SAF –5 de junio de 2015.
Una de las formas de reconocer a dos peregrinos que se encuentran después de un tiempo sin verse es cuando ves a dos personas dándose un abrazo, un gesto tan natural, se está perdiendo, pero entre los peregrinos resulta algo tan espontáneo que a nadie llega a extrañar.
Generalmente el saludo o el apretón de manos para saludarse no consigue transmitir todo lo que puede llegar a expresarse con el cuerpo, por eso en el camino, cuando hay un reencuentro o una despedida suele hacerse a través del sentido abrazo, ese abrazo peregrino que consigue transmitir tantas y tantas cosas que es difícil de explicar y solo se puede sentir.
Dependiendo del albergue en el que te encuentres, casi no hay necesidad de comentarlo con los peregrinos, va surgiendo de una forma espontánea, únicamente los peregrinos orientales para los que el contacto físico es una manifestación que les cuesta expresar de una manera espontánea.
En algunos albergues en los que he estado prestando mi colaboración como hospitalero voluntario, sobre todo en esos lugares en los que después de la cena se comparten unos minutos de meditación con, los peregrinos, uno de los temas preferidos de conversación con ellos en esos momentos era hablarles sobre el abrazo entre los peregrinos.
Intentaba explicarles todo lo que conlleva un abrazo, en el apretón de manos, únicamente puedes transmitir la energía que corre a través de ella, pero en el abrazo es todo el cuerpo el que va transmitiendo esas sensaciones que en algunos momentos pueden llegar a manifestarse y a compartirse.
En el camino, generalmente cada peregrino saca lo mejor que lleva dentro, por eso es un lugar diferente a todos los demás que podamos imaginarnos. Si esa energía positiva, conseguimos transmitirla a los demás y compartirla por medio del abrazo, estaremos compartiendo con los que van a nuestro lado lo mejor de nosotros mismos y a la vez iremos inundando esa energía en todo el recorrido que realicemos.
En ocasiones solía poner el ejemplo de la película “Cadena de favores”, en la que a un niño se le ocurre realizar tres acciones buenas con otras tantas personas y éstas deben hacer cada una de ellas lo mismo con otras tres personas, el efecto multiplicador llega a resultar imposible de precisar hasta qué punto puede llegar.
En el albergue, en la época que nos encontrábamos la media era de unos veinte peregrinos cada día, por lo que desde ese momento iba dando ejemplo y repartía veinte abrazos entre todos los que se encontraban allí. Únicamente con que cada uno a la siguiente jornada hiciera lo mismo con veinte personas el efecto resultaba apabullante.
Recomendaba a los peregrinos que hicieran lo mismo, de esa manera conseguiríamos llenar el camino de esa energía que antes se encontraba a raudales, pero que cada vez es menos frecuente encontrarla.
Esa idea fue cuajando y cada mañana a la puerta del albergue, no solo había abrazos entre los peregrinos y el hospitalero, también entre peregrinos y peregrinas y hasta los orientales que al principio observaban con curiosidad y sonrisa aquellos abrazos, se acababan integrando en esta cadena que siempre me he imaginado que jamás se llegaría a romper, incluso después de alcanzar la meta aquellos a los que les invité a hacerlo.