almeida – 14 de septiembre de 2014.
Cuando se olvida para lo que fueron creadas algunas cosas, éstas, van perdiendo todo el sentido que llegaron a tener.
El Camino, nace fruto de una necesidad para enaltecer una fe en las creencias que un día fueron impuestas y que con el paso del tiempo se fueron diluyendo. Por eso, surgió con fuerza la imperiosa necesidad de motivar a las gentes para ir a venerar unas supuestas reliquias de alguien que estuvo al lado del fundador del cristianismo, era necesaria esa fe que conseguía mover montañas para poder volver a creer en un futuro que para muchos resultaba muy incierto.
Pero con el paso de los años, también la fe se fue dejando aparcada cuando ya no era necesario implorar a lo desconocido para mejorar la vida de las gentesy la peregrinación fue quedando relegada porque los vientos que corrían eran más favorables.
En el resurgir, algunos buscaron en las fuentes originales y siguieron los pasos de aquellos que comenzaron a marcar el camino, pero para los más, se acabó convirtiendo en una moda en la que los valores que buscaban en la peregrinación eran otros muy diferentes a los que la llegaron a posicionar en el lugar que un día tuvo.
Es frecuente ver a peregrinos que desconocen la historia del Camino y lo que guía a aquellos que lo recorren con esa fe que un día fue lo que desplazó a buena parte del viejo mundo hacia los confines de la tierra, pero no importa, es una moda más y cuando regresen a su monotonía diaria, podrán de vez en cuando mostrar esas instantáneas que acrediten que también ellos recorrieron un día ese Camino del que algunos hablan y aquellos que lo pongan en duda, siempre podrán ver esas interminables credenciales con decenas de sellos de todos los lugares imaginables, hasta de la discoteca en la que pasaron unas horas de asueto mientras recorrían su particular camino.
En los albergues, nos vamos acostumbrando a encontrarnos de todo y como el buen agricultor, una vez que la mies se encuentra reposada en las eras, vamos separando la paja del trigo y casi siempre acabamos conversando con aquellos que hablan el mismo idioma que nosotros.
Recuerdo una ocasión en la que llegaron al albergue dos peregrinos de un pequeño pueblo malagueño que venían haciendo la peregrinación a la vieja usanza, saliendo desde el mismo dintel de sus casas y la concluirían delante de los restos que se encuentran en la cripta de la Catedral de Santiago.
Eran dos peregrinos de una edad algo superior que los que se encontraban ese día en el albergue y llamaron mi atención porque no hacían ninguna ostentación ni presumían de ser los que venían desde más lejos, era algo que para ellos resultaba normal y apenas le daban importancia.
Hablamos largo tiempo sobre las vivencias que el Camino les estaba aportando y sobre la importancia que cada uno le daba a lo que estaban haciendo y durante el tiempo que permanecieron en el albergue trataron de ser los más anónimos, aunque para mi fueron los que más destacaron porque estaba perdiendo la costumbre de ver peregrinos como los de antes.
Cuando fui a despedirles por la mañana con el abrazo que acostumbro a dar a cada uno de los que han pasado la noche en el albergue, uno de ellos me dijo si quería bendecirles. Aquella propuesta me descolocó un poco porque no estaba acostumbrado a peticiones semejantes y viendo que no reaccionaba como debería, sin decir nada, me extendió una nota en la que estaba escrita la bendición del peregrino.
Mientras yo leía aquella nota, ellos permanecieron con la cabeza baja, sobresaliendo las mochilas sobre sus hombros;
“En nombre de Nuestro Señor Jesucristo, recibe este morral hábito de tu peregrinación para que castigado y enmendado te apresures en llegar a los pies de Santiago, a donde ansías llegar, y para que después de haber hecho el viaje vuelvas al lado nuestro con gozo, con la ayuda de Dios que vive y reina por los siglos de los siglos Amén.
Recibe este báculo que sea como sustento de la marcha y del trabajo, para el camino de tu peregrinación, para que puedas vencer las catervas del enemigo y llegar seguro a los pies de Santiago y después de hecho el viaje, volver junto a nos con alegría, con la anuencia del mismo Dios, que vive y reina por los siglos de los siglos Amén”
Seguramente, el abrazo que le di a aquellos dos peregrinos, llevaba más carga emotiva que los que ofrecí ese día y según les veía alejarse, vinieron a mi recuerdo, esos peregrinos añejos de los que había oído hablar en alguna ocasión, pero me había llegado a imaginar que ya habían desaparecido.