almeida – 24 de Julio de 2015.
Si en alguna ocasión alguien me planteara realizar una tesis doctoral sobre el estudio del comportamiento de los seres humanos, sin ninguna duda le llevaría durante un mes a algún albergue de peregrinos en donde pueda analizar concienzudamente algunas mentes que se salen siempre de lo normal.
Por lo general, los peregrinos son personas estupendas que tienen un fin común, terminar la jornada para penar en la siguiente, pero siempre hay esas excepciones que confirman la regla y en ocasiones producen una serie de situaciones que los hospitaleros con algunas tablas saben cómo pueden sortearlas bien.
La triquiñuelas de la litera baja o buscar el lugar más alejado de quien ya es considerado un roncador profesional por quienes llevan caminando unos días a su lado, se quedan en meras anécdotas ante esos casos tan originales que suceden de vez en cuando en los albergues.
En cierta ocasión llegó donde me encontraba una peregrina a la que después de registrarla, esperó a ocupar su litera, no quería hacerlo de forma inmediata por lo que tuve que apremiarla porque podía llegar a quedarse sin ella.
-No importa – me dijo – yo espero que llegue un peregrino que viene por detrás y cuando él la ocupe la cojo yo.
Pensé en uno de esos flechazos del camino y deseaba estar al lado de quien había cautivado su corazón, pero al ver al peregrino no le encontré nada especial y me extrañó, aunque en esto del amor sé que hay gustos para todo.
Una vez que el peregrino ocupó su espacio, con disimulo me acerqué para ver lo que la mujer hacía y vi que cogía una litera en el extremo opuesto al que había ocupado el peregrino.
-Es que le huelen los pies – me dijo al verme en la puerta del cuarto un tanto asombrado.
Cuando ya había un número razonable de peregrinos para poner un programa corto en la lavadora y lavarles la ropa del día, de nuevo apareció la peregrina para pedir que su ropa no la lavaran con la de aquel peregrino porque le olía mal.
Ante la negativa a hacer excepciones y como no quería lavarla en la pileta aceptó de mala gana que su ropa estuviera en contacto con los demás y sobre todo, con la de aquel que según ella desentonaba de todos los demás sin darse cuenta que quien parecía que se encontraba fuera de su sitio era la que tantas pegas estaba poniendo a algo que a los demás ni tan siquiera les preocupaba.
Viendo que contaba ese día con una peregrina diferente, presté un poco más de atención a las reacciones y al comportamiento que ésta tenía con los demás y cuando se puso la ropa en el tendedero para que se secara, enseguida fui a ver su ropa y me di cuenta que tenía un nuevo agravio que la había acontecido.
-Me ha aparecido una manchita blanca en mis braguitas – decía mostrándomelas.
Miré por encima aquella prenda tan íntima y personal y viendo las demás que se encontraban tendidas que habían acumulado sudores de casi treinta días, le fui señalando cada una de las prendas diciéndole que en el camino todo sufre un desgaste y una acumulación de suciedad normal, pero creo que ella no se quedó muy convencida.