Pienso, luego digo – 10 de febrero de 2019.
La actividad económica que se desarrolla en el centro de los pueblos y de las ciudades, además de representar el principal motor en la evolución de los lugares en los que se implanta, los comercios representan esos ojos que como estrellas, proporcionan luz a nuestras calles y el día que se cierre el último comercio, las ciudades perderán uno de los sentidos más vitales que poseemos, se quedarán ciegas y por las noches acabarán volviéndose inseguras.
Soy muy consciente que todo va evolucionando, pero también estoy preocupado por la falta de visión que todos tenemos ante el problema que, de manera acelerada, se nos viene encima.
Cuando una tienda vende una lechuga, esa lechuga se ha comprado a un agricultor de la zona para que el agricultor pueda comprar el combustible que el tractor necesita para arar el campo y el de la gasolinera podrá contratar a una persona para que ofrezca el servicio y de paso ir a tomarse un café al bar y el del bar podrá ir de vez en cuando a un restaurante vecino a comer y el del restaurante podrá ir a satisfacer sus tributos con hacienda y el funcionario de hacienda podrá comprar unas flores a su pareja en la floristería del barrio.
Es la pescadilla que se muerde la cola y la pescadilla puede llegar a ser tan grande como nosotros podamos imaginarnos, son muchos los subsectores de actividad, que se encuentran en esta vorágine.
Todos los que vivimos en nuestro pueblo o en nuestra ciudad, estamos directamente implicados en este problema, porque aunque creamos que por comprar algo en una gran cadena o en una multinacional ubicada no sé dónde, si lo pensamos bien al final acaba por repercutirnos y más tarde o más pronto nos veremos también afectados.
Porque aunque muchos no lo saben o no quieren saberlo, el problema no es que una gran cadena se instale en una ciudad con el consiguiente perjuicio para el pequeño comercio que se siente afectado, eso implica que la producción deja de ser local o regional para importar de cualquier lugar del mundo, generalmente de donde los productos le salen más baratos y no cuentan con las garantías que se exigen en muchos países.
Tampoco las administraciones se libran de su responsabilidad, decía una conocida política que tenía responsabilidades en la ordenación territorial del comercio, que no se podían poner puertas al campo y tenía razón, pero los campos deben estar ordenados, de lo contrario llega un momento que la grandeza que se da a estas superestructuras, puede llegar incluso a doblegar las voluntades más férreas y tenemos bastantes ejemplos de esto.
No hace falta ir muy lejos para darnos cuenta que algo que se implanta en una ciudad, puede tener el compromiso de admitir un porcentaje de trabajadores locales, muy pocas veces llegan a ser cargos directivos, porque las decisiones se toman siempre muy lejos y lo que digan los de aquí importa muy poco. Una de estas firmas instalada en nuestra ciudad que presume de estar muy cercana al consumidor, hace unos años quise contactar con su dirección y me facilitaron un teléfono 902 que sería de vete a saber dónde, opté por dejar una propuesta en las instalaciones a la atención del Gerente y tres años después sigo esperando respuesta, ya se sabe la cercanía que pregonan. He revisado el número antes de escribir esto y es un teléfono fijo que no comienza por 980.
Nos jugamos mucho, mucho más de lo que podamos llegar a imaginarnos porque estamos contribuyendo a que seamos uno de los últimos eslabones de esa cadena, pero nuestro escalón también se encuentra ahí y si contribuimos a la caída de los que nos rodean, tener en cuenta que debemos tener muy claro que al final, en esa dinámica siempre vamos a estar nosotros y de una u otra forma vamos a vernos afectados en nuestro medio de vida.