almeida – 23 de enero de 2016.
Cuando una peregrina, un año después de hacer su camino decidió en su mes de vacaciones alquilar una casa en un pequeño pueblo burgalés para ofrecerla de forma desinteresada y que los peregrinos pudieran descansar, en ese momento se recuperaba una tradición muy antigua, la hospitalidad de la que tanta gala se hizo en la edad media. Esa hospitalidad bien entendida en la que se ofrecía cobijo y a veces alimento a los peregrinos a cambio de nada, o en todo caso de una sonrisa. Así comenzaba a germinar lo que más adelante serían los hospitaleros voluntarios.
Este colectivo sigue ofreciendo su hospitalidad únicamente en aquellos albergues en los que se sigue dando acogida a los peregrinos a cambio de nada, bueno, de la voluntad que los peregrinos quieran dejar para el mantenimiento del albergue y que éste pueda seguir dando acogida a los que aún tienen que llegar por detrás de los que ya se han alojado.
En algunos lugares, incluso se les da de cenar y de desayunar porque en esos lugares no pueden encontrar ese servicio y a pesar de esto, no se les pide ninguna contraprestación económica.
Estos albergues mantienen una filosofía, nacieron con ella y la siguen conservando porque da sentido a lo que hacen, a pesar de las adversidades con las que a veces se enfrentan las personas que tienen la responsabilidad de mantenerlos operativos.
Generalmente se trata de lugares modestos que se han ido levantando con el esfuerzo de personas voluntarias que han ido prestando su trabajo para poder construirlos y contar con las instalaciones que disponen. Aunque también hay albergues más modernos que cuentan con todas las comodidades que ofrece lo nuevo pero manteniendo la filosofía con la que fueron creados. En todos, el peregrino descansa bajo un techo, en una litera o en una colchoneta y disponen de agua caliente para que después de una dura jornada se puedan asear.
Al igual que los albergues son diferentes, también lo son los peregrinos que llegan a ellos. Sobresale una gran mayoría que saben agradecer lo que se les ofrece, pero últimamente también hay otro tipo de peregrinos que van buscando en el camino ese complemento turístico que les hace ser exigentes cuando llegan a estos lugares, porque no saben comportarse como peregrinos, lo hacen como turistas.
En dos ocasiones cuando me encontraba como hospitalero, la primera en un albergue muy sencillo y la última en uno de esos albergues modernos de nueva construcción, en ambas he podido comprobar cómo actúan este tipo de “peregrinos turistas” que trataban de encontrar acogida en estos lugares. Curiosamente en ambas ocasiones procedían de la misma región, no sé si será casualidad, supongo que sí, ya que no se puede generalizar con determinados comportamientos anómalos.
-Buenas tardes – saludaron al traspasar la puerta.
-Buenas – les respondí – ser bienvenidos.
-¿Podemos ver el albergue? – dijo el que llevaba la voz cantante.
-¡Pues no! – respondí – Este es un albergue para aquellos peregrinos que lo necesitan y cuando terminan una etapa del camino solo desean descansar en un lugar limpio y cubierto. Dispone de agua caliente, literas y todavía hay sitio libre. Si desean quedarse pueden hacerlo, pero si quieren verlo antes, me parece que no están muy necesitados de acogida y yo no voy a enseñárselo. Para eso disponen de hoteles y hostales en los que no tendrán ningún inconveniente de enseñarles antes todas las instalaciones.
En ambos casos, se mostraron sorprendidos por mi respuesta, se dieron la vuelta y no les volví a ver más.
En ese momento, cuando les vi salir por la puerta, cobró todo el sentido un letrero que había en un albergue muy entrañable del camino “El turista exige, el peregrino agradece”.