almeida – 03 de julio de 2014.
Rafael era una persona que me resultaba muy familiar, no le había visto en la vida, pero era como si al verle reviviera mi primer camino y sobre todo, cuando me comentó sus motivaciones para estar allí, le dije que lo comprendía perfectamente ya que me sentía muy identificado con él.
Nada más llegar a Santuario, estaba deseando entablar conversación. Según me comentó, había salido desde su casa en Aragón y hasta que enlazó con el Camino Francés, todos los días iba solo, por lo que cuando tenía alguien con quien conversar, no desaprovechaba ni un solo minuto.
Un año antes, todavía se acordaba de la fecha exacta, el veinticuatro de junio, en una revisión periódica que le hizo su médico de cabecera, al ver el resultado de unos análisis que le acababa de hacer, su médico le presentó un ultimátum:
—Rafael, tienes muy alta la tensión, el ácido úrico y disparado el colesterol, o sea, que o cambias de vida o comienzo a medicarte, tú veras. Si en quince días continúas igual, comenzamos el tratamiento porque no quiero sentirme responsable de tu estado.
Era un buen gastrónomo, le encantaban los buenos guisos, los embutidos que se hacían en el pueblo y el vino que se producía en los alrededores, ¿cómo renunciar a aquellas cosas que le proporcionaban tanto placer?
El médico le aseguró que con una hora que caminara todos los días sería suficiente para que fuera dándose cuenta del cambio que se iba a producir en él.
Tenía quince días por delante antes de volver a la consulta, no debía resultar tan difícil, además; se encontraba jubilado y todos los días caminaba bastante más que eso en los frecuentes paseos que solía dar.
Decidió probar, no perdería nada con ello y siempre era mejor un pequeño esfuerzo antes de tener que soportar otra reprimenda del médico y verse obligado, como la mayoría de sus amigos, a tener que tomar un montón de pastillas cada mañana.
En las afueras del pueblo en el que vivía, había una fuente que servía también de abrevadero para el ganado, se encontraba a casi tres kilómetros, por lo que calculó que a su paso, emplearía más o menos una hora en ir y volver.
El primer día cogió un ritmo alto y llegó a casa muy cansado con algunas agujetas, temía que al día siguiente no podría volver a hacerlo, pero de nuevo se armó de valor y en esta ocasión le resultó más fácil que la primera vez.
Cuando llevaba una semana caminando ya lo hacía dos veces al día y cuando pasó el tiempo que le habían dado de plazo, un día se encontró por la calle con su médico y le dijo que lo veía muy bien, que ya no hacía falta que fuera por su consulta ya que si seguía de esa forma no iba a necesitar ningún tratamiento.
Cuando llevaba un mes caminando, había alargado la distancia y todos los días caminaba unas tres horas, algo más de quince kilómetros.
Fue su nieta la que un día le dijo que al verle caminar cada día, le recordaba a los peregrinos que van haciendo el Camino de Santiago, solo le faltaba la mochila y que si seguía así, aunque era mayor, él también podría hacerlo.
Era la primera vez que su nieta mencionaba su edad y eso le preocupó, nunca antes cuando jugaba con ella o estaban haciendo cualquier cosa lo había dicho, le hizo pensar si se estaría haciendo muy viejo sin darse cuenta.
Los siguientes días, cuando volvía de hacer su paseo diario, se informaba en la biblioteca del pueblo de ese Camino, cuando leyó todos los libros que había sobre este tema, le enseñaron a buscar más información por Internet. Se asombró de todo lo que se decía de este Camino del que había oído hablar en alguna ocasión.
Un día, cuando estaba hablando con su nieta, le dijo:
—Yo también voy a hacer el Camino de Santiago.
—Claro abuelo, tú podrás hacerlo —le dijo la niña —sé que lo harás.
De nuevo volvió a ver a su nieta como era siempre, orgullosa de él, aquellas palabras que le dijo eran la mayor motivación que podía tener.
Ahora el entrenamiento que hacía era por dos motivos, el primero fue el que le impuso el médico, aunque ya casi se le iba olvidando y el segundo, y más importante, era la confianza que su nieta tenía en él, a ella no podía defraudarla. Fue intensificando el entrenamiento hasta que caminaba cinco horas cada día, comenzaba a las ocho de la mañana y solía finalizar a la una.
Los itinerarios que buscaba para caminar eran diferentes cada día. Dos días a la semana iba por el arcén de la carretera visitando algunos pueblos de los alrededores, tres días se iba por caminos de tierra hasta que llegaba al final del monte comunal y luego volvía; y los martes y los viernes, generalmente, subía hasta dos montes cercanos que eran las mayores cotas que había en los alrededores.
La nieta de Rafael, a todos les decía que su abuelo iba a hacer el Camino de Santiago, por lo que la noticia se difundió muy pronto y siempre surgieron algunos incrédulos que no daban crédito a la información que estaba circulando, pero se convencieron que era verdad cuando le veían comenzar a caminar y comprobaban la hora a la que regresaba. Además, solo había que observarlo, en casi un año había perdido veinticinco kilos y se encontraba como hacía mucho tiempo no recordaba.
Por fin llegó el día que decidió ponerse en camino, su nieta cogió una de las cintas con las que se ataba el pelo y la anudo en la mochila de Rafael, este le dio un abrazo diciéndola que iba a hacer ese Camino por él, pero sobre todo lo haría por ella.
Me comentaba que a pesar de su preparación, el Camino estaba resultando más duro de lo que pensaba, había algunos días que se sentía incapaz de seguir adelante, porque llevaba un mes caminando y le quedaba otro tanto para llegar, pero en esos momentos de debilidad, era el recuerdo de su nieta el que le animaba a seguir adelante.
Le dije que le comprendía perfectamente pues yo también comencé a caminar por consejos médicos y cuando me estaba animando porque me encontraba muy a gusto andando cada día, fue cuando surgió la idea de hacer el Camino.
—¿Y lo terminaste? —preguntó.
—Sí, aunque el segundo o tercer día ya quería volver a mi casa – le dije.
—¿Y luego?
—Después de esos días se me pasó, ya no volví a acordarme de aquellos malos momentos y ya ves, aquí estoy después de mucho tiempo.
—Yo no se si terminaré, a veces me entran dudas —me comentó.
—Claro que llegarás —le animé —si no, cómo se lo vas a explicar a tu nieta, verás como en los momentos más difíciles, es el recuerdo de ella el que te impulsa para seguir adelante.
Rafael asintió y vi que se le estaba pasando ese momento, que siempre hay en el Camino, en el que nos preguntamos qué hacemos allí y a partir de entonces en su mente, solo estará la imagen de la Catedral de Santiago y, sobre todo, el rostro de su nieta, que estaría esperándolo para que le contara historias del Camino.