almeida – 16 de mayo de 2014.
Eso era lo que solía afirmar mi compañero hospitalero. En ocasiones me decía cosas que resultaban muy profundas, quizá yo no tenía la misma sensibilidad que él, por eso me costaba mucho captar lo que afirmaba con la mayor naturalidad del mundo. Pero cuando meditaba sobre lo que me había dicho, iba dándome cuenta que era muy coherente y el sentido que daba a cuanto decía resultaba muy acertado.
Me puso como ejemplo una anécdota que le había ocurrido en una ocasión mientras hacía uno de sus caminos.
Era un día bastante lluvioso, ya desde por la mañana, la mayoría de los peregrinos, antes de salir del albergue buscaron en sus mochilas la ropa de abrigo y de agua, cada uno se fue poniendo lo que llevaba y mi compañero sacó una capa de agua, con ella se protegería de una forma importante de la lluvia que no cesaba de caer.
No contaba con el viento que hacía ese día, en combinación con la lluvia, resultaba insoportable y la capa apenas le servía ya que el viento dejaba al descubierto la mayor parte de su cuerpo y se estaba calando.
En una de las paradas que hizo para descansar, dejó la capa sobre la mochila para que fuera escurriendo el agua. No se percató de una ráfaga fuerte de viento que llevó su capa, solo se dio cuenta cuando al buscarla no aparecía, tampoco la veía por las cercanías, por lo que desistió de buscarla. Tampoco le estaba sirviendo para mucho ya que el fuerte viento la levantaba constantemente dejando su cuerpo a merced de los caprichos del tiempo.
El viento de pronto comenzó a cesar, ya solo se mantenía la lluvia que seguía siendo constante, y como pudo siguió caminando, tratando de mojarse lo menos posible.
De repente vio un paraguas abandonado, lo primero que se imaginó era que lo habían dejado allí después de que un golpe de viento lo hubiera dejado inservible, pero cuando lo abrió, se dio cuenta que se encontraba en perfecto estado. Cuando más lo necesitaba, de la nada, apareció lo que le iba a ayudar a terminar esa jornada protegido de la intensa lluvia que estaba cayendo.
Entonces, volvió a comparar un día en la vida de una persona con esa maqueta que tanto citaba. En ella se iban acoplando cosas o las ibas quitando, porque como en la vida, la maqueta va asimilando todo lo que se le aplica sin que por ello tenga que admitir una forma definitiva hasta que uno lo desee.
Aquella comparación con la maqueta no conseguí comprenderla al principio, aunque luego me fui dando cuenta que quería transmitirme que como en la maqueta, todo puede ser alterable y cada cosa nos puede resultar muy útil en función de las circunstancias, pues todo es susceptible de ser alterado y si nos lo proponemos, nada resulta definitivo.
Ahora, me decía que cada vez que en su vida surgía algún contratiempo que alterara su vida diaria y tuviera dudas sobre el camino que debía seguir, buscaba ese paraguas salvador que siempre de una u otra forma aparecía cuando más lo necesitaba.