Isaías Santos Gullón – 27 de marzo de 2017.
Todos los grandes imperios, todas las grandes instituciones, todas las grandes sociedades han tenido una lenta pendiente de subida hasta alcanzar el cénit.
Una vez en él los dioses le regalan sus sonrisas para hacerle olvidar el trabajo de la escalada. Y cuando anulan con su adulación el recuerdo del sudor exhalado, cortan el hilo del que pende su dicha y hacen que caiga planeando en el arrebol del sueño de la grandeza ida.
Es ley de vida, y la historia transforma el discurrir en verbo no cuando roza la mano la luminosa nube, sino cuando en el gesto cansado se refleja el ensueño de aquel placer perdido. Mas dichosos aquellos en cuyos rostros se dibujan los surcos nobles del desengaño, porque precisamente ellos son la material manifestación de las cimas conquistadas.
Te recuerdo, Serafín, a la puerta del salón de baile. En tu mano billetes de a cinco y de peseta. Repleto de parejas el local, la vieja gramola exhalaba el eco cansado de valses y pasodobles: y tus ojos, pícaros y jacarescos, cabalgaban en la hipérbole de susurros y promesas. A ti llegaba inconfundible el vaho de pasiones reprimidas, y en tu sonrisa estoica se adivinaba la ironía de los años vividos y la enseñanza perenne, porque tú ya entonces sabías que el calor del roce enciende de rubor las más castas narices.
¡Qué tiempos aquellos, Serafín! Cotidianas partidas de brisca de las que a veces sobresalía una voz: -“¡¡Juejo pa Jeromo!!”. Del fondo del café una voz que te llamaba y tu respuesta que no se hacía esperar: -“¡¡Voy!!”. Pero tardabas, tardabas en ir. Y la contradicción humana no respetó tu persona; a lo que jamás faltaste, y puntual, fue a presidir en tu cargo la cofradía de las Ánimas, como si llevando la vara de presidente, dieras el último “¡Voy!” a quien tu casa no volviera a visitar.
Tu vida ha sido el último retoño de la tranquila y parsimoniosa, sagaz y segura diplomacia pueblerina. En los movimientos de flujo y reflujo, en los cuales inmersa la juventud navega, tu acariciabas con sonrisa la cresta de la ola y llenabas la jarra de esperanza en la espuma de su huida. Con todo pudiste y siempre tu empeño dominó la situación más áspera. Tan sólo se resistieron a tu persona los miles de moscas que acudían a apurar las gotas de los dulces licores vertidos.
Tú bien sabes, Serafín, que es visita obligada ir a tu casa. Que todas aquellas generaciones que tu batuta dirigió en los primeros pasos cafeteros acuden, aunque sea de paso, a beber en tu antigua y renovada morada el trago que despierta el recuerdo de aquellos días pasados. Y que nadie en el pueblo que nacer te vio, toma ejemplo de aquella zorra, que en tu corral criaste con cariño y luego pagó tu desvelo huyendo después de haber dado muerte a tus gallinas.
Amigo Serafín, hace años, al rítmico golpeo del tamboril de piel de galgo y soplando la flauta de agudas notas, sellaste para siempre una época. Ahora, cuando te veo sentado y soñoliento en tu bar casi vacío, siento en mi alma una profunda pena. Mas puedes estar seguro que dentro de muchos años, cuando tu bar sea sólo un recuerdo, al salir de otro lugar más de uno diremos confiados: -“Vamos a casa de Serafín”.
Publicado en la página cinco CORREO DE TÁBARA en El Correo de Zamora de 8/3/1974.
JUAN CID