almeida – 26 de Julio de 2015.
Todos contamos con un punto de rareza y en el caso de los peregrinos hay algunas manías que resultan difíciles de comprender para el resto de los mortales.
Quien ya ha recorrido varios caminos, sabe que los sellos que muchos primerizos coleccionan para tener la más grande, credencial por supuesto, saben que los verdaderos sellos del Camino, son los que se llevan dentro, los de esos lugares que han resultado especiales durante su peregrinación y no se preocupan por haber dejado sin poner el sello en una gasolinera, en un supermercado o en la iglesia que había al lado del Camino, como tampoco guardan esas interminables colas para recoger un papel que les diga lo que han hecho, ellos lo saben de sobra y no precisan nada que lo certifique.
Pero siempre hay unos lugares que pueden ser especiales y es agradable con el paso del tiempo poder recordar que un día se estuvo en ellos como peregrino.
Ana era una de esas peregrinas que disfrutan recorriendo los caminos por la libertad que le proporcionan, únicamente por el hecho de caminar, encontrarse cosas y gente nueva, aunque los lugares por los que ya pasando no resulten del todo desconocidos porque ya los ha recorrido en más ocasiones, pero siempre puede percibir cosas nuevas que los convierten en diferentes.
Como mínimo, dos veces al año, recorre uno de los largos caminos que conducen a Compostela y generalmente suele buscar un lugar diferente desde donde comenzarlo aunque buena parte del trazado ya lo hubiera caminado con anterioridad.
Había salido en otras ocasiones desde Sevilla, Cádiz, Málaga y Granada por ramales diferentes de un camino que la entusiasmaba por los contrastes que va viendo según atraviesa de norte a sur la península y en esta ocasión quería repetir ese camino platero, pero esta vez pensó en comenzar en Gibraltar.
Se alojó en la Línea aunque para dar los primeros pasos cargó con su mochila a la espalda y cruzó la frontera que separa esta pequeña porción de tierra del resto de la península.
No resultaba frecuente ver en aquel lugar a una peregrina por lo que el guardia que estaba en la muga con gestos y palabras llamativas alabó a la peregrina que iba a comenzar allí su camino y estuvo a punto de romper el protocolo y dejar su puesto para abrazar a aquella valiente que se disponía a recorrer caminando más de mil kilómetros.
Ana pensó que el primer sello de su credencial en este largo camino debería ser de aquel lugar, era uno de esos sellos diferentes porque muy pocos peregrinos pueden mostrarlo y ella deseaba tenerlo.
Se dirigió a una oficina administrativa que le indicaron y les dijo que deseaba poner el sello en la credencial y la funcionaria que estaba atendiéndola, le respondió que poner el sello le costaría dos libras.
Esta respuesta no solo extrañó a Ana, la indignó de una manera que antes en todos sus caminos no había sentido y mostró su contrariedad por lo que le estaban proponiendo y su malestar, pero la mujer, como buena funcionaria puso cara de cumplir el procedimiento y no se inmutó por las protestas de la peregrina.
Ana le preguntó si en el ayuntamiento le podrían sellar y la funcionaria le confirmó que lo podían hacer siempre que abonara las dos libras del sello, casi tres euros por certificar que había salido de aquel lugar.
Le estaba resultando incoherente que la quisieran cobrar por un trámite tan sencillo y a la vez por algo que debería ser digno de admiración y una satisfacción que alguien hubiera elegido aquel lugar para comenzar una larga peregrinación.
El puto sello estaba haciendo que la peregrina se estuviera cuestionando si había hecho una buena elección y por dentro se revolvía para pasar de aquel dichoso sello, pero por otro lado, había pensado tanto en él que ahora marchar sin ponerlo quizá lo lamentaría más tarde.
Haciendo de tripas corazón, sacó de su cartera el importe que le pedían y después de dejarlo sobre el mostrador pudo ver ese puto sello como ella decía, el primero en su credencial.
Son esas situaciones en las que actúas en contra de la razón, pero eres consciente que si no lo haces, puede alterar todo lo que habías previsto para un largo camino como el que Ana se disponía a recorrer.