Manu Mediaoreja – 18 de agosto de 2014.
capítulo undécimo de los Entresijos del Cartel de Fiestas.
Llega el momento de dedicar el siguiente artículo a una persona que siempre está ahí, a mi lado. Tanto el pasado año, cuando me presenté por
primera vez al concurso de Carteles Fiestas Tábara 2013, como en el actual que volví a probar suerte con el de este año, ella siempre ha estado ahí.
Asomándose, de cuando en cuando, por detrás de mi, observando el «pantallón» del ordenador -herramienta de trabajo con la que suelo realizar mis ilustraciones desde hace quince años-; allí está ella, viendo cómo va evolucionando el cartel, desde apenas sus primeras líneas y siguiendo paso a paso y en primera fila el avanzar de la ilustración, el su día a día. Con una sonrisa que sólo ellas saben esbozar. Una sonrisa de orgullo, pues al fin y al cabo, han de estar orgullosas de aquello que parieron, amamantaron, criaron y educaron; orgullosas como nunca imaginaron por aquellos renacuajos que no se separaban de sus faldas y que llegarían a ser algo en el futuro, hoy presente, y que, sobretodo, llegarían a ser algo muy grande, si no para el mundo sí para ellas.
Cada lágrima derramada por nosotros; cada alegría; cada dolor de cabeza que les dimos y cada dolor de cabeza nuestro cuando nos cuidaron aliviando los quebrantos con sus besos y abrazos, cada «cinco lobitos tiene la loba» que nos cantaron… «cada achupé» con que jugaron… cada «te quiero» susurrado, o sin palabras… cada segundo que no han cesado de pensar en sus hijos, hijos de sus entrañas… cada infinidad de muchas cosas, que no deberíamos de olvidar jamás y que estamos llamados a agradecer siempre.
Aun cuando el resto del mundo se confabule contra nosotros; aun cuando la adversidad y la mala fe de algunos, otrora jefes que dejaron de pagar mil salarios; aun cuando pareciera que el camino se vuelve cuesta todo lo arriba que puede ser… ellas están ahí para soportar nuestro peso y parar nuestra caída, como mil veces hicieron cuando apenas cumplidos los casi nueve meses dentro y casi nueve meses fuera, algunos empezábamos a querer correr el mundo, como si tuviéramos prisa de lanzarnos a él.
Para lo más grande, aunque suene a tópico, para mi madre Filo “Coquito”, de generosidad inagotable.
Y por ello no debía faltar de entre todos los personajes que recorren esta peculiar Plaza Mayor, acompañada de sus nietos más pequeños, y sobrinos míos, Sara y David, ejemplo de esa nueva generación que viene pisando detrás y que vive fervorosamente estas fiestas desde muy temprana edad.
Ellos y sus peñas serán algún día el alma de las fiestas.