrado a recorrer varias veces al año cualquiera de los caminos con su compañera de toda la vida y el fallecimiento de esta, hizo que ahora los caminos fueran un poco diferentes, pero nunca se encontraba sólo porque ella, siempre iba caminando a su lado.
Pero su entusiasmo por esta ruta, había llegado a tal punto que había convertido su casa en un Santuario del Camino y con orgullo mostraba las fotos que llevaba en su cámara.
La fachada de la casa, que tenía cerca de dos docenas de metros. Se encontraba decorada con hitos del Camino, no de un Camino en concreto, allí estaban representados todos los caminos que Umberto había recorrido en sus muchos años de peregrinación.
Cada vez que encontraba en cualquier rincón un hito del Camino, lo fotografiaba desde distintos ángulos y cuando llegaba a su casa, pacientemente en cualquier tipo de material se dedicaba a reproducirlo y ubicarlo en aquella abarrotada fachada.
Era todo lo que un coleccionista podía soñar, porque allí se encontraban todos los símbolos jacobeos y se identificaban los principales hitos que nos vamos encontrando por los caminos.
No llegó a mostrar el interior de la casa, aunque la imagino también recargada de todos los recuerdos que Umberto fue acumulando a lo largo de los cuarenta y dos caminos que había recorrido.
De ahora en adelante, cuando piense en esos locos del Camino, estoy seguro que la primera imagen que siempre vendrá a mi mente, será la de este peregrino tan diferente a los demás para quien el Camino guarda pocos secretos.