almeida – 29 de diciembre de 2014.

David era un joven muy despreocupado, para él, la vida no iba más allá de lo que hacía en ese momento, no le preocu­paba el mañana, lo veía tan lejano que le daba pereza pen­sar en ello.

Se sentía feliz pudiendo cubrir sus necesidades básicas. Cuando la nicotina inundaba sus pulmones, se sentía lleno. El alcohol destilado era el alimento que necesitaba su cuer­po y cuando podía, un poco de polvo blanco dejaba su cere­bro inerte. Entonces solo deseaba soñar escuchando la mú­sica de sus satánicas majestades que para él eran como los reyes del Olimpo, la magia que necesitaba para sentirse fe­liz. Esas letras que Jagger recitaba parecía que estaban escritas para él porque eran las experiencias y sensaciones que vivía y sentía a diario.

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Vivía en una pequeña ciudad en la que nunca pasaba nada por lo que sentía que su vida era monótona y cada nuevo día le parecía una repetición del anterior.

Un buen día, leyó que la ciudad de Compostela iba a re­cibir a los Stones. Darían un concierto en un lugar que se encontraba en un monte. No leyó nada más, el resto del artículo carecía de importancia para él. Tampoco lo entende­ría porque hablaba de santos y de peregrinos. Que la llegada de sus ídolos tuviera que ver con la celebración de un año jacobeo le daba lo mismo. La noticia era que sus ídolos iban a dar un concierto a seiscientos kilómetros de donde él se encontraba y no podía perdérselo, aquello cambiaría su ru­tina y pasaría varios días disfrutando plenamente.

Fue haciendo acopio de todo lo que necesitaba y lo guardó en una pequeña mochila. Aquello era algo especial por lo que se gastó gran parte de lo que disponía en adquirir una bolsa de polvo blanco para sentirse entonado esos días y sentir toda la esencia de la música que sus ídolos iban a interpretar para él. Los vería en directo y sentiría cada pun­teo de la guitarra y las canciones penetrarían con tanta flui­dez en su cerebro que se quedarían allí alojadas durante mucho tiempo.

Cogió un autobús y en poco más de ocho horas se pre­sentó en la capital gallega. Fue siguiendo a la gente, todos eran como él, las camisetas y las insignias con una gran len­gua les delataban, entonces se enteró de que el monte al que se dirigía se llamaba «Monte do Gozo» y estaba solo a cua­tro kilómetros de la ciudad.

Aún faltaban dos días para el concierto. Había previsto plantar su tienda de campaña en el bosque y se dirigió hacia allí. Según caminaba, se encontró con otros que portaban grandes mochilas a su espalda, pero iban en dirección con­traria. Por unos momentos pensó que se había equivocado, pero quienes llevaban las camisetas con el símbolo de sus ídolos iban en la misma dirección que él, por lo que les si­guió.

Nada más plantar su tienda, comenzó a sentirse inte­grado con quienes estaban allí. Algunos tarareaban I can ´t get no satisfaction. Se encontraba en su ambiente. Entre estrofa y estrofa ingerían un vaso de cualquier cosa destila­da que tuviera más de cuarenta grados. David sacó un poco del polvo que llevaba en su bolsita y lo ofreció a un grupo de jóvenes. Dos de las muchachas enseguida se abrazaron a él, habían encontrado a quien les proporcionaría esa felicidad que estaban buscando para sentirse diferentes.

Se fue con las dos jóvenes a la tienda de campaña y du­rante toda la noche se amaron como él nunca lo había he­cho. El contenido de la bolsita había contribuido a ello.

A la mañana siguiente cuando se despertó, estaba de nuevo solo. No importaba, tenía algo que podía atraer a muchas más mujeres. Ahora quería solo pensar en la músi­ca, en situarse lo más cerca de sus ídolos para sentirlos. Fue buscando los sitios que se encontraban libres lo más cerca del gran escenario y se sentó.

Pronto se vio rodeado de multitud de jóvenes que por­taban grandes bolsas con todo tipo de botellas. Varias horas antes del concierto comenzó a beber, lo hizo sin modera­ción. De vez en cuando esnifaba algo del polvo blanco y se sentía en la gloria hasta que perdió el conocimiento.

Se despertó. No sabía dónde se encontraba. Tenía mu­cho frío, estaba tirado en los soportales de una calle de la ciudad. No podía pensar. Se encontraba tan cansado que sólo deseaba dormir, pero sentía tanto frío. Se quedó en la posición que estaba y sus ojos se cerraron dando paso a un profundo sueño.

Algo comenzó a martillar su cabeza; toc, toc, toc, unos sonidos metálicos se escuchaban con cierta cadencia y se­gún los oía, le daba la sensación de que cada vez estaban más cerca y se introducían más en su cerebro. Toc, toc, toc; ahora los sonidos eran más próximos, los sentía a su lado hasta que de pronto cesaron.

Entonces abrió un ojo, el que se encontraba más alejado del suelo en el que tenía apoyada la cabeza. Entre sombras, tuvo una visión, le parecía un espectro y se sobresaltó. Pero el estado tan lamentable en el que se encontraba no le per­mitía incorporarse. Como pudo abrió los dos ojos y vio ante él a un ser extraño, traía una indumentaria que creía haber visto unos días antes. De su cuello colgaba un cordón que sujetaba una gran concha de mar y en su mano derecha portaba un bastón con un puntero metálico.

Se quedaron mirándose fijamente. David, al ver aquella tierna mirada que el extraño le dirigía, se estremeció, pero sintió mucha calma. Era una mirada muy profunda en la que parecía que se sentían las palabras aunque sin decirse nada le habían transmitido una gran paz en su alma.

El peregrino se fue alejando y David pudo incorporarse para ver cómo se desvanecía de nuevo por la calle. Al ver la situación en la que se encontraba se avergonzó y pensó «esa mirada quiero tenerla también yo». Se había producido uno más de los milagros del camino. En ese momento había na­cido un nuevo peregrino.

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