almeida – 30 de julio de 2014.
Cuando el peregrino ciclista se detuvo ante la puerta de Santuario, al ver que se trataba de un lugar cristiano no se atrevía a entrar, hizo varias veces el ademán de marcharse, pero se encontraba muy cansado y no se decidía a darse media vuelta y volver por donde había llegado.
Desde el interior, a través de la cortina de la ventana; el Maestro estaba observando las reacciones del recién llegado y decidió salir a recibirlo ya que sabía que él no se iba a decidir a hacerlo.
—Se bienvenido a esta casa —le dijo el Maestro.
—Soy ateo —respondió el peregrino ciclista.
—Para mí solo eres un peregrino, no veo nada más en ti que eso y este es un lugar donde ofrecemos hospitalidad a los peregrinos sin importarnos nada más —le dijo.
—Solo necesito descansar —respondió el peregrino —me encuentro muy cansado y no puedo seguir más.
-Pues aquí podrás hacerlo, deja tu bici y date una buena ducha, luego te proporcionaremos un sitio en el que podrás descansar y recuperar tus fuerzas.
—Pero le he dicho que soy ateo y las personas que llegan aquí, serán la mayoría cristianas, dudo que pueda sentirme a gusto con ellas y descansar con comodidad —dijo el peregrino.
—Pues entonces, sigue unos kilómetros más, llegarás a otro pueblo en el que hay un albergue que acoge a los peregrinos y no es un lugar cristiano como este, es un sitio privado que para ti puede resultar más confortable —le recomendó el Maestro.
—Es que me encuentro muy cansado y no puedo avanzar más —afirmó el peregrino un tanto desolado.
El Maestro, con la paciencia que le caracteriza, le fue diciendo las cosas que se ofrecían cada día a los peregrinos en Santuario, pero si lo deseaba, él estaba exento de todas ellas, porque todas eran libres y no se obligaba a nadie a participar en lo que no desearan.
—Pero, si no asisto a la oración verán que soy diferente a los demás y me miraran de una forma rara; además, no puedo estar con gente a mí alrededor, eso puede llegar a angustiarte.
—No tienes porque preocuparte —le dijo el Maestro —no todos los peregrinos asisten a la oración, pasarás desapercibido y si lo deseas, podemos proporcionarte un cuarto en el que estés solo y no tengas que tener personas a tu lado.
—Pero si hacen eso van a estar pendientes de mí, los demás se darán cuanta, se harán preguntas sobre por qué tengo un trato especial y diferente a los demás peregrinos.
—Creo que lo que tienes es un problema importante y no vamos a minimizarlo porque es muy serio, creo que te encuentras en el mejor sitio para poder solucionarlo ya que en ocasiones el Camino puede llegar a hacer milagros. Si no lo consigues, cuando hayas finalizado tu camino, debes ponerte en manos de especialistas para que lo traten —aseveró.
El peregrino, a pesar de todas las facilidades que le estaba dando el Maestro, seguía dudando si se quedaba o no y fue poniendo cada vez más pegas tratando de justificar porque no podía quedarse en aquel lugar.
Armándose de toda la paciencia del mundo, pues se daba cuenta que estaba ante una persona que necesitaba un trato especial, fue tratando de responder a cada una de las dudas que el peregrino iba manifestando.
Le ofreció que en lugar de bajar a la cena para no tener que encontrarse y estar rodeado de los demás peregrinos, podía cenar en la cocina, llevarle la cena a su cuarto o dejarle la cena en el comedor para cuando todos se hubieran acostado poder bajar y cenar solo.
También le dijeron que si lo deseaba, en lugar de dormir dentro de las paredes de Santuario, le dejarían una tienda de campaña que podría poner en el jardín, de esa forma no estaba, como el temía, dentro de un lugar que chocaba frontalmente con sus creencias; además, estaría solo y nadie tenía que extrañarse que se encontrara dentro de la tienda, ya que algunos peregrinos lo hacían de esa forma porque deseaban dormir cada noche que el tiempo se lo permitía al aire libre.
Todos los argumentos y las facilidades que le estaba dando el hospitalero, el peregrino las iba descartando, poniendo cada vez más pegas a todo cuanto le decían, estaba demostrando una negatividad que jamás en los años que el Maestro llevaba en Santuario, había encontrado en otra persona.
Finalmente, el peregrino dijo que se marchaba, nada de lo que le habían dicho le había llegado a convencer, prefería hacer esos kilómetros que le separaban del otro pueblo, antes de quedarse en un lugar en el que se iba a encontrar incomodo a pesar que le habían ofrecido todas las facilidades para que eso no fuera así.
—Ese era uno de esos peregrinos que no tenían que llegar hasta aquí y una vez que llegó estaba claro que no tenía que quedarse —le dije al Maestro.
—Eso mismo pensaba yo cuando le vi marchar, el Camino no le había elegido para ser uno de los peregrinos que pasaran la noche con nosotros. Pero siempre me ha quedado la duda de si debí insistir un poco más y conseguir que se quedara, porque era un joven que necesitaba tanta ayuda: y aquí estamos para ayudar en esos casos que realmente nos necesitan.
Comprendí lo duro que tiene que ser para personas que poseen la sensibilidad del Maestro, sentir que a veces la misión que tienen encomendada no se llega a cumplir como ellos desean por no atreverse a forzar un poco más determinadas situaciones. Pero le aseguré, porque estaba convencido de ello, que si ese peregrino hubiera tenido que quedarse en Santuario, de una forma o de otra, lo habría hecho y cuando ocurren algunas situaciones no es por casualidad; es porque tienen que suceder de esa forma.