almeida – 14de diciembre de 2016
Héctor, era uno de esos hospitaleros que tenía una visión muy particular de la peregrinación y de la acogida que ofrecía a los peregrinos.
No concebía aquellos peregrinos que al llegar al albergue trataban de engañarle contándole cosas que él ya conocía de sobra, eran esas excusas que algunos ponen en ocasiones para justificar algunos comportamientos muy poco peregrinos que suelen tener.
No comprendía cómo algunos se desplazaban de un pueblo a otro cuando las dificultades orográficas hacían su presencia y cogían el autobús en lugar de contemplar con calma esa bonita etapa que se estaban perdiendo. Cuando tenía la oportunidad de hacerlo les decía que era mejor acortar la distancia esa jornada en lugar de privarse de algunos lugares que formarían parte del recuerdo de ese camino.
Tampoco era partidario de aquellos que se levantaban unas horas antes que amaneciera para ser los primeros en llegar al siguiente albergue y coger una litera. Se perdían un bonito día en el que podían haber disfrutado de las cosas que el camino pone a su disposición y caminar a esas primeras horas de la mañana cuando la luz comienza a imponerse y representaban uno de esos momentos especiales y ellos en lugar de disfrutarlos recorrían esas primeras horas en completa oscuridad.
También desde hacía algún tiempo estaba en contra del creciente aumento que se hacía del transporte de mochilas por parte de algunos particulares y de empresas especializadas. Para él, un peregrino sin su mochila era un ser extraño caminando por aquel sendero. Por eso había tomado tiempo atrás la decisión de no admitir en su albergue las mochilas que en algunas ocasiones le traían y quienes se encargaban de hacer este tipo de servicios, cuando algún peregrino les pedía que les dejaran sus mochilas en aquel albergue, ellos les ofrecían la opción del pueblo anterior o el pueblo siguiente ya que sabían que no podrían dejar allí ninguna mochila. De esa forma también había ido seleccionando los peregrinos que debían llegar hasta aquel lugar ya que él consideraba que eran los que habían sido elegidos para estar allí.
A pesar de ello, no tenía ningún inconveniente en ofrecerse cuando veía que algún peregrino se encontraba en malas condiciones a llevarle la mochila hasta el destino que se había marcado ese día, pero era una excepción que se encontraba plenamente justificada.
Un día llegaron hasta el albergue cuatro peregrinas que eran muy agradables y también bonitas, aunque una de ellas, la que parecía llevar la voz cantante, estaba siempre muy segura de todo lo que hacía y sobre todo le gustaba salirse siempre con la suya, tenía esa habilidad suficiente para conseguirlo por su desenvoltura unas veces y otras por la decisión en la que ponía en cada una de las cosas que se proponía.
Durante todo el tiempo que permanecieron en el albergue, su comportamiento fue normal, incluso cuando intimaron con Héctor. Alguna de ellas se mostraba bastante desinhibida llegando incluso a hacer sonrojarse al hospitalero mientras las otras observaban divertidas las reacciones de éste y sonreían con la decisión y el comportamiento de su compañera de camino.
Fueron entablando una relación más personal con Héctor y le fueron haciendo muchas preguntas, deseaban conocer muchas cosas del camino y no cabía ninguna duda que el hospitalero contaba con esa experiencia que proporcionan los años recibiendo a los peregrinos y les iba respondiendo a cada una de las preguntas que ellas le hacían.
Héctor trató también de sentirse orgulloso de su forma de ser, explicándoles la forma en la que él comprendía la hospitalidad y cómo en el albergue que estaba a su cargo había algunas normas que trataba de cumplir a rajatabla ya que de esa forma era como el sentía la peregrinación.
-Por lo que hemos visto en la guía que llevamos, la etapa de mañana es una de las más difíciles que hay en esta parte del camino – dijo una de ellas.
-Si – respondió Héctor – pero también es de las más bonitas que vais a recorrer, estoy seguro que os gustará mucho.
-Pero si es tan difícil, no podremos disfrutar por el cansancio – dijo otra de las peregrinas.
-Si os cansáis, no es necesario que recorráis todo el camino que tenéis previsto, podéis acortar esa etapa y deteneros en alguno de los pueblos anteriores – les aconsejó Héctor.
-Pero eso no es lo mismo – dijo la tercera – no queremos variar la planificación que hemos propuesto.
-Seguro – dijo la más decidida – que podemos llegar a un acuerdo contigo para que nos lleves las mochilas en tu coche al albergue donde tenemos previsto llegar.
-No tenéis dinero para eso – respondió un tanto crecido Héctor.
La peregrina más decidida que no aceptaba nunca la negativa por respuesta y siempre trataba de salirse con la suya, tomó la palabra para tratar de hacer prevalecer su criterio.
-Vamos a ver, por llevar una mochila, suelen cobrar cinco euros, nosotras te duplicamos esa cantidad y como somos cuatro suponen cuarenta euros y como además nos has caído simpático, nos hacemos cargo también de la tuya aunque no la lleves – dijo mientras mostraba un billete de cincuenta euros.
-Veis como no tenéis dinero para pagarme – respondió Héctor – Si os encontrarais lesionadas o si terminarais el camino y tuviera que llevaros hasta cualquier sitio para que tomarais el medio de comunicación de regreso a vuestras casas, os llevaría de forma desinteresada, no os cobraría nada porque la filosofía con la que yo entiendo el camino no se puede pagar con nada, pero lo que me estáis proponiendo, choca frontalmente con mi filosofía y no estoy de acuerdo con ello.
Se levantó de la silla en la que estaba conversando con las peregrinas y se fue hasta donde se encontraban otras personas con las que estaba convencido que tendrían más cosas en común.
Observaba como las peregrinas no dejaban de hablar gesticulando en alguna ocasión, pero ya no le importaba de lo que estaban hablando, no le interesaba para nada su conversación ya que tenían muy pocas cosas en común y serían de esas peregrinas que pasan sin pena ni gloria y no dejan ningún poso y si no hubiera sido por este incidente seguramente muy pronto hubieran caído en el olvido de sus recuerdos.
Durante el resto del día, aunque siempre se hacían notar ya que se encontraban habitualmente las cuatro juntas en todo momento, apenas llamaron la atención de Héctor o seguramente éste fue ignorándolas porque no le resultaba muy grata su presencia.
Por la mañana, después que los peregrinos hubieran desayunado, cuando se disponían a abandonar el albergue, Héctor solía despedir a todos en la puerta mientras veía cómo se alejaban de aquel lugar, pero cuando se marcharon las peregrinas prefirió no salir a la puerta. No quería saber si tomaban el mismo camino que el resto de los peregrinos o en su lugar iban en dirección a la marquesina en la que cada mañana se detenía el autobús que siempre iba con algún peregrino en su interior de esos que les gusta hacer un camino diferente a los que los demás suelen recorrer.