Pienso, luego digo – 07 de febrero de 2019.
Habitamos una franja de tierra de excesivos kilómetros cuadrados, en donde los pequeños pueblos que todavía se van manteniendo en pie, cuentan con casi la totalidad de la población en una edad que ya no les permite ser productivos, buena parte de ellos son dependientes y van viendo como según ellos van envejeciendo, también el pueblo que les ha visto nacer y donde han vivido toda la vida, se va muriendo con ellos.
Primero fue el cierre de la escuela, después la iglesia, luego se marchó el médico que ahora viene una vez cada quince o veinte días, más tarde se quedaron sin farmacia, cuando se murió la que llevaba la tienda, se quedaron sin abastecimiento y parece que lo único que seguía dando servicio al medio centenar de personas era el bar/tienda de toda la vida.
Pero también el dueño del bar/tienda ya era muy mayor, él sabía que en el momento que cerrara su pequeño negocio, el pueblo comenzaría un letargo del que ya nunca más iba a resurgir.
Como de vez en cuando debía ir a comprar algunas cosas hasta un pueblo mayor o desplazarse a la ciudad, procuraba tener aquellas cosas necesarias que siempre se recurre al vecino cuando se acaban (un poco de sal, azúcar, aceite,….)
Pocos en el pueblo disponían de un medio de comunicación para poder desplazarse, normalmente aprovechaban la visita de un hijo cada semana o cada mes para hacer la compra fuerte de las necesidades que durante ese tiempo iban a tener y si la visita se demoraba unos días más, sabían cómo arreglarse con lo que tenían y si no, pasaban unos días de necesidad, que ya estaban acostumbrados.
Uno de los vecinos, aunque lo había intentado en varias ocasiones, no había podido dejar el vicio del tabaco, era superior a sus fuerzas y sobre todo a su voluntad. Cada vez que venía su hijo a verlo, le traía varios cartones que le duraban siempre hasta la siguiente visita, aunque a veces una partida con los amigos un poco más ajustada de lo normal, le hacía incrementar el consumo y por más que racionara lo que tenía, no le llegaban las provisiones hasta la siguiente visita de su hijo.
Pero el del bar/tienda que conocía esta situación, siempre que iba a la ciudad compraba algún paquete de tabaco por si su amigo y vecino se quedaba sin provisiones, evitar que estuviera unos días sufriendo el síndrome de abstinencia.
A veces daba la sensación que el pueblo se había perdido en el mapa porque eran muy pocos los que llegaban hasta allí, a excepción de un día en el que uno de esos funcionarios que abundan seguramente demasiado y tienen que buscar la forma de justificar su trabajo, se perdió en aquel perdido pueblo y fue a hacer una inspección al local del bar/tienda.
Cuando vio los tres paquetes de tabaco, tuvo claro que ese no se escapaba sin su sanción, a pesar de la justificación que trataba de darle el buen hombre. Pero que le iba a contar a un Sr. inspector que para lo único que servía era para levantar un acta y aplicar una sanción que en esta ocasión fue de 3.000€
De poco sirve ese sentido común que se tiene que aplicar de vez en cuando y más en situaciones como esta, el grado de incompetencia de este inepto, le llevó a aplicar con todo rigor la normativa, porque para ello, él era en ese momento la autoridad.
Imagino al pobre hombre del bar/tienda, una multa que no va a poder recuperar en todo el año, se habrá pensado muchas veces que no le compensa seguir teniendo abierto su establecimiento, pero quiere dar un servicio a sus vecinos, lo contrario que el inepto que con su acción solo contribuye un poco más a cubrir esa fosa en la que se ha convertido el mundo rural, una palada más, total, a fin de mes el va a seguir recibiendo su sueldo sin falta.
Puedo entender esta incompetencia de un funcionario que no sabe más que eso, ver la forma de causar un perjuicio a los que tiene que inspeccionar, lo que resulta más difícil de comprender es que su inmediato superior no haya paralizado esa denuncia, porque pienso que cuanto más alto sea el puesto más capacitado se encuentra uno para pensar, aunque también a veces pienso que tengo demasiada imaginación.