Pienso, luego digo – 21 de marzo de 2019.
Suele decirse que el poder corrompe, personalmente no estoy muy de acuerdo con esta apreciación, más bien soy de los que piensa, que corrompe a los que buscan en él ese estatus de superioridad, que les permite de una manera fácil dejarse corromper,
porque a lo largo de la vida vamos conociendo a personas, que cuando lo ostentan son dignos merecedores de la confianza que has depositado en ellos, porque su trayectoria en cualquier ámbito de la vida siempre resultará intachable.
Creo que el problema es que en determinados estamentos de nuestra sociedad, han ido aterrizando aquellos que no sirven para otra cosa y su incompetencia para poder destacar en cualquier ámbito de la vida, les conduce a lo que resulta más fácil para hacerlo y en la vida al servicio público, tenemos muchos, quizá demasiados ejemplos, que sirven para cualquier cosa, menos para servirnos de ejemplo.
Da la sensación que todo se ha ido polarizando hasta formar dos bloques diferenciados y contrapuestos, los que son de los nuestros y los otros, el negro y el blanco sin tener en cuenta ese amplio abanico de grises, que permiten que la pluralidad llegue a ser un poco más amplia y por consiguiente, contemos con una diversidad que siempre resulta muy enriquecedora.
La alternancia en el poder por más o menos espacio de tiempo ha dado pie a que los que lo ostentaban, los que han llegado hasta allí donde les hemos puesto, enseguida hayan ido perdiendo los pocos valores que un día llegaron a tener y han ido adquiriendo comportamientos que han llegado a resultar insostenibles por la utilización personal y el abuso que han hecho del poder que tenían causando el hartazgo del pueblo, que ha dicho basta y es cuando se ha creído necesaria esa regeneración para sanear un poco lo que ya se estaba degradando de una forma casi irremediable.
Del blanco y del negro han ido surgiendo algunos disidentes que buscaban esos tonos grises para que la gama de matices fuera un poco más amplia y pudiera dar cabida a aquellos que también pensaban que la pluralidad debería arreglarlo todo, al menos para que no quedaran impunes los desmanes que cada día se estaban cometiendo.
En los últimos años, hemos podido ver cómo el mapa político que antes teníamos se ha ido modificando, ha llegado esa regeneración que debería ser la que lo cambiara todo y ha representado un vuelco importante solamente poder abrir las ventanas para que entraran unas bocanadas de aire fresco.
Pero algo debe tener esa sensación de poder y esa impunidad que en ocasiones va ligada directamente a él, porque pronto nos hemos dado cuenta que los vicios que antes había, no se han conseguido diluir del todo y los nuevos salvadores del sistema, están cayendo a pasos agigantados en los vicios que tanto detestaban y denunciaban, debe ser ese ciclo de la vida en el que acabamos por volver al mismo lugar de partida.
Da lo mismo que nos fijemos en el blanco o en el negro, porque todos los matices que querían incorporar se han ido diluyendo y de nuevo vemos como las imposiciones y las purgas por el control del ansiado poder se encuentran a la orden del día.
Es difícil que podamos llegar a cambiar, debe ser algo que va en los genes del ser humano, que se resiste a perder ese poder y esa impunidad que cuando la sienten cerca se aferran a ella y no se les puede soltar ni con agua hirviendo.
Esa regeneración tan pregonada por los que el fin último es llegar al poder para cambiar las cosas, vemos que sigue siendo charlatanería barata que se olvida en el momento que van consiguiendo los objetivos que perseguían y mientras sigamos dejando que nos representen los que con su verborrea fácil consiguen convencernos que son los mejores, difícilmente vamos a poder evolucionar y mucho menos regenerar lo que desde el mismo momento que les situamos en ese pedestal del que no querrán bajarse.