Pienso, luego digo – 13 de marzo de 2019.
Somos especialmente propensos a resaltar los errores o mejor dicho, las vergüenzas ajenas, mientras que las nuestras, tratamos de que pasen sin levantar la mínima sospecha, que parezca que todo se ha hecho correctamente, porque para eso, son nuestras vergüenzas y no está bien que además de lo que otros opinen sobre ellas, seamos también nosotros los que las censuremos y de esa forma las asumamos.
Pero ya lo dice el refranero que para eso es muy sabio, una cosa es predicar y la otra que suele ser bien distinta es dar trigo y cuando se llega a palpar lo que tanto se ha deseado, lo que antes nos llegaba a resultar indignante, ahora procuramos verlo con otros ojos.
Estamos inmersos en una vorágine de ansia de poder, que llega a resultar vergonzosa, porque el que lo tiene, hace lo posible y muchas veces hasta lo imposible para no desprenderse de él y el que aspira a tenerlo, no le duelen prendas en censurar todos los vicios que se han cometido y las tropelías de las que el pueblo ya se ha hartado y es cuando surgen esas promesas de regeneración y de limpieza que está esperando escuchar el pueblo, ese populismo barato que enseguida va calando, porque para la gran mayoría, hay situaciones que resultan ya inadmisibles.
Uno de estos voceros que ha venido predicando la regeneración y la transparencia de la vida pública, no ha escatimado en adjetivos para resaltar cada una de las tropelías que sus adversarios han venido cometiendo durante años mientras se encontraban en lo alto del poder y vendía una limpieza que resultaba más que necesaria para que todos volviéramos a creer en el servicio público de nuestros dirigentes.
No hemos tenido que esperar mucho para ver el talante y sobre todo la forma en la que los que dicen venir a limpiarlo todo, han tenido en el primer caso que se les ha presentado, para poder demostrarlo.
No han sentido ningún rubor en captar para sus filas a quien antes consideraban poco menos que uno de esos personajes indignos, a pesar de los antecedentes que venían en la mochila de la nueva adquisición que contenía todos los agravios que pretendían combatir.
Pero aquellos que forman la base, los que han venido dando el callo en los momentos más difíciles, se han rebelado ante esta imposición de la cúpula que pretendía colocarla a dedo en primera fila, como en los peores momentos de un dictado de ordeno y mando que se creía ya erradicado.
Los dirigentes, han recurrido a la salida más digna, que era dar la voz a los que llevan desde el comienzo para que ellos sean los que decidan quién debe dirigirles, pero esto no ha gustado a la cúpula que utilizando las mismas tácticas que pretendían combatir, han buscado la forma y las artimañas para que su discurso y su deseo fuera el que saliera adelante.
Al final, las tácticas sucias y barriobajeras son las que han dado el resultado que desde el poder se pretendía, como ha venido pasando desgraciadamente durante tanto tiempo, pero, como todos se encuentran en el mismo equipo y conocen las artimañas que se suelen emplear, los que han perdido, han alzado de nuevo la voz y han destapado la vergonzosa trama que se pretendía llevar a cabo.
Son esas situaciones en las que cuando lo hacen los demás, el diccionario no cuenta con los suficientes adjetivos para calificar esta acción tan vergonzante y vergonzosa, pero cuando lo hace uno mismo, se trata de buscar las justificaciones injustificables a ese lapsus o error que se ha cometido.
Por los antecedentes que estamos viendo, somos conscientes que poco o nada va a cambiar y si llega a producirse ese cambio, que Dios nos pille confesados, porque si son capaces de hacer esto en su propia casa y con su propia gente, qué no serán capaces de hacer cuando las decisiones que tomen, solo afecten negativamente a los demás y ellos puedan salir beneficiados.
Lo dicho, una cosa son las vergüenzas de los demás que resultan inadmisibles e intolerables y algo muy distinto son las nuestras para las que siempre vamos a encontrar esa justificación que trataremos que llegue a resultar convincente.
Vinieron para agitar el cóctel de la desvergüenza que se está estableciendo como algo que ya parece normal y se convierten en uno de los principales ingredientes del cóctel. Parece que el barco comienza a hacer agua antes de que la proa haya sentido el contacto del salitre.