Pienso, luego digo – 05 de febrero de 2019.

 

                No hace tanto tiempo que cuando alguien conseguía destacar en alguna modalidad deportiva, acababa por convertirse en un modelo para los demás, representaba a ese ídolo al que nos gustaría parecernos y al que deseábamos imitar.

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                Siempre le poníamos como ejemplo de perseverancia para poder llegar hasta lo más alto, y nos gustaba destacar su gran humildad, porque generalmente eran personas que habían surgido de la base social y tenían muy claro el lugar del que procedían.

                Eran nuestros héroes porque sabían como nadie representar los valores que de alguna forma siempre habían permanecido con nosotros, aunque fuera en nuestros sueños y como éramos conscientes que no podríamos llegar nunca a ser como ellos, tratábamos de inculcarle a nuestros hijos aquellos valores y acabamos poniéndoles en un pedestal.

                Cada vez resulta más habitual, que sean ellos los que vayan colocándose en ese pedestal, sin esperar a que los que aprecian sus valores lo hagan y esos valores que les hacían destacar van perdiéndose porque la humildad y la humanidad de antes, se acaba transformando en soberbia y cuando se pierden algunos valores es muy difícil volver a recuperarlos.

                Lo peor de todo, es que ellos solos se van endiosando, hasta el punto que se llegan a sentir inmunes a todo cuanto les rodea y algunos, hasta consideran que están por encima del bien y del mal.

                No se conforman con ser unos privilegiados que pueden llegar a tener todo lo que necesitan y todo lo que desean, llegan a ser insaciables y siempre quieren más y más.

                No carecen de nada, tienen las mejores remuneraciones que uno se puede llegar a imaginar y cuando lo lógico sería que su bienestar, lo compartieran con los más desfavorecidos y contribuyeran más que nadie a mantener el estado de bienestar de los más desfavorecidos, buscan siempre la forma en la que poder evadir esas responsabilidades que han contraído con la sociedad.

                Cada vez van saliendo más casos de deportistas de élite, del más alto nivel, que en lugar de contribuir con la parte que les corresponde como hacemos todos los demás, ellos por medio de sus importantes asesores buscan la forma de evadir esa responsabilidad, sabiendo que lo que ellos no aporten, deben hacerlo los demás, los más desfavorecidos.

                De vez en cuando, alguno de estos personajes carentes de dignidad y de vergüenza, es pillado in fraganti, pero esa inmunidad de la que hacen gala, les hace afrontar la situación como si nada fuera con ellos.

                Cuando a la mayoría de la gente humilde, decente y normal, se nos caería la cara de vergüenza por tener que presentarnos ante su señoría, para confesar esa carencia de escrúpulos y de vergüenza y que para cumplir con el daño causado a la sociedad, debemos reintegrar lo que nos hemos apropiado indebidamente, más el tiempo que las leyes dicen que se nos debe privar de libertad por incumplir con estas obligaciones, a estos privilegiados se les ofrecen todas las opciones para que sigan decidiendo lo que más les conviene y de esa forma, evitar que no resulten demasiado perjudicados.

                Lo más triste, lo verdaderamente aberrante, es ver a esos que tienen que pagar a escote lo que trataba de evitarse su ídolo, cómo le siguen aclamando y le siguen manteniendo en ese pedestal en lugar de decirle a la cara lo que realmente son, unos impresentables, que creen estar por encima del bien y del mal.

                Ídolos que en lugar de ser de mármol, aunque ellos se sigan viendo así, no dejan de ser esos ídolos de barro que como el barro, la tormenta acabará por desintegrarlos por completo.

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