almeida – 2 de febrero de 2016.
Se habían implicado mucho en las labores que la iglesia de su pueblo estaba realizando para integrar sobre todo a los jóvenes. Realizaban todo tipo de actividades culturales, tenían un taller de música y otro de teatro,
pero los integrantes del numeroso grupo que se había formado cada vez querían hacer más actividades al aire libre, el contacto con la naturaleza les parecía muy gratificante y fueron programando todos los sábados algunas salidas a los montes que se encontraban cerca de su pueblo.
Esta nueva actividad fue cogiendo cada vez más adeptos y llegó a convertirse en la más demandada por los integrantes del grupo ya que les permitía pasar un día entero juntos en el que compartían numerosas cosas que entre los muros de la parroquia a veces era difícil que surgieran.
Lourdes había hecho una amistad muy grande con Manuel, los dos tenían muchas cosas en común y una de ellas era su desparpajo natural que los hacía diferenciarse del resto de integrantes del grupo y aunque siempre iban todos juntos, ellos eran los que tenían las ocurrencias más extravagantes y en ocasiones quienes se metían en más situaciones comprometidas.
Los demás les aceptaban como eran a pesar de que en ocasiones parecía que su descaro les colocaría en situaciones incomodas, pero ellos siempre sabían cómo salir airosos y al final eran reídas y aplaudidas las gracias que constantemente estaban haciendo.
Sin saber cómo, un buen día cayó en las manos de Lourdes un libro que era diferente de cuantos había leído antes, le hablaba de un camino que los peregrinos medievales seguían para llegar hasta Compostela para rezar ante los restos de uno de los discípulos del Maestro. Lo leyó con avidez y según iba pasando las páginas, aquello le parecía una aventura única, un sueño para poder realizarlo algún día.
En la siguiente salida que realizaron llevó el libro y se lo enseñó a Manuel, sabía que a él le causaría el mismo impacto que a ella le había producido y se lo dejó para que lo leyera. También Manuel se contagió del entusiasmo de Lourdes y ahora solo hablaban de ese camino mágico que para ellos comenzaba a ser un desafió.
Un día que estaba reunido todo el grupo, mientras comían un bocadillo en lo alto de un monte, Lourdes les dijo a todos:
-He descubierto una aventura que Manuel y yo vamos a hacer y os invitamos a todos a compartirla, vamos a hacer el Camino de Santiago.
-Pero eso va a requerir muchos días y una planificación importante – dijo Agustín que era el más sensato de todos y el más respetado del grupo.
-He estudiado todo y si queréis podemos discutirlo – dijo Lourdes – desde que leí el libro no he dejado de pensar en ello y ya he establecido un programa, saldríamos desde León y en quince días podemos llegar a Santiago.
La propuesta enseguida tuvo la aceptación que Lourdes imaginaba. Algunos del grupo ya tenían sus vacaciones establecidas, por lo que decidieron cambiar sus planes una vez que vieron el programa que Lourdes propuso ampliarlo a más personas del pueblo para dar cabida al mayor número de gente posible, así se sentían entre todos más seguros y protegidos.
Después de varias reuniones, formaron un grupo de ocho personas, seis eran habituales de las excursiones que realizaban los sábados y también se había apuntado una pareja que eran vecinos de Manuel. Aunque a algunos del grupo la presencia de Raquel no les agradaba mucho ya que sabían que era agnóstica y nunca se había interesado por los temas de la parroquia. Pero en una votación, decidieron admitirla también.
Unos días antes de salir, se unió al grupo Paco, le habían hablado tanto del proyecto que pensaban realizar que se entusiasmó enseguida con el mismo y a pesar de que tampoco pertenecía al grupo que salía los fines de semana, era muy amigo de todos y se sintieron muy contentos de poder contar con él en esta aventura.
El tren les dejó en la estación de León, cogieron sus cosas y comenzaron a caminar. Tenían por delante muchas horas de sol por lo que las aprovecharían ya que el hormiguillo de comenzar a andar no les permitía perder más tiempo sin hacerlo.
El Camino aún no contaba con una infraestructura suficiente para acoger a un grupo tan numeroso de peregrinos, solo había en algunos pueblos importantes un lugar en el que pudieran dormir y descansar, pero en la mayoría de los lugares a los que llegaban debían buscar por su cuenta donde poder hacerlo. Esto no representó ningún problema ya que cuando al finalizar una jornada no había un sitio donde poder pasar la noche, siempre Lourdes o Manuel se encargaban de que el cura del pueblo o el alcalde les proporcionaran alguna instalación que no se utilizaba y en la que podrían alojarse. Eran los proveedores de todo y en ocasiones el descaro con el que pedían o solucionaban los contratiempos hacía enrojecer a Agustín que pensaba que eran muy atrevidos solicitando acogida.
Pero comprendieron que en el camino todos los que están en él tratan de ayudar a los demás y hasta Agustín fue mostrándose cada vez más desenvuelto y adquirió parte de ese descaro que veía a sus amigos porque en algunas ocasiones, él como responsable del grupo, era el primero que sabía dónde tenía que ir para solucionar cualquier problema y cuando no encontraba una solución entonces se lo comentaba a Lourdes o a Manuel para que fueran ellos los que lo arreglaran.
La convivencia entre los nueve era extraordinaria, sintieron cómo el camino les estaba uniendo todavía más de lo que ya estaban y fueron percibiendo esa magia que va desprendiendo esta ruta milenaria. Un día hasta Raquel se embriagaba en ese espíritu del camino, después de una misa en una de las iglesias en las que iban a dormir esa noche se atrevió a comulgar ante la incredulidad de todos sus amigos. No se lo podían creer y para celebrar este acontecimiento, Agustín fue a la panadería del pueblo y compro una tarta para celebrar el feliz acontecimiento de la conversión de su amiga.
Las duras jornadas que hay ya en tierras gallegas fueron haciendo mella en algunos integrantes del grupo. Lourdes vio como sus pies se le llagaban con unas grandes ampollas, caminaba muy despacio y ahora siempre era la última que llegaba al destino que cada día se habían marcado. Manuel no quería dejarla sola y cambió su ritmo para acompañarla y por forzar un nuevo paso se le produjo una tendinitis. Caminaban a su ritmo sin preocuparse de cómo lo hicieran los demás, ya que habían acordado que cada uno llegaría al final de la jornada como pudieran y luego se reunirían todos en el lugar que habían establecido como fin de etapa.
Sabían que ese día si hacían cuarenta kilómetros, podrían descansar en un confortable albergue que habían inaugurado recientemente y acordaron llegar hasta allí. Era una distancia quizá excesiva para algunos pero podrían descansar en una confortable litera y después de haberlo hecho los tres últimos días sobre el suelo de las iglesias o los polideportivos aquello era algo que no podían perderse, por lo que se esforzarían para conseguirlo.
Como los últimos días, Lourdes y Manuel pronto se fueron quedando rezagados, no importaba, eran marchadores de fondo y sabían que al final ellos también llegarían a ese lugar en el que les esperaban sus amigos. Caminaban destrozados y se detenían constantemente, en una de estas ocasiones se sentaron en un tronco caído en el que había una avispa negra que al sentirse amenazada clavó su aguijón en el muslo de Lourdes.
Ahora más que peregrinos, parecían damnificados de guerra, ya no caminaban, casi se arrastraban por el camino, daba la impresión que todas las desgracias que podían surgir en el camino se habían instalado en su cuerpo.
Mientras hacían un nuevo descanso, por uno de los caminos vieron cómo se acercaba un todo terreno de la guardia civil que se detuvo a su lado.
-Buenas tardes – dijo el guardia que iba conduciendo – ¿se encuentran ustedes bien?
-Casi ni nos encontramos – dijo Manuel – vamos como dirían los paisanos, descarallados, casi no podemos ni con el alma, entre las ampollas, la tendinitis y ahora la picadura de una avispa, no nos podemos mover.
-¿Podemos hacer algo por ustedes? – preguntó el otro guardia.
-Pueden llevarnos al hospital a ver si nos ingresan o acercarnos hasta el pueblo en el que nos esperan nuestros amigos – bromeó Lourdes.
-No es habitual – dijo el guardia que llevaba la voz cantante – pero podemos considerarlo una emergencia y haremos una excepción.
Metieron las mochilas en el maletero del vehículo y los peregrinos se sentaron en los asientos traseros y cómodamente recorrieron los, cerca de quince kilómetros que les quedaban para finalizar la etapa.
El resto del grupo ya había llegado al albergue, se habían instalado y con preocupación esperaban la llegada de los dos rezagados, hoy se estaban retrasando más que de costumbre y Agustín llegó a pensar que les había ocurrido algún percance.
Cuando el vehículo estacionó a la puerta del albergue, Agustín al ver descender de el a los guardias civiles y observar que sus amigos se encontraban en el interior comenzó a ponerse rojo, no podía imaginar que nueva trastada habrían realizado sus amigos para ser detenidos y conducirles en aquel vehículo donde únicamente se metía a los malhechores antes de conducirles a la comisaría.
Según le fueron explicando el motivo del traslado, su ánimo se fue calmando y el color volvió de nuevo a su cara, se había tranquilizado al ver la situación que se había producido y se alegró de la llegada de sus amigos sin ningún contratiempo reseñable nada más que las consecuencias de la dura etapa que acababan de realizar.
Cuando finalizaron el camino, a pesar de todas las adversidades y contratiempos, todos se encontraban felices, estaban orgullosos de lo que habían conseguido y ya de vuelta en su pueblo cada vez que se reunían comentaban la experiencia que les había unido mucho más de lo que ya lo estaban antes de comenzar ese camino. Ya no hablaban de la aventura que habían realizado, comentaban esa magia que desprende el camino que se había metido en sus cuerpos y solo deseaban que llegara el próximo año para volver a disfrutar sufriendo de la experiencia que habían vivido.