almeida – 31 de agosto de 2014.
En la vida deAntonella había dos pasiones por las que se sentía tremendamente atraída, una era su compañero Umberto con quien lo
compartía todo y la otra era ese Camino que había descubierto y cada vez que lo recorría, lo hacía como si fuera la primera vez.
Pero además, su felicidad era completa porque también a su compañero le apasionaba todo lo que el camino le aportaba y el hecho de que pudieran recorrerlo juntos, en la compañía de quien para ellos más les importaba en la vida, les convertía en dos seres privilegiados que se sentían los seres más felices que había sobre la tierra.
Juntos llegaron a Compostela en numerosas ocasiones recorriendo todos los caminos imaginables. Cada vez que se postraban ante el Apóstol, además de agradecerle haberles permitido una vez más llegar hasta él, salían de la Catedral pensando cual sería el nuevo camino que tenían por delante.
Así se pasaron años, fueron muchos los kilómetros que fueron dejando atrás, casi tantos como nuevos horizontes se fueron abriendo ante sus ojos y a lo largo de estos años, también fueron numerosos los peregrinos con los que llegaron a entablar una amistad que se fue fortaleciendo con el paso del tiempo.
Según me confesaba Umberto, Antonella, fue una de las primeras peregrinas que recorrió completa la vía de la plata y por el Camino Sanabrés completó su peregrinación para postrarse ante Santiago y agradecerle todo lo que el Camino la estaba aportando en su vida.
Pero, como suele ocurrir, en lo mejor de la vida, el destino está ya marcado para los mejores y un buen día Antonella se fue, para ella estaba destinado que recorriera durante la eternidad otro camino, ese al que son llamados los elegidos que llegan a Compostela por esa vía de estrellas que vemos cada noche en el firmamento y cada una de las estrellas es uno de esos peregrinos que la van recorriendo iluminando con su luz a los que van haciéndolo posando sus pies sobre la tierra.
Pero esta era una peregrina especial y su compañero quería que así se la recordara siempre y cuando deposito sus restos en la tierra encargó una lápida muy especial en la que la pasión de la peregrina estuviera decorando su descanso eterno y las imágenes de Antonella y las del Camino se mezclaban formando un todo que indicaba claramente que allí se encontraba descansando una peregrina después de una de esas jornadas excesivamente duras que nos encontramos en el Camino.
Pero Umberto quería que ese fuera el Santuario de su compañera peregrina y sobre la lápida de mármol hizo que fijaran los bordones que habían acompañado a Antonella durante muchos de sus Caminos.
Ahora parece que Umberto va recorriendo estos caminos en solitario, pero no es así, de vez en cuando cierra los ojos y a su lado siempre ve a su compañera y en los momentos de dificultad siente como le alienta para seguir adelante y por las noches, antes de irse a su litera a descansar, mira al cielo para ver cuál de las estrellas que están brillando, es la que Antonella ha elegido para guiar a los peregrinos en esas noches en las que la luna no permite ver bien las flechas amarillas.