almeida – 24 de junio de 2015.
Siempre he pensado o he querido pensar en la bondad de la mayoría de los que recorren el camino que van siempre con la verdad por delante y de esa forma tienen siempre las puertas abiertas en cualquier sitio.
Desgraciadamente, cualquier regla tiene sus excepciones y tendemos a quedarnos siempre con lo que rompe la norma que con aquellas cosas que son las frecuentes y habituales.
Cada vez es más frecuente encontrarnos con mil y una excusa para llegar pronto a los albergues y no quedarse sin sitio, para escoger una cama baja y evitar tener que trepar por incomodas escaleras o muchas otras ocurrencias que algunos llegan a tener para conseguir sus pretensiones.
Lo que ignoran es que quien está frecuentemente en un albergue, como se suele decir llanamente “tiene el culo pelado” de estas historias y se las conoce todas y que difícilmente le van a engañar a lo sumo los que se engañan son los que van utilizando estas artimañas para salirse con la suya.
Generalmente, estas personas caen enseguida en el olvido, es como si no hubieran pasado por el camino, ni por el albergue y por supuesto, en la memoria del hospitalero desaparecen enseguida.
Prefiero siempre quedarme y recordar esos casos en los que la honestidad y la humildad de los protagonistas hacen que quede un poso especial de su paso por donde nos encontramos.
En una ocasión, coincidí con dos peregrinos franceses que llegaron al albergue más pronto de lo que lo hacían las personas de su edad. Eran Michael y su mujer Sara que habían pasado ya de los sesenta hacía bastante tiempo.
Michael, tenía una dolencia importante en la espalda de la que había sido operado, pero a pesar de haber restañado en parte el mal que tenía, la dolencia permanecía y aunque en varias ocasiones le habían recomendado que en lugar de caminar con su mochila a la espalda recurriera a esos servicios que se la llevaban de un albergue a otro, a él le gustaba caminar de la manera tradicional y como solía decir, el peregrino debe llevar consigo todas las penas que va arrastrando, hasta las que van dentro de la mochila.
Caminaban despacio, no hacían las largas etapas que otros recorrían, pero ellos no tenían prisa, les gustaba disfrutar del camino y los quince o veinte kilómetros que hacían cada día los vivían de una forma muy intensa.
Trataban de llegar pronto a los sitios donde habían previsto dar por finalizada su jornada, después de una caminata lo que la espalda de Michael necesitaba más que nada era ese descanso necesario que le permitiera recuperarse.
Pero eran unos peregrinos muy sensatos y coherentes, por la noche dejaban preparadas todas sus cosas y cuando se despertaban, sigilosamente salían del cuarto y terminaban de recoger sus pertenencias y vestirse donde nadie pudiera escucharles.
Cuando les vi aparecer por la puerta del albergue, les invité a que accedieran al interior y me interesé por el estado en el que se encontraban y como todavía era muy pronto y faltaba una hora para abrir a los peregrinos, no pude por menos que exclamar al verles:
-¿Cómo vienen tan pronto?
Michael que comprendía algunas palabras en nuestro idioma, las suficientes para hacerse comprender, se quedó mirándome con aquellos ojos limpios y como si buscara las palabras adecuadas me respondió:
-Venimos tan pronto porque así tenemos más tiempo para disfrutar de la compañía de los hospitaleros.
Agradecí aquellas palabras que era consciente que estaban pensadas y que quien las estaba diciendo las sentía y esbocé una sonrisa de gratitud hacia aquellas personas.
Pero cuando me di cuenta de la humildad de aquel hombre, fue cuando llegaron por detrás unos peregrinos con los que esta pareja solía coincidir y me explicaron las dolencias que aquel hombre tenía, entonces fue cuando le aprecié si cabe un poco más por no haber estado buscando excusas como hacían otros para conseguir ese sitio en el que poder descansar.
Es difícil olvidarte de estas personas que siempre van con la verdad por delante y se caracterizan por esa humildad que saben transmitir a través de su mirada.