almeida – 12 de octubre de 2014.

Estaba en uno de esos albergues que se encuentran al final del Camino. Los peregrinos cuando llegaban lo hacían con la emoción de haber cumplido para muchos lo que era un sueño desde el primer momento en el que se propusieron realizar el camino.

Todos estaban en ese estado de satisfacción de quien ve culminar algo que le parecía imposible, no solo a él, sino también a los que conocían su aventura, por eso eran los momentos de intentar no inmiscuirte en los pensamientos de quienes veían ya al alcance de su mano la meta. Generalmente eran ellos los que trataban de contagiarte su entusiasmo y en esos momentos solo era preciso escuchar y las historias iban brotando desde el interior de cada peregrino.

Había historias increíbles, tanto que quien las contaba de vez en cuando aseguraba que eran verdad, no hacía falta que lo hicieran porque solo con ver la expresión de sus ojos, eras consciente que lo que estaba saliendo por su boca era tal y como les había acontecido. Otras en cambio eran muy humanas y la emoción no solo de quien las contaba, sino de quien las escuchaba hacía que de vez en cuando se retorciera la garganta impidiendo que las palabras brotaran con facilidad.

Recuerdo una ocasión en la que llegó hasta el albergue Isabel, venía con dos amigas más que ya habían llegado dos o tres horas antes y éstas cuando accedieron al albergue me comentaron que una amiga venía por detrás, lo cual era algo frecuente por lo que no le di la mayor importancia.

Pero el retraso solía ser siempre de minutos, la más rezagada era siempre la ultima en llegar, pero aquel retraso sobre sus compañeras de varias horas, no era tan normal, aunque tampoco me preocupo lo más mínimo saber el motivo por el que había sido ocasionado.

Cuando llego Isabel, la vi radiante, era una joven de unos treinta años que irradiaba vitalidad y sobre todo una alegría difícilmente contenible. Cuando vio a sus compañeras de camino se abrazo a ellas y se retiraron al patio donde estuvieron conversando casi una hora. Bueno la que conversaba era Isabel que no cesaba de hablar mientras sus amigas escuchaban con la boca abierta lo que ésta las estaba contando que parecía muy interesante.

Después de ese encuentro, Isabel se acomodó en el lugar que se le había asignado y se fue a duchar y a lavar la ropa de esa jornada. Era ya tarde y no esperaba que llegaran más personas por lo que hice recuento de las que habían llegado para disponerme a preparar la cena.

Cuando me encontraba con los preparativos, se acerco por el lugar donde yo estaba la joven por si podía echar una mano en alguna cosa. La dije que ella descansara, que era lo que tenia que hacer y la cena era cosa mía, que para eso me encontraba allí, si lo deseaba podía prepararle una infusión o alguna bebida fría mientras descansaba.

Rechazó el ofrecimiento, pero se sentó en una de las sillas que estaban al lado de la mesa en la que me encontraba y como si no pudiera contenerlo y deseara compartirlo, me dijo:

-El Camino es mágico.

-Pienso lo mismo – respondí – por eso me encuentro de hospitalero que es otra forma de hacer el camino.

-Pero, todos los sueños se acaban cumpliendo – comentó ella.

-Así es – le dije – ya te queda solo un día para terminar y por fin verás que tu sueño se ha cumplido.

-No hace falta que lo termine – mi sueño se ha cumplido ya, lo he visto realizado hoy y para mí ha sido especial y mágico.

-No te comprendo – comenté – el sueño se culmina mañana, cuando se llega a la meta que todos los peregrinos se marcan cuando comienzan, hoy te encuentras solo a un paso de conseguirlo.

Entonces Isabel, comenzó a contarme esa historia que deseaba compartir, ya lo había hecho con sus amigas y ahora deseaba que yo también la conociera.

Cuando meses atrás, sus amigas le propusieron emplear las vacaciones recorriendo el Camino, esta idea no la sedujo nada, ella siempre había disfrutado de unas vacaciones diferentes y no las contemplaba caminando todos los días, la resultaba excesivamente incomodo para los gustos que tenía.

Pero le fueron hablando de la libertad que se siente en el Camino y sobre todo de las experiencias que cada día te va aportando el contacto permanente con personas de otras culturas y parece que la reticencia inicial se fue diluyendo, aunque seguía sin entusiasmarle la idea.

Un día una de sus amigas la dejó un libro que hablaba sobre el Camino, esperaba que con lo que leyera acabaría por convencerse, pero el libro no surtió el efecto esperado, únicamente hubo algo que llamó su atención, era una foto en la que se veía un gran prado verde y en medio había un alazán negro como el carbón. A Isabel le apasionaban los caballos y aquella imagen fue la que para ella significaba el camino. Comenzó a verse montada a lomos de un caballo recorriendo los prados verdes de cualquier lugar por el que pasaran y fue cambiando poco a poco el concepto que tenía del Camino.

Cuando comenzaron a caminar, todos los días esperaba que en cualquier lugar apareciera el caballo de sus sueños, pero éste no lo encontró en ningún sitio, quizá algún borrico de carga que los aldeanos utilizaban para sus labores en el campo o unas mulas arrastrando un pesado carro cargado de cereal, pero el caballo de sus sueños se había evaporado en su mente porque ya no esperaba verlo.

No obstante, aquello tampoco le importo con el paso de los días, ya que como sus amigas le habían asegurado, las sensaciones que va aportando el Camino, no se encuentran en otro sitio y fueron numerosas las personas que llegó a conocer y cada una de ellas le resultaba más interesante que la anterior.

Ahora estaba disfrutando de ese camino que al principio no comprendía pero le estaba consiguiendo extraer toda la esencia de la que se hablaba en algunos libros y sobre todo comprendía perfectamente lo que los peregrinos más veteranos que se encontraba le decían lo que esta ruta aporta a quien la recorre.

Se encontraba ya a punto de finalizar la acentuara que había resultado excepcional, aunque su sueño de cabalgar a lomos de un hermoso caballo no se hubiera cumplido, pero tampoco importaba demasiado, había conseguido ver otros valores que compensaban con creces sus deseos.

El día antes de llegar a donde yo me encontraba, las peregrinas llegaron hasta una aldea en la que había los servicios indispensables para los habitantes de aquel lugar y para los peregrinos que por allí pasaban, pero no había ningún cajero en el que la joven pudiera retirar el dinero que necesitaba.

Sus amigas le ofrecieron dejarle lo que necesitara hasta que llegaran al siguiente pueblo en el que se encontraría alguna entidad bancaria, pero coincidió que el hospitalero que había estado escuchando lo que decían, se ofreció para llevarla en su coche hasta un pueblo que se encontraba a cinco kilómetros, él tenia que ir hasta allí para comprar algunas cosas que necesitaba y si lo deseaba ella podía ir en el coche.

Isabel, aceptó el ofrecimiento, no le gustaba estar sin dinero porque en ocasiones era un tanto caprichosa y no podía evitar ese impulso de adquirir las cosas según las veía y en estos casos no le gustaba depender de los demás.

Cuando salieron del pueblo, en un campo enorme, observó como corrían en libertad varios caballos, era la misma visión que ella había tenido una y otra vez y la estaba viendo a su lado.

-¡No es posible! – gritó la joven.

-¡Te ocurre algo! – Dijo el hospitalero – ¿quieres que pare?

-¡Si por favor! – dijo ella.

Descendió del vehiculo y se apoyo en la valla de madera que cercaba aquel prado y contemplo aquella visión que tantas y tantas veces había tenido no solo durante su camino sino antes de iniciarlo.

El hospitalero no comprendía la reacción de la joven, hasta que ésta le fue contando cómo desde que le propusieron hacer el camino, su visión y la imagen que se repetía una y otra vez en su mente, era la que acababa de presenciar en aquel momento.

-Esos caballos son de Ángel – dijo el hospitalero – es un buen amigo mío, se dedica a la cría seleccionando la sangre entre ellos y le apasiona lo que hace, estoy seguro que no le importará que montes uno y cumplas tu sueño. Ahora no está con ellos, pero seguro que cuando volvamos lo vemos y se lo decimos.

-¡Si, por favor! Comentó Isabel, sería muy importante para mí poder dar un paseo sobre el caballo negro.

Cuando regresaron, los animales no se encontraban en el prado, por lo que se dirigieron a los establos en los que diariamente Ángel guardaba a los animales, pero éste no se encontraba en aquel lugar. Le llamaron por teléfono y quedaron con el a las nueve y media en el bar de la aldea.

El hospitalero dejó en el Bar a Isabel y le dijo al encargado que cuando llegara Ángel le dijera a la joven quién era ya que tenía que hablar con él. El hospitalero regresó al albergue y la joven se quedo en el bar delante de una pantalla de televisión en la que ponían un partido de fútbol, esperando la llegada de aquel desconocido que podía hacer realidad su sueño.

Pero fue pasando el tiempo y Ángel no llegaba y la joven, siguiendo las recomendaciones del hospitalero regresó al albergue que se cerraba a las diez y media y ese día había hecho una excepción esperando hasta las once.

Cuando llegó al albergue, se encontraba un tanto desmoralizada, fue a mirar la hora que era y se dio cuenta que se había dejado el teléfono en el bar, por lo que regreso de nuevo a recogerlo.

Nada mas acceder al establecimiento, el dueño del local le hizo una seña a un hombre que se dirigió a donde la joven se encontraba.

-Hola, soy Ángel y me han dicho que preguntabas por mí.

Mientras la acompañaba al albergue, porque Isabel le dijo que no podía llegar después de las once, fue explicándole todo lo que le había contado antes al hospitalero, le habló de su sueño y como al ver los caballos en el prado, por un momento, se imaginó que su sueño se iba a hacer realidad, pero ya lo había descartado porque había pasado el día y no había tenido ocasión de ver cumplido ese sueño.

-Ahora ya no – dijo Ángel – pero si quieres, mañana a las ocho, llevo a los animales al prado y puedes montar el tiempo que desees.

-¿De verdad? – dijo la joven abriendo los ojos como quien recibe la mayor sorpresa que no se imaginaba que podía llegar.

-¡Claro! – Dijo Ángel – me encanta la gente a la que le gustan los animales y tú, por la forma que hablas de ellos veo que te apasionan como a mí.

Se despidieron quedando en encontrarse de nuevo a las ocho en el establo. Isabel, no se había dado cuenta hasta ese momento que hacia una noche preciosa, con un cielo estrellado en el que podían contemplarse perfectamente hasta las más lejanas constelaciones.

Nada mas ver entrar por la puerta a Isabel, el hospitalero al observar aquella mirada, fue consciente que el resultado de las gestiones era el que se había imaginado y acompañó a Isabel hasta el cuarto en el que ya dormían todos los peregrinos que esa noche se alojaban en el albergue.

A la mañana siguiente, le contó a sus amigas los resultados de su gestión y como ellas no tenían ningún interés en montar a caballo ni ver como su amiga lo hacia, irían caminando por delante y se encontrarían en el albergue en el que yo me encontraba.

Viendo el brillo que transmitían los ojos de Isabel según me comentaba como se montó a lomos del caballo negro y luego estuvo disfrutando de dos animales más hasta que sació su deseo de galopar por los verdes prados sintiendo esa libertad que tanto se había imaginado. Estuvo casi tres horas disfrutando de aquel momento tan especial para ella, por eso llegaba con la diferencia tan grande con la que habían llegado sus compañeras. Pero Isabel era feliz porque había conseguido que uno de sus sueños se convirtiera en realidad y ahora sí creía en esa magia que dicen que tiene el camino, porque ella lo había comprobado personalmente.

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