almeida –16 de marzo de 2015.

pastoraleman

                Cuando a Sara le regalaron aquel cachorro, lo aceptó, sin saber que con el paso de los años se iba a convertir en ese compañero inseparable que en un momento de nuestra vida todos necesitamos.

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                Una de las cosas que más tiempo le llevó, fue escoger el nombre idóneo para el animal, cada vez que se le ocurría uno lo apuntaba en una libreta y por las noches miraba los nombres que había apuntados en ella, también aquellos que ya había tachado porque después de releerlos no tenía la misma sensación que cuando se le ocurrieron, pero no se decidía por ninguno de ellos.

                Un día, viendo la televisión, en la pantalla aparecía el héroe viajero que Homero creó hace siglos y tuvo esa luz que le hizo comprender enseguida que aquel iba a ser el nombre de su compañero, le llamaría Ulises, como el héroe griego que representaba la astucia a la perfección.

                Ulises era un cachorro de perro pastor, no sabría explicar la raza concreta a la que pertenecía, ya que no tenía los rasgos del clásico pastor alemán, más bien daba la sensación de proceder de alguna raza más autóctona.

                Vivian en una casa con jardín en la que Ulises correteaba a sus anchas por todo el terreno que rodeaba la casa y como no había ningún tipo de cerramiento, en ocasiones también se evadía por los alrededores, frecuentaba cada uno de los rincones del pueblo y pronto fue conocido por los pocos habitantes que había en aquella población y él también distinguía a la mayoría de los vecinos.

                El camino pasaba por delante de la puerta de Sara y cada vez que Ulises veía acercarse a un desconocido, en lugar de ladrar, movía su rabo y los que le veían le hacían alguna caricia y en ocasiones, cuando tenían algo de comida a mano, se la ofrecían al animal.

                Poco imaginaba Sara que cuando le puso el nombre a su perro, éste trataría de emular al personaje de la Odisea y lo mismo que a Ulises, el espacio que ya conocía, se le estaba quedando muy pequeño y lo que más deseaba era llegar hasta esa línea del horizonte que cada vez que la alcanzaba se daba cuenta que solo era algo imaginario ya que de nuevo volvía a aparecer otra.

                De vez en cuando, con aquellos peregrinos que hacían alguna caricia a Ulises, éste recorría una parte del camino, solía acompañarles hasta la salida del pueblo y luego regresaba a su casa hasta la llegada de un nuevo peregrino con el que repetía la operación.

                Pero para un aventurero como él, su mundo no podía reducirse a lo que ya conocía y cuando se cansó de ir hasta las últimas calles del pueblo, comenzó a aventurarse adentrándose en el bosque, esa nueva experiencia le gustaba y cada vez se fue dando cuenta que el bosque era más grande y después del bosque había nuevos horizontes y también nuevos pueblos con personas que no conocía.

                Asimilaba todo con mucha rapidez y además cada vez que tenía nuevas experiencias, se sentía más a gusto, por lo que fue ampliando estas escapadas con tanta frecuencia que en otros pueblos comenzaron a reconocerle.

                Siempre, cuando pensaba que ya la distancia recorrida era muy grande, volvía sobre sus pasos, la seguridad que le daba el hogar que Sara le había ofrecido, era la protección que buscaba, sobre todo cuando la oscuridad comenzaba a hacerse patente.

                En una ocasión, caminaba tan distraído al lado de dos peregrinas, que sin darse cuenta la noche llegó y no se atrevía a regresar por aquel bosque en el que podía extraviarse. Esperó al día siguiente y cuando el sol comenzó a despuntar, tomo el camino en dirección a la seguridad de la casa que tan bien conocía.

                Esa noche, Sara al no ver a su compañero en la caseta de madera que le había preparado, se preocupó y estuvo hasta altas horas dando vueltas por el pueblo y preguntado a todos los que se encontraba por su perro, pero nadie supo darle información de donde podía encontrarse, únicamente una señora que vivía en la última casa del pueblo le comentó que horas antes le había visto en compañía de dos peregrinas, pero no le dio más importancia ya que estaba acostumbrada a verle con los que se encontraban haciendo el Camino.

                La noche para los dos fue más larga de lo habitual, por primera vez se echaban de menos y notaban la falta de quien no estaba a su lado. Sara decidió esperar al día siguiente y si no regresaba iría en su búsqueda.

                A media mañana, el corazón de Sara dio un latido diferente a los habituales, por la calle vio cómo se acercaba su perro, ella se alegró al verlo, pero según iba a su encuentro, mostró un gesto de enfado y fue recriminándole su actuación y Ulises se fue acercando detenidamente con el rabo entre las patas.

                Los días siguientes, parecía que la reprimenda había tenido su efecto, pero Ulises no podía dejar de soñar y los mejores sueños que venían a su mente, eran cuando sentía esas cosas nuevas que desconocía y comenzaron a ser más frecuentes sus salidas, incluso las noches que pasaba fuera de casa, aunque al final siempre acababa regresando y los dos se fueron acostumbrando a estas escapadas, ya que Sara que era también un alma libre comprendía perfectamente a su compañero.

                Cuando me encontraba en el camino, un día estaba en un albergue hablando con el hospitalero, era ya de noche y escuchamos como en la puerta del albergue aparcaba un coche, era Sara que estaba buscando a Ulises ya que llevaba varios días sin regresar a casa y estaba preocupada.

                El hospitalero la dijo que dos días antes se había fijado en un perro con las características que ella le estaba dando. Él, pensaba que era de un peregrino que había llegado al albergue y se había quedado a dormir en la puerta, en una zona cubierta que había. Le llevó algo que había sobrado de la cena y por la mañana el peregrino, había compartido con el perro la mitad de su desayuno, por lo que en ningún momento pensó que no fueran juntos y les vio cómo se alejaban del pueblo hacia el destino de la siguiente etapa.

                Mientras el hospitalero llamaba por teléfono a los siguientes albergues para ver si en alguno de ellos se encontraba Ulises, me interesé por la historia de este perro peregrino y le pedí a Sara que me contara algo sobre sus constantes escapadas.

                Con gesto serio, o quizá más bien preocupado, Sara me fue comentando como su perro cada vez se ausentaba más, ella no le daba importancia porque siempre acababa regresando y si en varios días no lo hacía, ella se desplazaba con su coche hasta que lo encontraba. Ya no le reñía, sabía que era un espíritu libre que necesitaba ver lo que había después de cada horizonte que ya conocía.

                En una ocasión, cuando pasó casi una semana sin saber nada de Ulises, fue recorriendo varios pueblos hasta que llego a la ciudad que se encontraba a unos ochenta kilómetros de donde ella residía. Buscó en todos los albergues sin ningún resultado positivo y finalmente fue a la policía, donde le dio las características de Ulises y las que aparecían en el chip que llevaba insertado en su cuerpo.

                Después de varias gestiones le confirmaron que se había localizado un animal con aquellas características y lo habían llevado a una perrera que se encontraba a una hora de allí y tras recorrer casi toda la provincia, por fin, tuvo lugar el esperado encuentro.

                Sara me confesó que ya se había acostumbrado a esta situación y no se preocupaba tanto como antes aunque tenía que estar pendiente y cuando pasaba una semana sin saber nada de Ulises, comenzaba una nueva búsqueda.

                El hospitalero, regresó, le comentó a Sara que un perro con las características del que ella estaba buscando se encontraba en un albergue a jornada y media de allí para los peregrinos, en coche tardaría algo menos de una hora en llegar.

                Para animarla, el hospitalero le dijo a Sara que en adelante, cada vez que viera a su perro por el albergue, le retendría y la llamaría para que no siguiera peregrinando con los peregrinos.

                Le propuse a Sara, que como esta situación se iba a repetir a no ser que le tuviera encerrado o encadenado, lo que ella no quería, la única solución era que encargara una correa para Ulises en la que figuraran sus datos con una breve reseña sobre su comportamiento, de esta forma podía sentirse más tranquila cada vez que esto ocurriera.

                A ella le pareció una buena idea, ya que quería demasiado a su perro como para privarle de estas aventuras esporádicas en las que parecía disfrutar de una manera que solo ella comprendía.

                Imagino cómo sería el nuevo reencuentro con la regañina de Sara y la cara de no haber roto ningún plato del perro mientras movía el rabo de una manera un tanto zalamera.

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