almeida – 02 de enero de 2016.
Como contrapunto al fervor religioso, en algunas regiones se fomentaron los ritos en los que lo demoníaco era lo que fue naciendo en el pueblo y se mantuvo esta tradición en algunos lugares que han sabido conservarlo hasta nuestros días.
Son ritos paganos que se celebraban en los solsticios de invierno y se datan en épocas prerrománicas, aunque algunos antropólogos como Caro Baroja, Lawson y Rodríguez los sitúan en épocas anteriores y fueron adaptándose a nuevos tiempos que los asimilaron como propios.
En las kalendas de enero, en la época del bajo imperio romano, estos ritos eran las demostraciones del pueblo para celebrar la festividad en honor del Dios Juno y a pesar de haber sufrido a lo largo de la historia épocas en las que estaban mal vistas estas representaciones, el pueblo ha sabido conservarlas en su memoria.
La zona fronteriza de Zamora conserva estos ritos ancestrales en casi media docena de poblaciones (Sanzoles, Montamarta, Riofrío, Sarracín y Abejera) que celebran estas fechas con la representación que se ha convertido en una fiesta de interés regional.
Este año, la climatología no ha acompañado a las mascaradas porque después de muchos días sin que la lluvia hiciera acto de presencia, el día uno de enero ha puesto en riesgo varias de las representaciones.
En Riofrío parece que los astros se alinearon para que la lluvia cesara en el momento de la representación y ésta pudo realizarse sin mayores problemas aunque con un poco de retraso esperando a que la fina lluvia que estaba cayendo desapareciera y los paraguas no impidieran ver la representación.
Son once los personajes que intervienen en la representación y a pesar de que hay protagonistas femeninos, todos son interpretados por hombres.
Seguramente los más espectaculares son los dos diablos, el diablo grande interpretado por José Manuel Vara y el diablo pequeño (Benjamín Chimeno) que hacen su aparición envueltos en densas nubes de humo y con unas tenazas extensibles van asustando a la gente que se encuentra en su recorrido mientras ellos van velozmente avanzando.
Otro grupo es el de los guapos; el Galán (Daniel Casas), la Madama (Pablo Benedicto) el del Cerrón (Adrián Chimeno) y el del Tamboril (Alberto Casado). Forman un cortejo en el que la Madama lleva en brazos al niño (un muñeco) que tratan que sea bautizado por el cura.
El grupo más activo y el que más juego da en la mascarada es el que sigue a los guapos y está formado por:
El Molacillo (David Casas), la Filandorra (Jorge Blanco) El Gitano (José Miguel Cañas) y el Ciego (Roberto del Río). Ellos son los que protagonizan los papeles importantes de la fiesta cuando se vuelca el carro y el ciego queda tendido en el suelo y es entonces cuando los diablos viendo su debilidad tratan de apropiarse de su alma que es defendida por el Molacillo y el Gitano produciéndose algunas de las escenas más destacadas de la interpretación por la espontaneidad de los participantes en los diálogos que van ofreciendo a los espectadores.
El gitano también tiene algunas escenas muy destacadas cuando trata de montar sobre un burro que parece que huye de los intentos del gitano y éste de forma esperpéntica y a veces con riesgo físico trata de auparse en sus lomos con saltos que a veces provocan la caída del personaje.
La Filandorra ataviada con un traje de recortes de papel hace su aparición llenando de ceniza a todos los que contemplan la mascarada, antiguamente también se dedicaba a levantar la falda de las mozas, aunque ahora este cometido ha desaparecido porque todas llevan pantalones.
Las peleas se van sucediendo siempre que los gitanos y los diablos coinciden en cualquiera de los lugares del pueblo hasta en seis ocasiones, el número demoníaco por excelencia con el que tratan de representar el carácter diabólico de la representación.
Es la lucha del bien contra el mal, de la vida y la muerte, de la luz y de las tinieblas en donde todo sirve; humo, ceniza, palos, vejigas, para que la parodia alcance momentos especialmente dantescos como los personajes tratan de representar.
Con esta interpretación, se trataba de conseguir tres objetivos:
- Alejar el mal de la zona en la que se representaba la mascarada.
- Potenciar la fertilidad de todo lo que había en el pueblo (animales, personas, naturaleza,…)
- Crear un especio en el que la afinidad de las gentes del lugar establecieran esos vínculos que eran necesarios para la supervivencia.
Los jóvenes que participan en esta tradición, se sienten especialmente honrados al formar parte de ella porque lo han mamado desde que eran muy pequeños y no quieren que una tradición que ha sido una de las señas de identidad de su pueblo se llegue a perder. Por eso hay que felicitarles por hacer que un año más, las calles de Riofrío se llenen de personas que disfrutan viendo estas representaciones que forman ya parte de la esencia y de la cultura de los pueblos.
Mascaradas de Riofrio – Foto: Almeida | Mascaradas de Riofrio – Foto: Almeida | |
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