Javier Andrés Miranda – 05 de abril de 2017.

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Este fin de semana tuve la oportunidad de presenciar uno de esos momentos únicos, de esos que sabes que no vas a volver a vivir.

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Allá por el siglo X, quién sabe en realidad cuándo, salió de Tábara uno de los principales y más importantes códices, el Beato de Tábara. No seré yo quien dé una lección de historia al respecto. Ya hay documentación de abondo para profundizar al respecto del mismo.

Avatares de la historia el Códice ha sobrevivido hasta nuestros días, con mejor o peor fortuna estando custodiado en la actualidad en el Archivo Histórico Nacional donde a buen seguro está teniendo mejor tratamiento que los últimos siglos.

Del lugar en el que se escribió este Beato de Tábara apenas queda hoy en pié la Torre de la Iglesia de Santa María. Otrora fue un importante centro y monasterio mixto con más de 600 monjes, hombres y mujeres.

Olvidado y sólo recordado por estudiosos en la materia, el empeño de unos pocos ha hecho que en los últimos años en Tábara, su lugar de concepción, se haya estado trabajando para su recuperación y conocimiento y para llegado el momento, volver a tenerlo, aunque fuera por unas horas.

Y ese momento llegó. Sí, llegó. Y con ese motivo se prepararon unas jornadas bajo el título: “Los Beatos medievales, una herencia compartida. Tábara en el Archivo Histórico Nacional”

Enorme esfuerzo de coordinación para traer a Tábara una serie de personas con algo, e importante que decir acerca de su obra más especial.

Jornadas y charlas sobre el Beato y otros aspectos relacionados con él, y el plato fuerte, durante una horas, la vuelta del códice original al lugar en el que se escribió.

No sabemos qué dirían Magius, Emeterio o Ende en una rueda de prensa sobre su obra 10 siglos después. Mucho ha cambiado el tema de la edición y maquetación en este tiempo aunque seguro que con una sonrisa pensarán, nuestra obra lleva 11 siglos en pié, las vuestras con impresión láser, tintas especiales y todo lo que queráis, a ver cuánto aguantan.

Han sido dos días muy intensos. Donde un bocado de historia ha vuelto a las brasas del caldero en el que se cocinó.  Y la verdad, ver el Códice, impone. Quizás porque llevar muchos años oyendo hablar de él y tenerlo casi por algo mágico y verlo ante tus ojos es algo que nunca crees que vaya a llegar. Y si además tienes la oportunidad de documentarlo, más todavía.

Acercarte a él con la cámara, tomar posición, buscar el ángulo, la luz (nada de flash, so pena de salir escoltado por la Guardia Civil) y sin poder estar muchos segundos para no interrumpir a los centenares de personas que pasaron a verlo unos segundos.

Al final, historia. Historia de una época muy diferente a la actual, o tal vez no tanto. El miedo y sumisión a un dios hoy se ha tornado en otros miedos y sumisiones a otros dioses que no sé si igual de libremente que en el siglo X, aceptamos. Época en la que como la actual hay creadores que se empeñan en ejecutar obras para el disfrute de los demás.

Al final, reencuentro. Reencuentro de la obra original, el Beato de Tábara, con su lugar de creación, Tábara. Reencuentro de la obra original con su entorno, con las paredes en las que se concibió.

Al final, justicia. Justicia que se hace al trabajo de todas las personas que han hecho posible esta historia y reencuentro. Justicia con las personas que cada día cuidan de la obra para tratar de mantenerla otros diez siglos; técnicos, académicos, seguridad… Justicia con las personas que han luchado por traer el Códice a su primera casa. Justicia con Tábara por volver a ver a su obra más internacional en su casa. Y qué demonios, justicia con Magius, Emeterio y Ende.

Al final, historia, reencuentro y justicia.

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   Reportaje fotográfico de las jornadas – Fotos: Javier Andrés Miranda
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