almeida – 13 de junio de 2014.
Cuando llevaba cuatro o cinco días en Santuario, recibí la visita de una vieja amiga. La había conocido días atrás en el Camino y se encontraba muy vinculada a este sendero mágico. En ocasiones me había acordado de ella ya que durante un tiempo que estuve en mi primer destino como hospitalero, venía a visitarme al albergue la mayoría de los días en los que mantuvimos varias conversaciones sobre el tema que tanto nos apasionaba y coincidíamos en muchas de nuestras apreciaciones.
La comenté que nada más llegar a Santuario, una mañana me acerqué hasta un convento cercano y presencié una misa cantada por un coro de monjas que me había entusiasmado, pensaba volver a disfrutar de estos cánticos todos los días que me fuera posible.
Ella, que sabía mi afición por escuchar historias curiosas del Camino y escribir sobre ellas, me contó una historia que había vivido de una forma muy directa y que me resultó entrañable.
Virginia era una joven muy moderna que vivía en una gran ciudad. Desde que comenzó a sentirse mayor se fue relacionando con personas muy liberales y comenzó a valorar la libertad de las personas por encima de cualquier cosa.
Chocaba un poco con el conservadurismo de sus padres, pero ella era una buena hija y sabían que era consecuente con todo lo que hacía, por lo que no trataron en ningún momento de hacerla cambiar.
Cuando llegó el momento de decidir lo que sería en el futuro, se decantó por estudiar periodismo, quería que su pluma fuera siempre ese espacio de libertad que en algunas ocasiones parecía que estaba un poco cercenado.
En la universidad se fue introduciendo en los círculos que más inquietudes tenían por tratar de cambiar aquellas cosas con las que no estaban de acuerdo y Virginia lideró con gran acierto algunas campañas que se dirigieron desde el campus universitario.
Vestía acorde con sus ideas y debido a su juventud, en ocasiones las prendas que llevaba resultaban un tanto atrevidas, aunque al final consiguió crear una moda que era imitada por las alumnas de cursos inferiores.
Un día, en la ciudad en la que vivía, los Rolling Stones daban un concierto y fue una de las afortunadas que consiguió una entrada para embriagarse con la música de los viejos rockeros.
Las insinuaciones y los contoneos cargados de erotismo que Jagger ponía en el acento de cuanto salía de su boca y los riffs de Richard haciendo sonar de una forma diabólica su Les Paúl, cautivaron a Virginia que no llegaba a comprender como esta mezcla del rock con el blues conseguía llegar a embriagar a quienes lo escuchaban y sentían que se encontraban en otra dimensión.
Desde que escuchó este concierto en su mini disc siempre había música de los Stones y frecuentemente se la solía ver ausente y gesticulando. Aunque no vieran el cable de los pequeños auriculares que se ocultaba con sus cabellos, quienes la observaban sabían cuando estaba escuchando a sus satánicas majestades.
Cuando finalizó su carrera, antes de dedicarse a buscar un trabajo, decidió tomarse dos o tres meses de descanso, deseaba desconectar y pensó que el mejor lugar donde podía hacerlo era sintiendo la libertad que le proporcionaría el Camino de Santiago, allí experimentaría esas cosas de las que a veces tanto le habían hablado y quería sentirlas por ella misma.
Quería caminar sola, pero en ocasiones la resultaba difícil ya que su atractivo físico era un imán permanente para todos aquellos que buscaban en el Camino otras sensaciones diferentes a las que Virginia tenía en su mente y en algunas ocasiones tuvo que ser un poco descortés con algunos peregrinos para que la dejaran en paz.
Por las mañana era cuando se quitaba los auriculares, deseaba sentir como los gorriones y los jilgueros que estaban junto al Camino saludaban el paso de la hermosa peregrina, solo en contadas ocasiones inundaba sus tímpanos con los gritos de Jagger, prefería que sus sentidos estuvieran en todo momento abierto a las sensaciones que el Camino la estaba proporcionando.
Casi sin darse cuenta, fue percibiendo esa magia que hay en el Camino, fue experimentando esa sensación que muchos peregrinos también habían conseguido que se introdujera en ellos.
Sin saber cómo estaba ocurriendo, la peregrina ya no era la misma que cuando comenzó el Camino, ella sentía que era igual, que nada había cambiado, pero estaba percibiendo en su subconsciente unos valores que antes no había tenido.
Cuando llegó a su meta, se fue dando cuenta que aquello no era el fin, era el comienzo de algo nuevo y necesitaba descubrir lo que era. Como contaba con tiempo suficiente, después de unos días de descanso, regresó al lugar de donde un mes antes todo había comenzado a cambiar y empezó a caminar de nuevo.
Ahora iba con más calma todavía, buscaba esos momentos en los que el Camino se encontraba huérfano. En ocasiones comenzaba a caminar por la tarde, cuando otros llevaban horas descansando y disfrutó de una forma diferente a como lo había hecho la primera vez que estuvo por allí.
Cuando caminaba al lado de un convento que había junto al Camino, escuchó una delicada voz que se escapaba por una de las ventanas, era de una joven y le sonaba a música celestial. Se sentó para escucharla con más calma y cuanto más la escuchaba, más se deleitaba con ella. A veces se unía una segunda y hasta una tercera voz y se imaginaba que era un coro de Ángeles que estaban saludando su paso.
No recuerda el tiempo que pasó en aquel sitio escuchando aquella delicia, solo se acordaba que al levantarse en lugar de seguir el Camino, fue en dirección del convento y tras hacer sonar el timbre, una voz al otro lado del torno la preguntó que deseaba.
Ella contestó que deseaba entrar en aquel lugar, quería deleitarse el resto de su vida con las melodías que acababa de escuchar.
La Madre Superiora le dijo lo que tenía que hacer para ingresar en la orden, era necesario que superara una prueba como todas las novicias y una vez que lo hubiera conseguido, entonces podía ser una más de aquella congregación.
Su habilidad para la música la hizo destacar haciendo sonar algunos instrumentos musicales como nadie lo había conseguido en mucho tiempo.
Ahora los peregrinos cuando su camino les conduce hasta aquel lugar, no solo escuchan unas voces angelicales, también la música celestial que oyen, les invita a sentarse y deleitarse escuchándola.