Cada vez estoy más convencido, que uno de los grandes males que afectan a la sociedad en la que vivimos, la mayoría la visualizamos en una buena parte de nuestros políticos y en gran parte de los funcionarios, que se encuentran bajo las órdenes de los que mandan.
Los primeros porque la inmensa mayoría no han demostrado nada profesionalmente en sus vidas, llegan a lo que dicen ser, el servicio público, sin que hayan destacado en otros cometidos relevantes.
Los segundos, aunque habrá que suponer su capacidad para llegar a los puestos en los que se encuentran, estoy convencido de su incompetencia por la forma que tienen de afrontar los problemas, siempre se parapetan en lo que dicen la normativa y los reglamentos y cuando acudes a ellos para que te solucionen un problema, sueles salir con dos o tres problemas añadidos.
Y no hay nada más que remitirse a los hechos en cada asunto que a ellos les competen, que con la burocratización que han convertido el sistema, son casi todos los que nos afectan a los demás.
Lógicamente cuando se nos viene encima un problema como el que estamos afrontando, menos mal que contamos con profesionales vocacionales, que son al final, los que nos sacan las castañas del fuego, de lo contrario íbamos apañados.
Hay varios sectores de la sociedad que se han implicado directamente en el problema y cuando tienen uno delante, van directamente a la solución, aplican lo que es el sentido común y buen ejemplo de ello, nos lo están dando los profesionales de la sanidad, tan denostados hasta hace poco tiempo, que se han enfrentado a la situación tratando de remediarla.
Pero los otros, los que guían y rigen nuestro futuro, cuando se produjo el primer brote de la enfermedad, como se encontraba tan lejano, no tuvieron la precaución y la reacción, de pensar que podría llegar hasta nosotros y como era de esperar, acabó llegando.
En ese momento todo se desbordó, en unos días se agotaron todo lo que quienes se iban a enfrentar al problema, necesitaban para poder hacerlo con garantías.
Entonces nos llevamos las manos a la cabeza y tratamos de buscar culpables, siempre es bueno tener a alguien a quien poder echar la culpa de nuestra incompetencia.
Fue entonces cuando surgió lo mejor que tenemos, el pueblo llano, que comenzó a movilizarse y a tratar de paliar el problema que se avecinaba y si los profesionales de la sanidad no contaban con herramientas para defenderse del virus, se les proporcionaría algo que pudiera al menos evitar muchos contagios.
Algunos zamoranos se movilizaron para diseñar unas pantallas en 3D y mientras se esperaba la llegada del material del que debíamos estar equipados, en una docena de días se confeccionaron más de cinco mil unidades que se fueron entregando de forma altruista entre farmacéuticos, empresas, médicos y también se dejaron en algún centro hospitalario, pero éstos, que tenían que seguir el conducto oficial, se tiene la sospecha que no llegaron a su destino final y ahora que va llegando el material que cuando comenzó el problema, se demandaba con urgencia, muchos de estos productos artesanos se han quedado para el recuerdo de quienes los confeccionaron, sin ninguna explicación ni agradecimiento, el cual tampoco se buscaba.
Simultáneamente, viendo la reacción que había tenido el pueblo poniéndose manos a la obra, se solicitó información sobre el criterio que debían seguir para elaborar también mascarillas, que era lo que más se demandaba, porque había profesionales que estaban con una durante varios días y ellos mismos debían encargarse de su desinfección para reutilizarla, porque no había más.
Comenzó un calvario burocrático pasando de un departamento a otro, porque nadie asumía un compromiso y nadie ofrecía una solución. Al final al cabo de diez días más o menos se remitió un farragoso documento de ocho páginas sobre la normativa legal que había que seguir, con enlaces a todas las órdenes y decretos que regulaban en condiciones normales ese producto, sin más explicaciones, algo muy técnico solo para los que entienden de ello, no para el pueblo llano.
Menos mal que había mucha urgencia en dotarse de estos protectores, pero no se había tenido en cuenta que había que pasar por el trámite tan farragoso de la burocracia y que se estaba hablando con quienes la han convertido en lo que es.
Pues eso, que donde no hay mata, tampoco hay patata y mientras esto no cambie, así nos seguirá yendo.