almeida – 30 de abril de 2015.
Carmen y Elena, estaban haciendo el camino juntas, aunque desde el principio vieron que sus ritmos eran diferentes y si trataban de acomodar el de la una a la otra acabaría una de ellas por romperse, por lo que en la primera etapa decidieron que saldrían juntas del albergue y llegarían al mismo sitio, pero cada etapa la recorrerían cada una a su ritmo y cuando se reencontraran en el punto que habían elegido de destino ese día, disfrutarían de la compañía que no habían tenido durante el resto de la jornada.
Así fueron haciendo todos los días, generalmente, era Elena la que primero llegaba a los albergues y esperaba la llegada de su amiga que solía hacerlo una hora más tarde y juntas se registraban para tener cerca sus literas y cuando ya se habían acomodado iban juntas a tomar alguna cosa y a disfrutar del pueblo al que habían llegado.
Cada día iban compartiendo todas esas sensaciones que la jornada les había aportado y sobre todo, las cosas que habían ido percibiendo en cada uno de los lugares por los que habían pasado. Luego iban a cenar o preparaban la cena en el albergue si disponía de cocina y utensilios para cocinar y prolongaban la tertulia hasta que llegaban la hora de descanso, cada una de ellas, estaba recorriendo el camino con todos los sentidos dispuestos para recibir todo lo que éste le estaba aportando y eran muchas las cosas nuevas que cada jornada estaban contemplando.
Un día, habían previsto llegar hasta un albergue parroquial, era una de esas jornadas que aparentemente no presentaban mayores dificultades aunque había algún repecho que a Carmen le iba a costar más que de costumbre, pero ella seguía fiel a lo que se había propuesto y no alteró el ritmo con el que lo estaba recorriendo.
Cuando Elena llegó al albergue, al verla el viejo hospitalero se dispuso a registrarla, pero ella le dijo que esperaría a su amiga, no podía tardar mucho en llegar y mientras lo hacía se entretuvo hablando con el viejo hospitalero al que le fue contando las cosas que la estaba aportando el camino.
El tiempo transcurría sin que Carmen apenas se diera cuenta, disfrutaba con aquella conversación y cuando se percató que habían pasado dos horas desde su llegada, comenzó a preocuparse por su amiga y así se lo transmitió al hospitalero.
-¡Llámala por teléfono para ver dónde se encuentra y de esa forma te quedas más tranquila! – le dijo él.
-Carmen no lleva teléfono, ni cámara de fotos ni nada que le recuerde al lugar de donde viene, dijo que quería hacer el camino con lo que era necesario para recorrerlo y eso no lo había considerado necesario y lo dejó en casa.
-Esa es una peregrina que sabe cómo disfrutar del camino – dijo el viejo.
-Pero me preocupa – comentó Elena – nunca se ha retrasado tanto, igual le ha pasado algo y creo que lo mejor es que vaya a buscarla.
-No te preocupes – dijo el viejo – han pasado más peregrinos y nadie ha comentado nada, si le hubiera pasado algo, ya nos habríamos enterado, se habrá entretenido en cualquier sitio.
Las palabras del anciano, sonaban con suavidad y con mucha dulzura lo que tranquilizó momentáneamente a Elena que siguió hablando con el viejo.
Cuando habían pasado más de tres horas desde la llegada de Carmen, vieron a lo lejos a la peregrina que llegaba bastante fatigada.
Elena se levantó como movida por un resorte y fue en dirección a donde se encontraba su amiga y al verla tan cansada la ayudo a desprenderse de la mochila y la cogió sobre sus hombros llevándola hasta la recepción del albergue donde el viejo también la esperaba un tanto inquieto.
-¿Cómo te has retrasado tanto? – Preguntó Elena – nos tenías preocupados pensando que te había pasado algo.
-Creo que me he perdido – dijo Carmen – he pasado dos horas sin ver a ningún peregrino ni tampoco veía señales del camino y he deambulado por el bosque durante mucho tiempo hasta que por fin he visto un sendero que me ha conducido otra vez al camino.
-¿Cómo que por un bosque?, ¡el camino no pasaba por ninguno, yo no he cruzado ningún bosque! – manifestó Elena.
-Creo – siguió diciendo Carmen, que cuando he llegado a un alto donde había un bosque no he mirado las señales y me he introducido en él y ahí es donde me he perdido.
-Pero tenías que haber seguido de frente en lugar de coger el camino de la izquierda que era el que te llevaba al bosque – dijo Elena.
-Sí, ahora me doy cuenta que ha sido ahí donde me he debido despistar tomando el sendero que no era.
-Menudo miedo harás pasado – aseguró Elena.
-¡Que va, todo lo contrario! – Dijo Carmen – Cuando penetré en el bosque, primero comencé a ver árboles aislados, pero luego se fue haciendo cada vez más espeso hasta que en algunos momentos deje de ver el sol porque las ramas impedían que los rayos penetraran a través de ellas. En ese momento comencé a sentir un frescor y una sensación de paz que no había experimentado antes, creí que llegué a escuchar el silencio que solo era roto de vez en cuando por el canto de los pájaros que había en los árboles, tenía la sensación que no habían visto a nadie y cantaban solo para mí. Luego comencé a escuchar un susurro que cada vez se hacía más grande hasta que llegue a un pequeño río y fui siguiendo su cauce.
El sendero que había al lado de la orilla iba descendiendo y las aguas cada vez iban a más velocidad y el sonido era cada vez también mayor hasta que llegué a un sitio en el que había un desnivel de unos dos metros por el cual se precipitaba el agua y caía. En ese remanso del río había un prado con hierba verde y muchas flores de todos los colores y como me encontraba cansada y el lugar era muy bonito, me desprendí de la mochila y me tumbe sobre la hierba contemplando aquel lugar que por momentos me dio la impresión que era como ese paraíso que algunas veces se había formado en mi imaginación, creo que hasta llegué a quedarme un rato dormida y solo me desperté cuando escuché con más fuerza como los pájaros cantaban.
Viendo que ya me había entretenido mucho tiempo, fui buscando la salida hasta que encontré un sendero caminando hacia el norte y cuando salí de la espesura ya pude ver de nuevo el camino y algunos peregrinos y de nuevo supe por donde debía seguir.
-¡Pues menudo susto me has dado! – dijo Elena, tienes que fijarte más en las flechas amarillas que hay en los cruces para no volver a perderte.
-¿Seguro que se ha perdido? – dijo el viejo.
-¿Qué quiere decir? – contestó Elena.
-El camino es el que nos lleva a donde tenemos que llegar – siguió diciendo el viejo – creo que tu amiga no se ha perdido, ha sido el camino el que la ha llevado por otro sitio y le ha mostrado cosas que a los demás le están vetadas y si no lo crees fíjate cómo te ha narrado las cosas que ha visto, en su cara no he percibido en ningún momento la tristeza, más bien había felicidad por todo lo que le ha aportado esta jornada que los demás peregrinos no han tenido la fortuna de poder ver.
-¿Usted cree? – pregunto Carmen.
-Da lo mismo lo que yo crea, el caso es lo que tú has creído y sobre todo lo que has sentido.
Desde ese día, ninguna de las dos amigas se preocupó tanto por las flechas que había en los cruces de caminos, estaban convencidas que el camino sería quien guara sus pasos para ofrecerles lo que ese día había deparado para ellas.