Pienso, luego digo – 23 de febrero de 2019.

                A excepción de lo que está ocurriendo en los últimos tiempos, siempre se ha accedido a la vida política, en la que el servicio a los demás es lo que cuenta para quien accede a ella, después de haber demostrado a lo largo de su vida y de su profesión,

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el buen saber en cada una de las cosas en las que se implicaba y por eso, el pueblo siempre elegía entre los mejores, aquellos que ya habían satisfecho suficientemente su ego personal y solo podían compartir con los demás su buen saber hacer.

                Indudablemente, eran otros tiempos, esos que solemos asegurar que, cualquier tiempo pasado fue mejor, porque los valores que veíamos en las personas que nos representaban, representaban ese ejemplo que muchos querían seguir para imitar a los que llegaban a considerar unos modelos de vida.

                Desgraciadamente, llega un momento en el que los valores se van dejando a un lado y acaban por perderse y a la vida pública acceden, cada vez con más frecuencia, los que solo van buscando en este status, el medio para poder medrar, para el lucro propio y poder destacar ante los demás.

                Aseguraba un importante empresario de nuestros días, que si cogemos a la mayoría de los servidores públicos que ahora nos representan y analizamos detenidamente su trayectoria personal y profesional, nos damos cuenta que no han sido capaces de demostrar casi nada a lo largo de su vida, no han conocido lo que significa el trabajo constante para desarrollar un proyecto, ni han sido capaces de generar ningún puesto de trabajo para los que quiere representar.

                En principio, esto en sí, no llega a ser malo, porque cada vez resulta más frecuente que todos busquemos el mayor bienestar personal, con el mínimo esfuerzo, esa es la obsesión de la mayoría de las personas cuando se enfrentan a la forma de ganarse la vida.

                Pero se acaba pervirtiendo, cuando este lucro y este beneficio se va consiguiendo en detrimento de los demás, que se van empobreciendo proporcionalmente al enriquecimiento del que busca su bienestar a costa de los que le rodean.

                Aseguraba un buen hombre, de esos que suelen pensar y que en ocasiones nos legan esos pensamientos para que nos ayuden en nuestra vida, que para ser un buen político era necesario ser austero.

                Si además de no ser austero, se es un sinvergüenza, en ese momento el sistema comienza a hacer aguas, porque cuando nos damos cuenta que hemos puesto al zorro al cuidado de las gallinas, ya es demasiado tarde, porque el gallinero se queda vacío y además nos quedamos sin un solo huevo que pueda aliviarnos.

                Resulta muy tentador que pongan a disposición de alguien incompetente, no solo el poder, sino el dinero que representa ese poder, para gestionarlo en beneficio de los demás, para que cada recurso que tenemos que gestionar sirva para que produzcan unos pingües recursos para la sociedad y que ésta, evolucione.

                Vemos con tristeza que estos recursos en lugar de emplearse para lo que deben ser, sirven para el enriquecimiento de quienes tienen la responsabilidad de su custodia y de su gestión, porque falta ese grado de honestidad que deben tener quienes han llegado a estos puestos sin haber demostrado nada a lo largo de su vida.

                Llega ese momento que ya no nos sorprendemos cuando escuchamos los desmanes de esos servidores públicos, que cada vez con más frecuencia son pillados con las manos en la masa, porque son tan torpes e incompetentes, que hasta eso lo hacen mal y tarde o temprano tienen que rendir cuentas por cada uno de los desmanes que han provocado.

                El filosofo, cuando aconsejaba, que en la vida política había que emplear la austeridad, no conocía a estos que ahora cada vez más, ven en la vida política esa forma de ganarse de forma muy lucrativa su vida, porque no han sabido en su vida hacer ninguna otra cosa.

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