almeida – 16 de junio de 2014.

El Camino, suele estar cargado de cientos de historias en las que dos almas gemelas que se habían separado cuando fueron creadas, se vuelven a encontrar al cabo de mucho tiempo. Representan esas historias que muchos peregrinos comparten en los albergues donde se les ve felices al lado de la persona que el Camino ha puesto en el suyo.

Pero también hay muchas historias en las que detrás de ellas, se aprecia una amistad inquebrantable y profunda, es la de esos peregrinos que un día se conocieron y descubrieron que el Camino, es para ellos algo muy importante en sus vidas y ya no pueden recorrerlo si no es en compañía de esa persona tan especial.

Hasta el albergue, llegaron dos peregrinos que nada más verlos, daba la impresión que se habían conocido en cualquiera de las etapas que llevaban recorridas porque, a primera vista, parecía que no tenían nada en común.

Hans fue el primero en llegar al albergue. Era un alemán espigado pero muy alto, debía medir dos metros y caminaba dando zancadas muy largas.

Cuando me disponía a darle la bienvenida, me señaló el camino por el que había llegado y con gesto, me hizo comprender que estaba esperando la llegada de otra persona y no entraría al albergue hasta que ella llegara.

Minutos después, la figura menuda de Eloisa, fue apareciendo en el fondo del Camino y los dos esperamos su llegada en la puerta del albergue.

Eloisa era gallega, no media más de metro y medio y cuando estuvo a nuestro lado le dio un abrazo a Hans diciéndole que por fin lo habían conseguido, habían cubierto una jornada más de su camino.

Lo primero que me pidió Eloisa fue que le indicara donde había un enchufe en el albergue porque necesitaba cargar su móvil que estaba con la batería completamente agotada y tenía que hablar con su marido para decirle que ya había llegado.

Aquellas palabras de la peregrina, viendo como celebraba con Hans su llegada, me desconcertaron un poco porque a pesar de la avanzada edad que los dos tenían, pensé que era una de esas parejas surgidas en el Camino.

Después de una reparadora ducha, se fueron hasta uno de los bares del pueblo a reponer parte de las energías que habían consumido en aquella etapa y me dejaron en el albergue pensando en la extraña situación que había presenciado, pero son esas cosas del Camino que si tienes que conocerlas, acabarás conociéndolas cuando llegue su momento.

Al cabo de dos horas, les vi regresar y parecían muy animados, no se de lo que estaban hablando porque no se podía escuchar nada por la distancia que nos separaba, pero la alegría y los gestos que los dos hacían eran ostensibles.

Se fueron a las literas que se les habían asignado y descansaron durante un buen rato hasta que se recuperaron del todo y cuando se levantaron, fue Eloisa la que se acercó donde me encontraba y fue compartiendo conmigo esa historia que todos los peregrinos llevan dentro y de paso, fue satisfaciendo mi curiosidad.

Según me fue confesando, el Camino era algo que como gallega, desde muy pequeña le había apasionado y siempre había soñado con poder sentir esas sensaciones que había leído en muchas ocasiones.

Pero, se había casado con la persona más maravillosa del mundo a la que después de cincuenta años juntos quería y amaba como el primer año que se conocieron, el único pero que podía ponerle, era que no le gustaba nada caminar, era todo lo opuesto a Eloisa.

También él la quería mucho y constantemente la había animado a que cumpliera sus sueños, pero estos se fueron posponiendo. Primero por las prioridades que tenían en su vida, había que trabajar para sacar adelante una familia, más tarde fueron los hijos los que requerían todo su tiempo y finalmente, una dolencia cardiaca fue posponiendo este sueño hasta que llegó un momento que ya no se sentía capaz de llevarlo a cabo.

Pero, su marido, no cesaba de animarla, sabía cual era el deseo de Eloisa y para él, era muy importante que pudiera verlo cumplido, por lo que constantemente le hacía planes para satisfacer el deseo de su mujer y cuando esta ya estuvo convencida, él la llevó en su coche hasta Sevilla que era donde tenía previsto iniciar su primer Camino.

Cuando fueron a sellar su credencial en la Catedral hispalense, se encontraron con Hans. Era también su primer camino y como le ocurría a Eolisa, se trataba de un sueño aletargado que fue posponiendo porque a su mujer, tampoco le gustaba caminar y por fin, se había decidido a verlo cumplido animado por ella.

Apenas comprendían el idioma del otro, pero los dos tenían conocimientos básicos de inglés y enseguida se comprendieron y pensaron que sería la mejor compañía que el Camino les había deparado.

Las primeras jornadas de Camino, el marido de Eloisa les esperaba todos los días en el lugar que habían elegido como punto de llegada. Estaba pendiente de la situación en la que su esposa se podía encontrar por el esfuerzo diario y si era necesario iría con el coche a recogerla, pero no hizo falta, ella llegaba radiante y sobre todo muy animada.

Cuando llevaban una semana de Camino, Eloisa le dijo a su marido que regresara a su casa, no era necesario que se preocupara por ella porque cada día que pasaba se encontraba mejor.

Así finalizó aquel camino y cuando llegaron a su destino en Compostela, Hans al que esperaba su mujer en la capital gallega, se fueron una semana a casa de Eloisa y durante ese tiempo disfrutaron hablando de las experiencias que el camino les haba aportado.

Sus parejas, escuchaban con entusiasmo cada una de las historias que los peregrinos iban describiendo y fueron ellos los que les animaron a repetir nuevamente la experiencia al año siguiente.

Hans, se encargó de organizarlo todo. Durante los meses siguientes, fue planificando este nuevo camino, repetirían la misma ruta pero con algunas modificaciones para ver con detalle aquellos lugares de los que no pudieron disfrutar plenamente y cuando llegó el día, se volvieron a encontrar en Sevilla y disfrutaron como si fuera la primera vez que lo recorrían.

De esa forma, habían recorrido tres veces la vía de la Plata continuando unas veces hasta Astorga y otras por el Camino Sanabrés.

En este cuarto Camino, habían decidido cambiar el itinerario y comenzaron a caminar en Valencia y cuando pasaron por el albergue de Tábara, se les veía felices y a pesar que Eloisa aseguraba que los años y las dolencias que tenía, le decían que este iba a ser su último camino, no la veía muy convencida de sus palabras y cuando a la mañana siguiente nos despedimos, quedamos en vernos al siguiente año cuando pasaran de nuevo por el albergue.

He de confesar que es una de esas historias en las que te das cuenta que el Camino es algo más, sobre todo en esa relación que se llega a establecer entre las personas.

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