almeida – 21 de junio de 2014.
Cuando me disponía a sacar las notas con los deseos que los peregrinos habían dejado en la capilla para que fueran leídas, me di cuenta que de los quince peregrinos que había ese día alojados en Santuario, cada uno era de una parte del mundo.
Había un español, un italiano, un francés, un escocés, dos alemanas, un coreano, una japonesa, un sudafricano, un argentino, una canadiense, dos eslovacos, una belga y una holandesa.
Aquello era la babel moderna, en eso se había convertido la gran idea que un día tuvo Don Elías, había conseguido esa invasión que tanto preconizaba ya que de todo el mundo había venido gente atraída por el reclamo que fue poniendo en el Camino.
Pensé que tantas personas diferentes en condiciones normales, en un pequeño lugar como aquel, tenía que resultar un galimatías terrible porque cada uno tendría sus gustos, sus caprichos, sus debilidades o sus manías. Sin embargo, se comportaban como si llevaran conviviendo toda la vida pues eran tan iguales como si se tratara de dos gotas de agua, todos tenían los mismos o parecidos sueños, buscaban el mismo objetivo, estaban recorriendo el mismo camino y compartían las mismas cosas.
A pesar de sus diferentes edades y posiciones sociales, se comportaban de la misma forma pues no había diferencias entre ellos.
Comprendí un poco más la magia que este Camino tenía y así lo comenté durante la reflexión que se hacía en la pequeña capilla. Al haber tantas lenguas, quise que se tradujera al menos en las cuatro que comprendían casi todos, les hablé de esa babel que era el Camino y como en aquel momento estaba representada en este pequeño rincón del Camino en el que nos encontrábamos.
Les agradecí que hubieran convertido este Camino en algo universal donde a pesar de las diferencias aparentes que podía haber en algunos momentos, cuando nos parábamos a analizarlo nos dábamos cuenta que en realidad las diferencias eran mínimas porque todos éramos iguales y perseguíamos el mismo fin.