almeida – 28 de mayo de 2014.
Era el primer camino que Pilar iba a hacer. Durante meses estuvo planificándolo y en este tiempo le surgieron muchas dudas. Todo para ella resultaba desconocido y temía que como había leído a muchos peregrinos, también ella acabara pinchando y tuviera que verse obligada a abandonar ya que no estaba muy segura de sus posibilidades.
Descartó cruzar los Pirineos, aquello podía resultar excesivo para ella, por lo que Roncesvalles le parecía un buen lugar para comenzar. Pero cuando vio los perfiles que presentaba la primera etapa, teniendo que afrontar dos puertos, también decidió saltársela, comenzaría en Zubiri, que era donde tenía previsto haber finalizado el primer día. De esa forma, los primeros días hasta que se fuera acostumbrando al Camino, iría cogiendo la forma necesaria para afrontar las jornadas duras que tenía por delante.
Preparó no solo las cosas que iba a necesitar a diario, también se fue proveyendo de otras cosas que vio que los peregrinos llevaban. Además de un bordón muy bonito que tenía quemado con fuego el nombre del camino que iba a recorrer, le regalaron una pequeña calabaza de adorno que colgó en su mochila.
Cuando ya tenía todo preparado y llegó el día de su salida, se desplazó en autobús hasta la capital Navarra y allí mismo tomó otro autobús que le dejó en Zubiri, su lugar de salida.
En la estación de autobuses de Pamplona coincidió con numerosos peregrinos que esperaban el autobús que les llevaría hasta Roncesvalles, la mayoría llevaban colgando de sus mochilas la vieira de los peregrinos y a ella se le había olvidado hacerse con una. Ya no le daba tiempo a ir hasta el centro de la ciudad para adquirirla, lo haría en el lugar donde comenzaría el Camino, no quería salir sin ella.
Cuando llegó a Zubiri, fue directa al albergue y ocupó la litera que le asignaron, luego fue a dar una vuelta por el pequeño pueblo con la única intención de buscar ese adorno en su mochila que le faltaba para comenzar su camino.
Por más que buscó, no encontró ningún sitio donde le vendieran su vieira y comenzó a sentirse incomoda, no le agradaba comenzar su camino sin algo que consideraba importante.
Apenas durmió esa noche, Pilar era un poco supersticiosa y aquel Camino lo iba a comenzar con mal pie y algo le decía que si no lo remediaba pronto, seguro que la ocurría algún incidente que la obligara a abandonar.
Se levantó bastante cansada, no había dormido bien, pero siguiendo la inercia que veía en los que estaban a su lado, fue haciendo lo mismo que ellos, recogió las cosas guardándolas en su mochila y comenzó a caminar siguiendo a los que iban delante de ella.
En el pueblo todo se encontraba cerrado, por lo que no pudo desayunar y no había previsto comprar nada como habían hecho otros peregrinos que tenían zumo, yogur o fruta. Esa noche lo prevería para que al día siguiente no le ocurriera lo mismo.
Cuando llegó a Larrasoaña, vio que muchos peregrinos se dirigían a un bar que se encontraba abierto y ella fue detrás de ellos como había venido haciendo desde que comenzó a caminar.
En el bar, en una de las mesas, estaban dos jóvenes peregrinas y Pilar las preguntó si podía sentarse al lado de ellas ocupando uno de los asientos que estaba libre.
—Claro —dijo Sara —¿vienes también desde Roncesvalles?
—¡No! —respondió Pilar, he comenzado en Zubiri, hoy es mi primer día de camino, solo llevo una hora andando.
—O sea, que eres novatilla —bromeó Sara.
—Sí y además una despistada ya que se me ha olvidado comprar una vieira y me encuentro rara sin ella pues veo que todos la llevan.
—¿Cómo esta? —preguntó Sara sacando una gastada vieira del bolsillo de su mochila.
—Si, como esa.
—No te preocupes —la tranquilizó Sara —para hacer bien el Camino, lo único que necesitas son unas buenas zapatillas como las que tú llevas.
—Y unos buenos pies —dijo su compañera.
—Eso se da por sentado —respondió Sara.
—Pero todos llevan una vieira —insistió Pilar.
—Pues mal hecho —protestó Sara —todos los que hacen el Camino por vez primera y llevan la vieira van mal, la vieira no se compra, se gana.
—¿Cómo que se gana? —preguntó Pilar.
—Sí, las vieiras están en las playas de Galicia y solo los que han llegado caminando hasta allí merecen llevarla. La mía la cogí en la playa hace diez años, cuando hice mi camino y tú, cuando llegues a Galicia, conseguirás la tuya porque como te he dicho, se gana el derecho a llevarla, no se puede comprar ese derecho de los peregrinos.
Cuando terminaron de desayunar, Sara y su amiga invitaron a Pilar a que, si lo deseaba, fuera con ellas y como se encontraba un poco perdida, decidió acompañarlas, de esa forma se sentiría más protegida.
Pilar había pensado dar por finalizada su jornada en la capital Navarra, pero las jóvenes seguían cuatro o cinco kilómetros más, por lo que decidió continuar con ellas. Descansaron media hora en un parque a la entrada de la ciudad y reiniciaron el camino.
Cuando pasaban por la parte vieja, en una tienda de souvenir vio un cartel que decía: “Conchas de peregrinos 4 €”. Pilar se quedó mirando aquel reclamo publicitario hasta que sintió la penetrante mirada de Sara.
—¿Qué te he dicho?
—Sí, ya lo sé, es que me da la sensación que sin ella no voy a conseguir llegar a Santiago.
—Llegarás, te aseguro que llegarás —afirmó Sara.
Disfrutó mucho en la compañía de sus nuevas compañeras de camino, se percibía que tenían mucha experiencia porque sabían a que pueblos llegar y en que albergues debían quedarse, así fue viendo una gran diferencia entre unos y otros. Iban al que parecía más humilde, pero en su interior se percibía una calidez muy importante.
Aprendió mucho ese día de sus amigas y fue haciendo lo mismo que ellas. Nada más llegar ducharse, luego lavar la ropa, ir a comer un menú, descansar, comprar algo para la cena y el desayuno,…Fue muy constructivo todo lo que la estaban enseñando.
Al día siguiente tenían por delante el fuerte ascenso al alto del Perdón. Por más que lo intentaba, no conseguía seguir el ritmo de sus amigas, estas, aunque caminaban más despacio y en numerosas ocasiones la esperaban, no consiguieron en ningún momento del ascenso coincidir y caminar juntas.
Cuando Pilar llegó a lo más alto se encontraba exhausta, sus amigas llevaban en la cima casi una hora esperando su llegada. En varias ocasiones se plantearon continuar, se verían en Puente la Reina, pero Sara sabía que no volvería a ver a Pilar y deseaba despedirse de ella.
—Mira —le dijo Sara cuando llegó —cada una tiene que hacer el Camino conociendo sus posibilidades y sabiendo hasta donde puede llegar.
—Trataré de ir algo más rápido —dijo Pilar.
—No se trata de eso, escucha, si tú fuerzas tu ritmo, en un par de días no podrás continuar y si nosotras vamos a tu ritmo nos ocurrirá lo mismo. Es mejor que cada una vayamos a nuestro ritmo —insistió Sara —y cuando tengamos que coincidir, coincidiremos. Nosotras vamos hoy hasta Puente la Reina, pero en el estado que te encuentras, tú no vas a poder llegar hasta allí, por eso te quedarás en el primer pueblo y descansarás. Mañana o pasado mañana encontraras a otras personas que irán a tu ritmo y disfrutarás más con ellas, porque ese es tu camino.
—Lo siento —susurró Pilar.
—No debes sentirlo, el Camino es quien decide cómo y con quién debes hacerlo. Toma —dijo Sara sacando su vieira de su mochila —ahora te la has ganado y puedes llevarla hasta Galicia.
—¡Pero es tú vieira! —Exclamó Pilar —llevas diez años con ella y no puedes desprenderte así de lo que significa tanto para ti.
—Claro que puedo, además sé que tengo que hacerlo. Yo solo la he estado guardando estos diez años hasta que tú llegaras, te estaba esperando a ti, para que tú fueras la que la llevara de nuevo hasta Galicia.
Las tres se abrazaron, teniendo únicamente como mudos testigos de su despedida a los peregrinos de acero y a los modernos molinos de viento. Allí se quedó Pilar descansando mientras veía como sus amigas se alejaban por un sendero serpenteante cubierto por grandes piedras.
Cuando Pilar llegó a Santuario, era ya una peregrina veterana, que siguiendo los consejos de Sara, estaba haciendo su camino y disfrutaba plenamente de el.
No llevaba su vieira a la vista, cuando la pregunté por ella, me dijo que como Sara, la llevaba guardada en uno de los bolsillos de su mochila.