almeida – 18 de Julio de 2015.
Casi a cada paso que vamos dando por esta senda mágica, el Camino suele enviarnos señales, son detalles que la mayoría de las veces no sabemos interpretarlos, pero están dirigidos para nosotros y nos sentimos especialmente felices cuando nos llega alguna de ellas y sabemos que es para nosotros y además le encontramos ese sentido que nadie más podría darle.
Cuando Eva terminó su camino tan especial, se sintió dichosa por haber podido hacer todo lo que se había ido formando en su mente durante tanto tiempo. Fue un Camino diferente en el que disfrutó cada uno de los momentos que estuvo sobre él, pero le faltó ese tiempo para disfrutar con cada una de las señales que el Camino la estaba enviando, su misión era en esos momentos lo más importante y no quería que nada pudiera desviar la atención del propósito por el que se encontraba en aquel lugar.
Cuando llegó de nuevo a su casa y comenzó a recorrer en su mente el Camino que había dejado atrás, se fue dando cuenta que no había disfrutado de esos momentos que el Camino la tenía reservado, era tan grande la necesidad que tenía de llegar, que fue dejando esos instantes sencillos pero especiales con los que se pueden ver los pequeños detalles que tiene reservado para nuestro disfrute.
Fue un año largo el que transcurrió hasta que de nuevo tuvo el tiempo que precisaba para volver a sentir sobre sus pies esta senda especial y esta vez necesitaba hacerlo con la mente abierta, más abierta que nunca había estado porque ahora el camino que recorriera era solamente para ella, para poder sentir y sobre todo, para poder comprender.
En esta ocasión, fue de nuevo con su hermana Sara y las dos se dirigieron hasta Donibane Garazi, el San Juan del Pie de Puerto que citaba Aymeric en su Codex. Quería sentir esa bendición con la que los monjes de Roncesvalles despiden a los peregrinos, pero ella deseaba que cuando se la dieran, lo hicieran como peregrina, llegando a pie hasta la Colegiata Navarra.
Cruzar los Pirineos, era una sensación especial porque aquellas montañas le recordaban las penalidades que muchos peregrinos que la habían precedido debieron de superar antes de encontrarse al otro lado de la frontera desde donde el Camino ya iba a ser mucho más cómodo.
Las primeras rampas casi producían un poco de vértigo, pero los peregrinos, una vez que ponen sus pies en el Camino, tienen siempre la sensación de que su cuerpo se regenera y Eva sintió esa sensación. El miedo inicial fue dando paso a permitir que su vista se fuera deleitando con todo lo que la naturaleza ponía a su alcance para su contemplación y se encontraba feliz, abrumada y sobre todo, con todos sus sentidos puestos en cada paso que estaba dando porque no quería perderse ni una sola de las sensaciones que este nuevo camino la tenía reservado.
Cada metro que avanzaba salvando el desnivel que se iba quedando a sus pies, Eva sentía como sus piernas cada vez se encontraban mucho más fuertes y cada paso la hacía comprender que ése era un camino muy especial, como suele ser siempre el último que se recorre y el cansancio era solo una cuestión mental en la que apenas pensaba, solo deseaba que no se escapara nada de lo que cada jornada le iba a deparar.
Cuando, por fin, llegaron a Roncesvalles, fue consciente que no era lo mismo hacerlo con el esfuerzo que habían tenido que realizar que los que tomaban el primer contacto con el camino después de haber accedido hasta allí en autobús, se sentía especial, como si un aura de fatiga la delatase como una de las peregrinas que habían cruzado uno de los pasos más temibles para los peregrinos.
Fue una sensación que tardó en marcharse porque cuando asistió a la misa que se celebra todas las tardes a las ocho en la colegiata, tenía la sensación que los monjes que concelebraban la misa, dirigían cada una de sus palabras a aquellos peregrinos que tenían ese halo especial que se observaba en sus rostros marcados por la fatiga.
La misa resultó muy especial y sobre todo muy sentida porque en cada una de las palabras que los monjes estaban diciendo, Eva le fue encontrando ese sentido que ellos querían darle y comprendió que muchas estaban especialmente dirigidas para peregrinas especiales como era ella, sabía que desde el primer momento cuando cuatro años antes sintió que la estaban dirigiendo y acompañando en su camino, lo hacían porque había sido una de las elegidas y se sentía aludida en cada una de aquellas palabras.
Era el momento de agradecer todo aquello que tanto la había turbado años atrás y ahora se sentía liberada y quería que lo supieran, que se encontraba allí porque necesitaba agradecer tantas cosas que solo podía hacerlo mientras se encontrara recorriendo el Camino.
Curiosamente, sus pies se encontraban muy bien, no había ni rastro de las terribles ampollas que suelen hacer acto de presencia los primeros días, sobre todo después de un esfuerzo tan grande, pero ese iba a ser un Camino diferente y se iría dando cuenta según lo fuera recorriendo porque hubo jornadas en las que, a pesar de recorrer distancias a las que no estaba acostumbrada, algo hacía que las superara sin el cansancio que antes padecía.
Pero en este Camino había muchas cosas que estaban por llegar y una de ellas se presentó los primeros días cuando el Camino puso a su lado a un joven que tenía los mismos miedos que ella sintió la primera vez, necesitaba esa ayuda que a ella le llegó de no sabía dónde, pero estaba convencida que en esta ocasión la había puesto allí para ayudar a ese joven que cada jornada tenía miedo a no terminar.
Eva fue dándole esos ánimos que ella sintió en su primer camino y con palabras y gestos fue haciendo que el peregrino disfrutara de cada jornada porque a cada paso que daba iba dejando atrás sus miedos mientras iba creyendo en sus posibilidades.
Fue una de esas amistades que van floreciendo en el Camino y duran toda una vida porque las dos hermanas se sentían muy a gusto en la compañía de aquel peregrino que el camino había puesto a su lado y los tres, disfrutaban de esos momentos especiales que el Camino les iba ofreciendo y siempre se quedarían en su retina.
Cuando llegaron al templo de las cien puertas, Eva se apartó de sus compañeros y se puso en el centro de la iglesia, deseaba sentir esa energía especial que habían ido acumulando los peregrinos que habían pasado por allí y quiso que de su mente fueran saliendo todas las cosas que había ido acogiendo, eran esos momentos de paz en los que te llegas a evadir de tal forma que pierdes la noción del tiempo y del espacio y según te vas alejando te preguntas si todo lo que ha ocurrido ha sido real o únicamente fruto de tu imaginación.
En la villa donde se custodia la Virgen del Txori, después de recuperarse del esfuerzo que habían realizado esa jornada, decidieron salir a conocer esta bonita población y nada más dejar atrás el albergue, llamó la atención de los tres peregrinos la iglesia que custodia la imagen del crucifijo y sobre todo un rito que en ella se estaba realizando y que por primera vez los tres presenciaban.
Había un grupo de peregrinos que se encontraban sentados y a Eva le llamó la atención una mujer que portaba en sus manos una palangana con agua y se arrodillaba para lavar los pies de uno de los que se encontraban en el templo.
-Por qué haces eso – le dijo de forma inconsciente a aquella peregrina.
-No lo sé –le respondió ésta -¿quieres que lave tu pie?
Eva no dijo nada, pero en su rostro debió desaparecer aquella sensación de extrañeza y mostró su aceptación a participar en aquel extraño rito y mientras se sentaba solo pudo susurrar.
-Sí, me gustaría.
Fue una sensación extraña y a la vez muy agradable la que sentía con el contacto del agua y aquella mano cálida que acariciaba su pie. Era como si con aquel acto la estuvieran despojando de las impurezas que los pies habían acumulado con el polvo del Camino para encontrarse limpios porque se encontraban pisando un terreno especial.
Cuando la peregrina terminó de lavar el pie de Eva, ésta, sin pensarlo, cogió la palangana y lavó el de su hermana Sara. Fue uno de esos momentos especiales en los que te das cuenta que nada ocurre por casualidad, todo está programado y ocurre en el momento que debe ocurrir.
Eva supo que aquel rito era uno de esos mensajes que el Camino le estaba enviando y que aquellos peregrinos que se encontraban en el templo la estaban esperando porque ella tenía que llegar hasta allí, solo debía saber interpretar lo que le estaban tratando de decir con aquella señal, porque estaba convencida que iba dirigida para ella.
Fueron a ver el puente donde antes se encontraba la Virgen a la que el Txori limpiaba su cara con el agua del Arga que cargaba en su pico y en aquel lugar con tanta historia, en una de las piedras del viejo puente, Eva se sentó y en su cabeza solo estaba presente el rito en el que acababa de participar y trataba de encontrarle ese sentido que estaba convencida que tenía.
Desde que había puesto por primera vez sus pies en el Camino, desde que con ellos había acariciado la obra del apóstol, eran muchas las señales que había recibido y sabía que esta era una de ellas, pero no le preocupó encontrar inmediatamente su significado, estaba convencida que tarde o temprano se rebelaría, cuando tuviera que comprenderlo, entonces lo vería claro.
Fue en los albergues que estaban atendidos por hospitaleros cuando ella lo comenzó a ver con claridad. Siempre le había llamado la atención el desinterés con el que algunas personas ofrecían su tiempo y su trabajo para que los peregrinos se sintieran cómodos después de una dura jornada.
Ella en su momento, había sido llamada como peregrina y ahora estaba percibiendo que el Camino en aquel rito de sumisión, trataba de decirle que se sentiría plenamente feliz si dedicaba una parte de su tiempo a los demás, a quienes necesitaban como aquel joven de sus consejos y de su cuidado para que de esa forma pudieran continuar su Camino.
Eva se sentía feliz por esa revelación porque en su subconsciente era lo que estaba buscando sin saberlo. El Camino le había dado tantas satisfacciones que ahora solo podía seguir realizándose si conseguía ayudar a los demás como ella fue ayudada cuando más lo necesitaba.
Pocos días después dejaron al joven donde tenía previsto finalizar su camino y ella continuó con Sara y cuando llegaban hasta un albergue de esos especiales que hay en el Camino, observaba con atención lo que los hospitaleros hacían. Estaba comenzando a darse cuenta que hay otras formas de hacer el Camino y había encontrado esa que le iba a aportar todo aquello que en el Camino no iba a poder ver con el detenimiento que hay en los albergues.
Se haría hospitalera y disfrutaría con cada uno de los peregrinos que ella acogiera y les dedicaría esa enseñanza que el Camino le había dado a ella y mientras lo hacía, seguiría aprendiendo.