almeida – 18 de agosto de 2014.
En cierta ocasión llegó a Santuario una peregrina joven, procedía de Valencia, destacaba por un gran tatuaje que llevaba en uno de sus brazos y por el pelo revuelto y un tanto desaliñado que llevaba; tenía buena presencia y resultaba algo atractiva a pesar de la forma un tanto extravagante y moderna que vestía.
El Maestro la registró en el libro donde iba apuntando a todos los peregrinos que llegaban después de informarla de la forma en la que podía pasar el día en Santuario; luego se dispuso a mostrarle donde se encontraban los baños, el cuarto y las demás dependencias de aquel lugar; pero la peregrina no tenía ninguna prisa, más bien deseaba satisfacer su curiosidad, porque había algunas cosas que a ella no le encajaban y comenzó a hacerle preguntas al Maestro.
Este estaba acostumbrado, además le gustaba satisfacer las curiosidades de los peregrinos, ya que para muchos era su primer camino y todo resultaba nuevo para ellos, había muchas cosas que iban surgiendo a lo largo del día y para ellos era necesario satisfacer su curiosidad.
—¿Y cómo se mantiene este lugar? —preguntó de forma directa la peregrina.
—Pues los únicos recursos que tenemos son los donativos que vais dejando los peregrinos, con ellos compramos los productos de limpieza, los alimentos, pagamos el agua, la luz, el gas y cuando sobra algo, reponemos algunas cosas que son necesarias y que con el uso se van quedando deterioradas e inservibles.
—Ya, pero ¿y cuándo no sale?
—Pues algunas veces no salen las cuentas y pasamos algunas estrecheces, pero siempre confiamos en la providencia, bien de Santiago, que sabe cuando tiene que acudir para solucionar algún problema, o esas almas caritativas, que sin saber como, suelen acudir en los momentos de más necesidad.
Al quitarse la peregrina una de las zapatillas, el Maestro vio que tenía una ampolla importante y le dijo que mientras estaban conversando, él la curaría las ampollas que llevaba en los pies. Se levantó a buscar las cosas necesarias y de nuevo se volvió a sentar frente a la peregrina.
—Y como siempre, seguro que la Iglesia no da nada —afirmó la peregrina.
—Este lugar en donde esta noche vas a dormir a cubierto era una antigua casa parroquial, la Iglesia la ha cedido de forma desinteresada para que los peregrinos, que como tú estáis haciendo el Camino, tengáis un lugar a cubierto donde dormir y os proporcione ese descanso tan necesario para seguir caminando.
—Ya, pero no da nada más —siguió insistiendo la peregrina.
—Si te parece poco, esto es lo más importante; si no hay donde cobijarse, no es posible que los peregrinos puedan descansar.
—Pero no me da en la cabeza que solo con los donativos se pueda mantener este sitio.
—Eso, lo que me está indicando, es que ya estás pensando el donativo que tú vas a dejar y crees que si todos van a hacer lo mismo que haces tú, seguro que es imposible que este lugar se pueda mantener. Además, yo formo parte de esa Iglesia, estoy aquí de forma voluntaria y desinteresada, haciendo un trabajo diario de muchas horas por el que no cobro nada.
—Pero tú lo haces porque eres un hombre bueno, yo creo que la Iglesia tenía que implicarse un poco más —siguió insistiendo la peregrina.
Ya estaba consiguiendo que el Maestro perdiera esa flema y esa tranquilidad que tanto le caracterizaba, pues todas las preguntas que le hacía la peregrina no tenían para él ningún sentido, porque según le explicaba cada cosa, volvía de nuevo dando un poco la vuelta a seguir sobre el mismo tema, no pudo aguantar más y en lugar de pensar lo que iba a decir como siempre hacía, comenzó a decir todo lo que estaba pensando.
—Sabes lo que te digo —le comentó el Maestro elevando un poco más el tono de su voz que hasta ese momento había sido muy suave —que la Iglesia en este momento soy yo, porque la estoy representando en este lugar, que es un sitio cristiano y quien te esta curando los pies lo hace porque se siente parte de la Iglesia, quien te ha dado hospitalidad lo hace porque se considera parte de la Iglesia, quien esta noche te va a dar de cenar lo hace porque así se lo ha enseñado la Iglesia que profesa y quien va a permitir que descanses esta noche es la casa en la que un día vivió el párroco de la iglesia de este pueblo y la cedió para que personas como tú podáis descansar.
La peregrina se dio cuenta que se había excedido un poco y dejo que en silencio, ya no deseaba hacer más preguntas, el Maestro terminara de restañarle las heridas que le habían producido las ampollas.
Paso toda la tarde por diferentes estancias de Santuario y por el jardín, lo observaba todo, en ocasiones con mucho detalle, pero ya no se atrevió a hacer ninguna pregunta más ya que, con la última respuesta, seguro que se habían aclarado todas las dudas que pudiera tener.