almeida – 9 de septiembre de 2014.

Cuando Isaac tomó la decisión de ponerse en camino, una de las decisiones más difíciles que tuvo que tomar, fue cuando asumió que tenía que llevarse a su perro.

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Por su comportamiento, sabía que si le dejaba en casa acabaría muriendo de inanición, ya que si no comía de su propia mano no aceptaría la comida que otros le dieran.

Sabía que si para él, el camino iba a resultar muy duro, para el animal lo sería mucho más, pero no le quedaba más remedio que llevarlo con él.

Era consciente que el animal no había elegido hacer aquel esfuerzo, por eso, cada vez que llegaba a cualquier sitio, lo primero que hacía era buscar la comodidad de su compañero. En alguna ocasión a Isaac pudo faltarle la comida, pero Leo tuvo siempre la ración que necesitaba.

Por su profesión, sabía los problemas que iría acusando el animal con los fríos extremos, las altas temperaturas, la lluvia o el asfalto, que irían quemando sus patas y antes que las dolencias comenzaran a hacerse visibles, él preveía el tratamiento que debía darle.

Afortunadamente, en pocas ocasiones Leo tuvo contratiempos, daba la sensación que también se había implicado en la promesa que un día hizo su dueño y deseaba compartirla con él.

Leo se sentía muy feliz, nunca antes había pasado tanto tiempo con Isaac, ahora se sentía útil y resultó un perfecto compañero de viaje. A través de los meses que fueron compartiendo juntos, llegaron a conocerse mucho más que en los años que habían vivido en la misma casa.

Cuando Isaac aún conservaba su tienda de campaña, Leo dormía con él en el interior, ahora que dormían al aire libre, todas las noches se acurrucaba al lado de Isaac y se proporcionaban calor mutuo.

No resultaba un perro atractivo, ni siquiera tenía una raza determinada, la mezcla de sus progenitores había creado uno de esos perros con aspecto de vagabundos que hubiera hecho las delicias en cualquiera de los cortos del gran Chaplin.

Pero era un perro muy obediente y educado. Cuando Isaac tenía que ausentarse, aunque estuviera fuera varias horas, donde le decía que tenía que quedarse, él, obediente, no se movía de donde su dueño le había indicado.

Por eso, cuando llegaron a las poblaciones francesas donde comienzan a hacerse visibles las señales del camino y hay equipamientos para que los peregrinos pasen la noche y sobre todo, después de cruzar los Pirineos donde los albergues abundan en la mayoría de las poblaciones, no comprendía cómo no admitían en ellos a estos animales.

Estaba de acuerdo que dejarles acceder al interior de los albergues donde descansan los peregrinos debía descartarse, ya que generalmente los parásitos que llevan en su pelaje pueden convertirse en un foco de infección importante y las temibles pulgas y chinches, que en ocasiones hacen estragos en los albergues, tendrían en ellos el perfecto medio de propagación de estas plagas.

Pero la mayoría de los albergues se encuentran en casas individuales que cuentan con bastante terreno a su alrededor y ahí podrían ubicarse unas casetas para que estos peregrinos pudieran descansar.

Cuando Isaac vio los problemas que se ponía a los peregrinos que caminaban con sus perros, decidió que un día él compraría una casa exclusivamente para aquellos peregrinos que caminaban con su mascota, sería una de las cosas que haría al finalizar su camino.

Después de pasar por Santuario, un día me llamo por teléfono para darme la noticia. Según estaba caminando, vio un albergue que se encontraba a la venta. Había hablado con su dueño y llegaron a un acuerdo para comprarlo.

También había adquirido un terreno contiguo para que los animales tuvieran suficiente espacio para retozar.

Como viajaba sin dinero, dio las instrucciones precisas para que en el plazo que habían establecido, su contable hiciera la transferencia para que el acuerdo fuera definitivo.

A partir de ahora, las mascotas que acompañen a los peregrinos, dispondrán de un lugar especifico, porque alguien ha pensado en ellos y también ha llegado a considerarlos auténticos peregrinos.

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