Rafael González Rodríguez – 03 de febrero de 2017

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Beato de Tábara AHN – Fol. 167v.

 

(Reproducimos el artículo de D. Rafael González Rodríguez en dos partes, por la extensión del mismo)

Parte 1 de 2

El llamado Beato de Tábara es una de las piezas más relevantes del Archivo Histórico Nacional. Recientemente ha sido incluido,

junto otros ejemplares del Comentario al Apocalìpsis de San Juan, en el Registro de la Memoria del Mundo, una lista elaborada por la UNESCO para preservar el patrimonio documental y crear una mayor conciencia colectiva sobre su importancia.

Al margen de su valor intrínseco, el Beato de Tábara es mundialmente conocido por la famosa miniatura de su folio final, en la que aparece representada la torre del monasterio y, junto a ella, dos monjes afanados en la tarea de copiar o iluminar un códice. Hasta tal punto esta ilustración del “scriptorium” tabarense ha tomado protagonismo en los estudios de la miniatura altomedieval que ha eclipsado cualquier otra aproximación al propio manuscrito, por otra parte mutilado hoy hasta el absurdo y reducido a una mínima expresión de lo que realmente fue.

Proponemos en este trabajo un acercamiento a la historia del códice, en particular de las primeras vicisitudes de las que tenemos noticia, y una revisión de la bibliografía existente sobre el mismo. Sobre esta base se hacen algunas precisiones, creemos de interés; se corrigen ciertos errores y malentendidos, y se ofrecen algunas perspectivas que, tal vez, puedan abrir nuevas líneas de investigación.

1. Primeras referencias bibliográficas

Para buscar las más antiguas referencias en la bibliografía a nuestro códice hay que remontarse a la segunda mitad del siglo XVIII. Es entonces cuando Enrique Flórez acomete la primera edición de los Comentarios al Apocalipsis atribuidos al monje  Beato de Liébana. Como es bien sabido, Flórez manejó principalmente tres códices para cotejar y componer su edición: el Beato de San Andrés del Arroyo (Bibliothèque Nationale de France), el Beato Emilianense o de San Millán de la Cogolla (Real Academia de la Historia) y el entonces llamado “Codex Burguensis”, hoy más conocido como “Beato de las Huelgas”. En la actualidad este libro se custodia en la Pierpont Morgan Library de Nueva York.

En este último ejemplar, Flórez se topa con una de sus dos suscripción y advierte la no correspondencia cronológica entre su texto y las características del libro. Se menciona a los escribas Magio y Emeterio, y las fechas de composición consignadas (años 968 y 970) no concuerdan con el tipo de escritura de principios del siglo XIII. Esta anomalía le lleva a plantear si el Beato de las Huelgas reproducía el colofón de un manuscrito más antiguo, por entonces desconocido. El erudito agustino transcribió íntegramente dicho colofón y con ello dejó constancia de los primeros datos conocidos sobre el que el mismo denomina “Codex Tabarensis”. El comentario de Flórez, en su texto latino original, es el siguiente:

“Codicis ex quo transcriptus aetas constat, nam extrema libri verba e veteri exemplari in nostro excripta declarant, inceptum fuisse Codicem in Tabarensi Monasterio a Presbytero Magio, qui obit Era M.VI (anno 968), et absolutum a quodam ejus discipulo Emterius nomine, sexto Kal. Augustas Era M.VIII (anno 970) Cunque tunc litteare tantum Gothicae in usu essent, nondum transcriptus est diversis characteribus Burgensis Codex; ex quo fateri oportet, notationem predictam ex eo fuisse desumptam Codice ex quo factum exemplat. Hinc annaus ibi expressus, 970, non exemplari nostro, sed Codici Tabarensi tribuendus”.

E. FLÓREZ – Sancti Beati presbyteri Hispani Liebanensis in Apocalypsin – Madrid, 1770.

En 1880 Leopold Delisle publica en París sus “Mélanges de Paléographie et de Bibliographie”, donde dedica un amplio capítulo a “Les manuscrits de l’Apocalypse de Beatus conservés à la Bibliothèque Nationale et dans le cabinet de M. Didot”. El director de la Biliothèque Nationale ofrece un estado de la cuestión sobre el estudio de los Beatos hispanos, registra algunos de los ejemplares entonces conocidos y entre ellos vuelve a mencionar, siguiendo a Flórez, al Beato de las Huelgas, al que considera copia de un modelo hecho en Tábara y “destruido probablemente desde hace mucho tiempo”. Así mismo relaciona el códice de Gerona con Tábara e identifica en ambos casos al copista o miniaturista Emeterio.

2. El códice en la Escuela Superior de Diplomática

Como vemos, hasta ahora todas las menciones de nuestro manuscrito son indirectas y basadas en las impresiones de la lectura de una copia tardía de principios del siglo XIII. Pero en 1881 irrumpe el códice original en el panorama bibliográfico con la publicación de la obra de Jesús Muñoz y Rivero «Paleografía Visigoda». Debe recordarse, y este es un dato ciertamente importante, que el autor era en estas fechas archivero bibliotecario y profesor encargado de la asignatura de Paleografía general y crítica en la Escuela Superior de Diplomática de Madrid.

En esta obra, ya clásica en los estudios de Paleografía medieval, Muñoz y Rivero incorpora la transcripción completa del colofón del Beato de Tábara en lo que llama «Ejercicios de lectura paleográfica». La descripción que ofrece es muy escueta: «Facsímil de un códice escrito en los años 968 a 970, que contiene comentarios al Apocalipsis, y que pertenece a la Escuela Superior de Diplomática». A continuación inserta un facsímil del folio 167 recto. Al igual que ocurre con el resto de facsímiles de esta obra, no estamos ante una simple reproducción fotográfica del folio en cuestión, sino ante una copia imitativa hecha caligráficamente por el propio autor, pues el objeto de estas láminas era fundamentalmente didáctico y debían servir de prácticas a los alumnos de Paleografía.

El autor no suministra más datos sobre el origen del códice, aunque agradece en otro apartado de su libro a Juan de Dios de la Rada y Delgado y a Vicente Vignau, director y secretario respectivamente de la Escuela Superior de Diplomática las facilidades proporcionadas en los trabajos de investigación. De los 44 facsímiles, el correspondiente a Tábara es el número 7, y es el único del que se expresa la procedencia de la mencionada Escuela. 

Colofón del Beato de Tábara en la obra de MUÑOZ Y RIVERO, «Paleografía Visigoda», 1881.

La Escuela Superior de Diplomática de Madrid tuvo un papel muy relevante en la formación de archiveros, bibliotecarios y arqueólogos en la segunda mitad del siglo XIX; una época en la que las llamadas ciencias auxiliares de la Historia (Paleografía, Diplomática, Epigrafía, Numismática, etc.) estaban definiéndose y sistematizándose. Como señala Aurora Godín Gómez, las cátedras de la Escuela fueron inauguras el 21 de noviembre de 1856 en locales de la Biblioteca y Archivo de la Real Academia de la Historia. Las principales asignaturas impartidas eran: Paleografía elemental o general, Paleografía crítica y literaria, Latín, Bibliografía, Historia de España. Arqueología y Numismática.

Entre el profesorado de la escuela encontramos a algunas de las figuras más relevantes de la Paleografía, la Archivística y la Historia de la segunda mitad del siglo XIX, como Antonio Delgado, Vicente Vignau, Jesús Muñoz y Rivero, Ángel Allende Salazar, Eduardo de Hinojosa, etc.

En el reglamento de la Escuela, publicado en 1860, se decía que “tendría una colección de diplomas, un museo arqueológico y numismático y una biblioteca especial para el uso de profesores y alumnos”. Con este fin, se establece que “se consignará anualmente una cantidad” para conservar y enriquecer el material científico, pero parece ser que esta asignación nunca fue regular y resultó siempre insuficiente.

Como advierte Godín Gómez, la mayor parte del material científico fue incorporado gracias a donaciones de alumnos, profesores, personajes influyentes, Ministerio de Fomento, Universidad y otras instituciones. Hubo algunas adquisiciones mediante, compra, pero fueron las menos, dada la escasa asignación adjudicada a la Escuela. Ocasionalmente, también se produjo algún depósito.

En la Biblioteca Histórica Marqués de Valdecilla se custodian 192 pergaminos procedentes de la Escuela Superior de Diplomática. Se trata de los diplomas que utilizaban profesores y alumnos como material científico para el aprendizaje en la asignatura de Ejercicios Prácticos. Maite Rodríguez Muriedas registra bulas pontificias, documentos procedentes de monasterios, escrituras, testamentos, censuales, cartas, etc., que abarcan desde el siglo XII hasta el siglo XVIII.

Así pues la adquisición del Beato de Tábara por la Escuela, hay que encuadrarlo en esta necesidad de diplomas y códices que sirvieran de material de trabajo a los profesores y alumnos, principalmente de la asignatura de Paleografía. Según el testimonio de Manuel Gómez Moreno se trató de una compra hecha a Ramón Álvarez de la Braña y, por tanto, una de las pocas compras de las que tenemos noticia.

No sabemos en qué fecha se produjo esta entrada. Nuestro códice exhibe en varios de sus folios el sello de tinta de la Escuela Superior de Diplomática, el cual se estamparía a su ingreso y, teóricamente, quedaría incorporado al catálogo de su biblioteca, pues en dicho sello se puede leer en la parte inferior la palabra “Biblioteca”. Sin embargo, en el catálogo de la misma no figura tal ejemplar, si bien hay que aclarar que en él solamente se consignaron las obras impresas, y no los diplomas y códices que sabemos que la escuela tuvo en propiedad o en custodia.

Sobre la base de la documentación aportada por Carmen Crespo se ha supuesto que el Beato de Tábara estaba ya en 1872 en el Archivo Histórico Nacional. Se trata de una petición del jefe del mismo, Luis Eguilaz, al director de Instrucción pública, fechada a 8 de noviembre de 1872:

“Este Archivo posee una preciosa colección de códices…, no sólo al servicio del público, sino que también llenan un fin importante en la enseñanza de la Escuela de Diplomática, cuyas colecciones y biblioteca se hallan unidas a las de este establecimiento. Figura en ellas un notable códice de la Exposición del Apocalipsis por S. Beato Liebanense escrito en el siglo X…, único de tal fecha que ha podido hasta hoy mostrarse a los alumnos… Para ampliar esos estudios convendría.., tener otro de igual materia y autor…, pero escrito con anterioridad acaso de un siglo…, el cual existe en la Biblioteca de ese Ministerio y me atrevo a rogar a V. I. que con tales fines sea temporalmente y bajo recibo entregado … hasta tanto que se decida si… podría aspirar a poseerlo definitivamente”.

En realidad, lo que este documento nos muestra es que el Beato se encontraba en 1872 en la Biblioteca de la Escuela Superior de Diplomática, aunque a efectos administrativos los diplomas y códices se consideraban integrados en los fondos del Archivo. Además, la Escuela nunca tuvo un edificio propio y aunque, como recalca Mirella Romero Recio, estableció la primera sede en la Real Academia de la Historia y posteriormente en los Reales Estudios de San Isidro, las clases se repartieron entre la Biblioteca Nacional, el Archivo Histórico y el Museo Arqueológico.

Ramón Álvarez de la Braña (1837-1906), perteneciente al Cuerpo de Archiveros y Bibliotecarios, Correspondiente de la Academia de la Historia y Director de la Biblioteca Provincial de León, fue figura muy relevante del panorama cultural de la época, y no debió ser un simple vendedor en la operación de la adquisición del Beato por la Escuela. En su calidad de vocal y secretario de la entonces Comisión de Monumentos Históricos y Artísticos de León tuvo un conocimiento privilegiado de la situación de los bienes muebles e inmuebles del patrimonio de los monasterios e instituciones eclesiásticas desamortizadas. De hecho, en 1898, cuando el Estado se hace cargo del Museo de León, fue nombrado primer director del mismo. De sus desvelos por la adquisición de piezas para esta institución da cuenta Luis Rodríguez Seoane en 1894:

«Ni debe tampoco omitirse, que el rico Museo arqueológico, establecido en León e instalado en el magnífico edificio de San Marcos, es en gran parte debido a la valiosa cooperación del Sr. Álvarez de la Braña que […] lo enriqueció con interesantes adquisiciones realizadas en varios puntos del territorio legionense. Puede de esta suerte admirar hoy el erudito viajero, en tan precioso museo, desde los más ricos ejemplares de la civilización visigótica y siglos posteriores de la Edad Media».

Álvarez de la Braña prestó servicios en la clasificación de los pergaminos, códices y demás documentos de la colegiata de San Isidoro, como de otros archivos de la provincia. Igualmente, ordenó y clasificó la biblioteca que dejaron en San Marcos de León los Padres de la Compañía de Jesús, que contaba con unos 6.000 volúmenes. Trabajó en labores de ordenación en el Archivo Municipal, la Catedral y en la Sociedad Económica de Amigos del País.

La relación de Álvarez de la Braña con la Escuela de Diplomática parece que fue siempre muy fluida y cordial. Fue alumno de la Escuela, como recordaría más tarde Luis Rodríguez Seoane, estudios que completó con otros en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Central entre 1860 y 1863. En 1869 se hace cargo de la dirección de la Biblioteca Provincial de León, después de un traslado desde la Biblioteca de Menorca.

En 1884 publica la obra titulada “Siglas y abreviaturas latinas”. Al comienzo hay un breve texto escrito en 1876 por Juan de Dios de la Rada Delgado, que fue director de la misma, y trata a Braña como “mi muy querido y antiguo discípulo”. A continuación, en el prólogo, Braña cree prestar un especial servicio a las personas que se dedican a las antigüedades, y añade: “los alumnos de la clase de Epigrafía en la Escuela Superior de Diplomática, carecen de un trabajo de esta clase que pueda servirles de texto”.

En este mismo año de 1884 Álvarez de la Braña publica “Biblioteca Provincial Legionense, su origen y vicisitudes”. Si atendemos al testimonio del autor habría que descartar totalmente que el Beato de Tábara procediera de los fondos de los conventos desamortizados en la provincia, al menos de los fondos que llegaron a ser gestionados por la Comisión de Monumentos. Esto es matizable, pues sabemos que, lamentablemente, muchos libros y manuscritos acabaron en manos privadas, salieron del país, o fueron destruidos con anterioridad. En cualquier caso, el panorama que se dibuja en esta obra es desolador:

“Escasísimo fue el número de los libros impresos recogidos por la Comisión de Monumentos, y más insignificante el de manuscritos, allí donde tantos notables códices se conservaban en sus archivos, unos ilustrados con miniaturas de gran mérito, y otros que contenían importantes crónicas, o datos referentes a la vida religiosa y política y al estado social de los pueblos en la Edad Media. En el local del ex-beaterio de las Catalinas (sede la Biblioteca Provincial) no entró uno solo de esos preciosos objetos que merezca llamar la atención de los bibliófilos. Algunos de los códices debieron ir a enriquecer las colecciones diplomáticas de las grandes bibliotecas y museos del extranjero, y causa rubor el confesar que, para los estudios históricos en nuestra patria se hayan perdido, la mayor parte por verdadero abandono, y otra no pequeña fuese a parar a manos de traficantes anticuarios”.

 

 

Publicado por

Rafael González Rodríguez

(Fue Presidente del Centro de estudios Benaventanos Ledo del Pozo)

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