almeida – 14 de abril de 2014.

Siguiendo la tradición familiar, Boris había ingresado en la academia del ejército ruso y había conseguido llegar al grado de oficial. No aspiraba, como su padre o su tío, seguir ascendiendo en el escalafón. Era una vida que le satisfacía pero no terminaba de agradarle. Siempre había considerado que la vida militar no estaba hecha para él y pensaba que fueron las circunstancias las que le habían llevado a desarrollar aquel trabajo.

Cuando peor lo pasó, fue en la época en que su país intervino en la guerra de Afganistán. No llegó a participar en ella, pero se obsesionaba con la idea de que algún día llegara la llamada para que su unidad se incorporara a esa contienda, y no se veía en un conflicto que no tenía nada que ver con él. Según las noticias directas que le llegaban, se estaban produciendo excesivas tropelías que le hacían dudar de que estuviera a la altura de lo que se esperaba de él.

Cuando los recortes en el presupuesto fueron desmantelando algunas de las estructuras que en otro tiempo eran básicas para su país, Boris observaba como los emolumentos que recibía por su trabajo iban menguando; incluso se hablaba de que suprimirían todas las unidades que no se consideraran imprescindibles; y una de las prescindibles era en la que Boris se encontraba.

Pensó que era mejor adelantarse a los acontecimientos, aún era joven y contaba con una formación sólida. Se dedicaría a la enseñanza, que era lo que siempre le había gustado.

Solicitó una excedencia de un año durante el cual se prepararía y reorientaría su vida profesional. Los contactos no le faltaban y si no conseguía nada con ellos, recurriría a las influencias de su padre que, por su dilatada trayectoria, eran muchas y muy importantes.

Pronto se dio cuenta que no iba a resultar tan sencillo como él preveía inicialmente, en todos los sitios donde se postulaba daban preferencia a aquellos que dominaran algún idioma y ese era el impedimento que Boris tenía.

Estaba convencido de que la mejor forma de aprender un idioma era vivir durante unos meses en el país donde se hablara el idioma que quisiera aprender. Todos los sitios que buscó, resultaban excesivamente caros y la larga estancia que preveía estar se salía de su presupuesto.

A través de Internet, leyó una historia de un camino de peregrinación que había en España, y aseguraban que el coste diario era relativamente barato, ya que en muchos lugares se acogía a los peregrinos sin requerirles nada a cambio, se pedía únicamente una colaboración para el mantenimiento de los sitios donde iban a pasar la noche.

Ya no tenía dudas, era la mejor opción de todas las que analizó, se iría hasta España y caminaría las veces que fuera necesario por ese camino hasta completar los seis meses que se había marcado para aprender el idioma.

Atravesó Europa de la forma más económica que pudo hacerlo, normalmente eran los camioneros que recorrían largas distancias los que se detenían al verle y le permitían avanzar en sus vehículos; y así llegó hasta el destino donde se había propuesto comenzar a caminar.

Tardó más de una semana en llegar hasta el sur de Francia, allí comenzó a ver peregrinos que seguían las señales marcadas en los caminos, los siguió y ellos le condujeron hasta el otro lado de los Pirineos.

Pensó que le iba a resultar más difícil hacerse comprender los primeros días, pero enseguida se dio cuenta que se había metido en una gran arteria de Babel y como todos llevaban el mismo destino y tenían los mismos objetivos, no le fue difícil superar estos primeros días.

Aunque no se encontró con ningún peregrino de su país, si coincidió con algunas personas que procedían de los antiguos países del bloque del este, que al enterarse de su procedencia, querían caminar a su lado. Pero lo que Boris deseaba era el contacto con los peregrinos que hablaran castellano y poco a poco fue formando su pequeño grupo. Él los llamaba sus maestros porque eran quienes le iban a enseñar el nuevo idioma.

El afán de Boris por aprender hacía que preguntara por todo y las nuevas palabras las iba almacenando en su cerebro. Era un buen alumno y la progresión en su aprendizaje fue progresiva y rápida.

Los primeros días caminó junto a un grupo de jóvenes andaluces y cuando se encontraban comiendo el jugoso fruto de una higuera que había al lado del camino, trató que le dijeran como se decía en castellano que aquello estaba muy bueno y uno de los integrantes del grupo exclamó:

—¡Esta de puta madre!, así se dice en castellano liso y llano.

Cada vez que alguien le daba a probar algo o quería alabar un producto repetía una y otra vez. ¡Esta de puta madre! Y quienes estaban a su lado se reían de la expresión y sobre todo de la entonación que le daba. Más adelante con el paso del tiempo, cuando comprendió el significado de cada una de las palabras, dejo de decirlo y se limitaba únicamente a decir “está muy bueno”.

Antes de llegar a Santiago, Boris ya conocía las suficientes palabras para poder mantener una conversación con los que caminaban a su lado, entonces el aprendizaje iba en aumento ya que cada vez surgían nuevas palabras.

Cuando ya casi tenían su objetivo a la vista, una noche durante la cena, el grupo con el que caminaba Boris fue haciendo planes para después de ver culminada su meta. Boris les explicó el motivo por el que se encontraba allí y que cuando llegara a Santiago regresaría por el mimo camino, así lo haría una y otra vez hasta que adquiriera los suficientes conocimientos del idioma.

—Que aburrido —dijo uno de los jóvenes —¿y por que no vuelves por la plata?

—¡La plata! ¿Qué es eso? —preguntó Boris.

—Es otro camino como este, pero en lugar de volver a Roncesvalles vas hasta Sevilla.

—Eso me gusta —dijo Boris.

—Y luego puedes hacer el primitivo o el del norte —comentó un tercero.

Entonces, sobre la credencial que llevaban, le fueron mostrando a Boris todos los caminos que conducían a Santiago. No hacía falta ir siempre por el mismo camino, podía recorrerlos todos y de esa forma sería menos aburrido pues iría conociendo lugares nuevos y, sobre todo, costumbres y gente diferente. Lo cual también resultaría muy positivo para su aprendizaje.

Aquella idea le gustó a Boris, volvería hasta Sevilla y luego iría por otro camino y así hasta que los hubiera recorrido todos.

Aquel ambiente y aquella forma de vida, enseguida cautivaron a Boris. ¡Qué diferencia con la rigidez de la vida del cuartel! Allí se respiraba paz y sobre todo libertad. En una sociedad materialista como la que nos había tocado vivir, la sensación de compartir todo lo que se tenía, al principio le pareció extraña, pero muy pronto se acostumbró a esta nueva forma de hacer las cosas.

Fue conociendo nuevos lugares y nuevas personas, no se cansaba de caminar porque a pesar de su buena forma física inicial, el entrenamiento diario hacía que cada vez estuviera en mejor forma; pero, a pesar de ello, no recorría grandes distancias ya que prefería detenerse y hablar con la gente, no llevaba ninguna prisa cuando encontraba una buena conversación o se sentía a gusto con alguien.

Cuando llegó a Santuario, llevaba casi seis meses caminando, algunos caminos los conocía a la perfección pues los había recorrido varias veces, algunos en las dos direcciones, por lo que ya no guardaban ningún secreto para él.

A pesar de haber pasado por allí en tres o cuatro ocasiones, nunca antes se había detenido para pasar la noche en Santuario, siempre había pasado de largo.

Como hacía habitualmente el Maestro, se interesó por el camino que estaba haciendo el peregrino que acababa de llegar. Al conocer todos los detalles que Boris le iba dando, no pudo por menos que exclamar:

—¡Que cansancio!, si lo deseas, puedes quedarte aquí los días que necesites para recuperarte.

Era la primera vez que le hacían a Boris una propuesta tan desinteresada y pensó que debería aceptarla. Se quedaría allí unos días, descansaría y seguiría aprendiendo. Esta vez desde otro enfoque pues sería él quien recibiera a los peregrinos y se encargaría de darles conversación.

El Maestro pudo comprobar las habilidades de Boris, no solo dejaba el albergue reluciente como antes no lo había visto, si no que también era muy hábil y voluntarioso en las demás tareas del albergue, con solo ver una vez hacer las cosas ya se atrevía a hacerlas solo y el resultado era sorprendente.

Al Maestro le vino muy bien la llegada de Boris, se encontraba solo y todos los días estaban llegando muchos peregrinos, así, mientras el joven los atendía, él podía descansar, que lo necesitaba más que nunca.

Una de las cosas que más llamó la atención de Boris fue la espiritualidad que se vivía y se respiraba en Santuario. Nunca había prestado mucho interés a los temas religiosos, él se jactaba de haber creído únicamente en las personas; por eso, cada vez que después de la cena celebraban ese íntimo momento con los peregrinos en la capilla, sentía esa energía positiva que de allí se emanaba y cada día que pasaba, esperaba que llegara ese momento que para él resultaba mágico.

El Maestro estaba encantado con el nuevo hospitalero que la providencia le había enviado ya que sabía como nadie atender a los peregrinos y estos se sentían muy a gusto con él porque siempre decía las palabras precisas en el momento justo.

Así se lo manifestó el Maestro un día y le dijo que si su interés era aprender y perfeccionar el idioma, allí podía hacerlo, no debía tener ninguna prisa por marcharse.

La propuesta entusiasmo a Boris porque también se encontraba muy a gusto en aquel lugar, eran una bendición todas las experiencias y sensaciones que cada jornada le proporcionaban y no deseaba que estas desaparecieran.

Un día, el Maestro le dijo que iba a ir a un monasterio cercano, le gustaba ir al menos dos o tres veces al mes pues tenía allí buenos amigos con los que le gustaba conversar de vez en cuando.

Boris nunca había estado en un monasterio cristiano y sentía curiosidad por ver como vivían los monjes, por eso decidió acompañarle, sería una experiencia nueva.

Cuando llegaron al monasterio, el Maestro saludo efusivamente al abad, a Boris le dio la impresión que eran viejos amigos por la cordialidad que mostraron en el saludo. Le presentó a Boris como un peregrino ávido por aprender y que ahora deseaba conocer la vida que los monjes hacían en el monasterio.

El abad llamó a un viejo monje y le pidió que le mostrara todos los lugares del monasterio. El monje le condujo a todas las estancias que allí había y en cada una de ellas le explicaba que hacían y como realizaban cada cosa. El huerto, la bodega, el scriptorium, la capilla, los cánticos, daba la impresión que aquel viejo monje poseía el conocimiento de todo, nunca había visto a nadie que dominara tantas materias como él.

Lo mismo le hablaba de las propiedades de las plantas que utilizaban para numerosas cosas, como le explicaba el significado de los cánticos que hacían en la capilla o como elaboraban los vinos y los licores en la bodega.

Boris salió de allí abrumado y entusiasmado. Durante el viaje de vuelta a Santuario no le dijo nada al Maestro, su mente estaba tratando de asimilar todo lo que había visto.

Cuando ya estaban en Santuario, el Maestro se interesó por conocer las impresiones que le había causado la vida que hacían los monjes en el monasterio. Boris respondió que estaba asombrado, él que había venido al Camino para aprender, ahora se daba cuenta que toda la sabiduría estaba encerrada tras los muros del monasterio.

Los siguientes días, Boris se mostró más reservado, parecía meditar permanentemente y su relación con los peregrinos descendió de forma considerable.

Un día, cuando el Maestro se encontraba desayunando, Boris se sentó a su lado y como si buscara las palabras adecuadas, mirando a los ojos del Maestro le dijo:

—¿Cree que yo podría vivir en el monasterio y ser como uno de ellos?

—Si es tu vocación y tu destino, estoy seguro que así será – dijo el maestro.

—¿Hablaría con su amigo para ver si me puedo quedar allí?

—Claro – dijo el Maestro —iremos de nuevo la próxima semana y se lo expondremos.

Los días fueron transcurriendo muy lentamente, nunca habían pasado tan despacio, tanto que casi llegaron a desesperarle; hasta que por fin llegó el día tan anhelado.

Cuando le expusieron al abad los deseos de Boris, este le dijo que lo primero que tenía que hacer era bautizarse y luego estaría a prueba seis meses; si superaba la prueba, podría quedarse a formar parte de la comunidad.

La expresión de Boris cambio por completo, nunca nadie le había visto tan dichoso, estaba seguro que su destino se encontraba en aquel lugar donde seguiría aprendiendo y, quien sabe, si quizá algún día alcanzaría los conocimientos que tenían los monjes que allí vivían.

Cuando el Maestro se despidió de Boris a las puertas del monasterio, este le abrazó agradeciéndole todo lo que había hecho por él y por como había sabido iluminar su camino. Finalmente exclamó:

—¡He venido al Camino para aprender el idioma y he encontrado a Dios!

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